Los sacerdotes, que son los únicos que tienen el
honor de penetrar en el
santuario, han cerrado su
entrada a las
mujeres y cuidan de alejar de él a los puercos. Llevan ante el
altar vestidos de un solo
color; el lino cubre sus miembros; una cinta pelusíaca brilla en sus temporales. Por lo
general, cuando ofrecen incienso cúbrense con un vestido talar, y cuando inmolan víctimas dicha vestimente va bordada de púrpura, según
vieja costumbre; llevan los pies
descalzos y la
cabeza pelada, y guardan celibato. En los
altares arde un fuego que no ha de apagarse nunca.
Imagen alguna ni
estatua de los dioses llenan con sus majestades divinas el
santo lugar, ni les infunden sacro respeto.