RODALQUILAR: Hace muchísimo tiempo que no colaboraba con este foro,...

Hace muchísimo tiempo que no colaboraba con este foro, pero como el relato que a continuación expongo, corresponde más a los recuerdos de Rodalquilar, que a otras cosas sobre las que escribo en el facebook, considero que también lo debo publicar en este foro, ya que, en su momento, cuando escribía sobre los recuerdos de mi infancia, este se quedó en el tintero. Lo publico, tal como lo he hecho en facebook, para que sirva de recuerdo a todos los que entran en este foro, ya que muchísimos no figuran como amigos en esa red social.
La roca del Risco Colorao.
Este relato lo puede leer quien quiera, pero está escrito para que sirva de renovación del recuerdo a aquellos que vivieron en Rodalquilar en los años cincuenta y sesenta, algunos de los cuales figuran como amigos míos en el facebook.
Hoy, que en el lugar en que vivo ha vuelto a lucir el sol, después de dos semanas de lluvias, algunas de las cuales vinieron acompañadas de tormentas, me ha venido a la mente un episodio que en otras muchas ocasiones he recordado. Alguna vez, incluso, al hablar por teléfono con un amigo de la infancia, hemos comentado este suceso que, cuando aún no habíamos cumplido los diez años, vimos junto a otros muchos chicos de similar edad desde la escuela de D. Mariano.
Aquel día, no se podía presagiar lo que por la tarde veríamos. A primeras horas lucía un sol espléndido, como es habitual en aquella tierra. Poco a poco, el cielo se fue nublando. Desde el Cinto y San Diego llegaban negras nubes que iban cubriendo el cielo amenazando tormenta. La luz solar, apenas era capaz de atravesar las densas nubes por la opacidad que estas ofrecían. El valle, tenía esa tarde una luz especial, la cual sería un poco largo de describir aquí, por eso en pocas palabras diré: que en un cielo abigarrado de enormes nubarrones, toda la gama de grises, desde el claro, al oscuro más intenso, estaba presente y proporcionaba al lugar un aspecto tenebroso.
Dentro de la escuela, a punto estuvimos de encender la luz, pues la falta de esta, era bastante acusada. Pero, D. Mariano dijo que no la diéramos, que íbamos a observar la tormenta que se estaba fraguando, y así, aprovecharía para explicar, entre otras cosas, lo que no debíamos hacer, en caso de que una tormenta nos cogiese en la calle o en el campo.
Todos nos pusimos a mirar por las ventanas que daban al oeste, aquellas desde las que, mirando de derecha a izquierda, podíamos ver: en primer término Maturana, detrás el barranco de las Niñas y El Cuarenta, la Rellana, el Risco Colorao y la Amatista, con su camino hacia La Isleta, ya que aún no existía la carretera que, más tarde, unió al valle con este lugar.
En pocos momentos, dio comienzo el espectáculo. El cielo se iluminaba con relámpagos todavía un poco lejanos. Como se desplazaba desde el Cinto, aún no podíamos ver directamente los rayos. Fue el momento que aprovechó el maestro para explicarnos la diferencia de velocidad entre la luz del relámpago y el sonido del trueno y ya de paso aprendimos a calcular la distancia a la que, más o menos, se encontraba la tormenta.
Un ratito más tarde, ya los fenómenos estaban sobre el valle. Mejor dicho, estaban sobre las cumbres de los cerros que lo circundan. Todos nos agolpamos junto a esas ventanas. Nos asombrábamos con algunos rayos que se dividían en varias ramas y alguna caía sobre la Rellana, y jaleábamos el estrépito de las tronadas con expresiones como: ¡Toma ya! ¡Anda! ¡Ese sí que ha “sio” gordo! Y no decíamos otras malsonantes porque el maestro estaba entre nosotros y teníamos que guardar la compostura.
En pocos minutos, vimos que la tormenta se desplazaba hacia el mar y ya andaba por la cima del Risco Colorao. En el extremo sur de este risco había entonces un gran peñasco que se podía divisar desde la lejanía y aunque estábamos acostumbrados a verlo así, daba la sensación de que estaba en equilibrio. Anteriormente, habíamos comentado muchas veces que, en cualquier instante, podría caer rodando ladera abajo.
Pues bien, ese momento llegó aquella tarde. Todo sucedió en un santiamén. Es más largo relatarlo que verlo como lo vimos. Muchos vimos caer el rayo. Un tremendo chispazo quebrado que sonó como un trallazo duro y seco, cayó sobre la peña y unos segundos después, la consiguiente tronada. Parecía que el cielo se fuese a venir abajo. Por la corta distancia existente, apenas si hubo mucha diferencia de tiempo entre la cegadora luz y el estrepitoso ruido. Al ser este tan fuerte y debido al eco que el valle tiene, por los cerros que lo rodean, parecía el fragor de una batalla naval, en la que varios barcos disparaban sus cañones, con ligeros intervalos de tiempo.
En ese momento el enorme peñasco se tambaleó. Parecía que dudara de si debía abandonar el lugar, en el que llevaba asentado miles o millones de años, o si debía permanecer donde estaba. No se lo pensó demasiado, tras dos vaivenes se dejó caer rodando por la ladera. A veces, daba saltos como si, cansado de haber estado estático tanto tiempo, celebrara con alegría su movilidad.
Todos temimos lo peor. Pensamos que, en su alocada carrera, se llevaría por delante la casa que había al final de la falda del monte. Tras un último salto, no lo volvimos a ver aparecer por el otro lado de la casa. Menos mal que no fue a por ella, pues la casa estaba ocupada. Al final, respiramos tranquilos y pudimos continuar admirando las irresistibles fuerzas de la naturaleza.
Las imágenes de aquel momento, son de las que no se borran fácilmente de la memoria a pesar de haber sucedido cuando era un niño. Cada vez que las recuerdo es como si las volviera a ver.
Es posible que algunos de los que lean este relato, no recuerden haber visto este peñón situado sobre el Risco Colorao, pero, otros muchos, probablemente sí lo recuerden y saben que aún se puede ver al peñasco en las cercanías de esa casa.
Con respecto a la roca…, yo creo que sigue mirando hacia la cumbre, pensando que debió aguantar mejor aquel golpe sufrido y que por su alocada carrera, salió perdiendo con el cambio. La vista panorámica que entonces tenía, no se puede comparar con la que ahora tiene.
Espero haber refrescado la memoria de algunos y si no ha servido para ello, que al menos se hayan entretenido con este corto relato.
Hermenegildo García Pino.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
sr. Garcia Pino, yo recuerdo el peñon colorao en la antigua carretera de Fernanperez bajando por las cuevas Ortiz a la altura de Hortichuelas Altas y el camino
del Granaillo, tengo una foto del mismo de los años 70, recuerdo como la familia lo decian como referencia en o por "el peñón colorao"
Manuel Montoya
Hermenegildo, bonito y ameno relato sobre una roca que visteis caer ladera abajo desde las ventanas del colegio, seguro que todos lo lleváis en el recuerdo.


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