Mañana es ocho de Diciembre. En los años en que la mayoría de nosotros éramos escolares, tal día como hoy de hace tanto tiempo, nerviosamente ultimábamos el trabajo manual que con tanto afán, en las escuelas, habíamos preparado para regalárselo a nuestra madre a primeras horas de mañana, que en aquel tiempo era cuando se celebraba “El día de la madre”.
Cada año cuando se acerca este día me acuerdo y de inmediato acuden a mi memoria un torrente de recuerdos de aquella época, porque para mí, aunque después lo cambiaran a Mayo, durante muchos años, el día ocho de Diciembre había sido “El día de la madre”.
Desde un par de semanas antes de esta fecha, en las escuelas, el maestro nos lo recordaba, y nos aportaba ideas sobre qué trabajo manual podíamos hacer para regalárselo a nuestra madre. De inmediato, nos entregábamos febrilmente a la actividad de planear y hablar con unos y con otros, para ver qué podíamos hacer ese año, aunque al final cada uno terminaba haciendo lo mismo que casi todos los años anteriores, sería por aquello de que ya tenía práctica adquirida.
Cada cual se decidía por una cosa en concreto, según sus aptitudes o habilidades. Valiéndonos de madera, cartón, corcho, pegamento, cartulina, alfileres, alguna concha marina, algún trozo de alambre, carrizo, del que cogíamos en el mismo lugar en que algunos cazaban pájaros con red, creo que le llamábamos “El Granaillo”, pero no estoy seguro, una lámina de hojalata dorada sacada de aquellas latas de queso americano y un sinfín de materiales más, realizábamos nuestro regalo.
Los había que realizaban una verdadera obra de arte, que los demás mirábamos extasiados, ya que no nos veíamos capaces de realizar tal trabajo. Otros no llegábamos a tanto y hacíamos lo que buenamente podíamos, pero que la madre de cada cual apreciaba como si de una obra de arte se tratase. También los había que por nulidad o dejadez, al final no hacían nada, y decían: “mi madre se conforma con que le dé un beso”. Éstos eran los más prácticos, pues mientras los demás nos afanábamos en realizar el regalo para nuestra madre, ellos andaban de juerga, de banca en banca, mirando lo que hacían unos y otros durante el tiempo que, en la escuela, dedicábamos a las manualidades en esos días.
Recuerdo que casi todos los años, yo empezaba algún trabajo de mayor magnitud, más laborioso, pero conforme pasaban los días, viendo que cada vez me quedaba menos tiempo y aquella obra era engorrosa de acabar, abandonaba el trabajo y me decantaba por comprar una cartulina, la cual doblaba de modo que pareciese dos puertas que se podían abrir. Esto era más fácil de ocultar entre las hojas del block o del libro y para mí, no era tan engorroso de realizar. Decoraba el exterior pintándolo con algún dibujo alegórico, o recortando con cuchilla un enrejado como si fuese una celosía y en el interior, procurando hacerlo con la mejor caligrafía posible, escribía a mi madre unas frases, en las que por regla general le decía lo mucho que la quería.
Esos y otros muchos recuerdos más, son los que, cada año cuando llega esta fecha, vienen a mi memoria de aquel tiempo, en aquel lugar, en los que no disponíamos de tantas cosas como hoy, pero que cada cual, a su manera, procuraba ser lo más feliz posible.
Un saludo a todo el foro.
Hermenegildo García Pino.
Cada año cuando se acerca este día me acuerdo y de inmediato acuden a mi memoria un torrente de recuerdos de aquella época, porque para mí, aunque después lo cambiaran a Mayo, durante muchos años, el día ocho de Diciembre había sido “El día de la madre”.
Desde un par de semanas antes de esta fecha, en las escuelas, el maestro nos lo recordaba, y nos aportaba ideas sobre qué trabajo manual podíamos hacer para regalárselo a nuestra madre. De inmediato, nos entregábamos febrilmente a la actividad de planear y hablar con unos y con otros, para ver qué podíamos hacer ese año, aunque al final cada uno terminaba haciendo lo mismo que casi todos los años anteriores, sería por aquello de que ya tenía práctica adquirida.
Cada cual se decidía por una cosa en concreto, según sus aptitudes o habilidades. Valiéndonos de madera, cartón, corcho, pegamento, cartulina, alfileres, alguna concha marina, algún trozo de alambre, carrizo, del que cogíamos en el mismo lugar en que algunos cazaban pájaros con red, creo que le llamábamos “El Granaillo”, pero no estoy seguro, una lámina de hojalata dorada sacada de aquellas latas de queso americano y un sinfín de materiales más, realizábamos nuestro regalo.
Los había que realizaban una verdadera obra de arte, que los demás mirábamos extasiados, ya que no nos veíamos capaces de realizar tal trabajo. Otros no llegábamos a tanto y hacíamos lo que buenamente podíamos, pero que la madre de cada cual apreciaba como si de una obra de arte se tratase. También los había que por nulidad o dejadez, al final no hacían nada, y decían: “mi madre se conforma con que le dé un beso”. Éstos eran los más prácticos, pues mientras los demás nos afanábamos en realizar el regalo para nuestra madre, ellos andaban de juerga, de banca en banca, mirando lo que hacían unos y otros durante el tiempo que, en la escuela, dedicábamos a las manualidades en esos días.
Recuerdo que casi todos los años, yo empezaba algún trabajo de mayor magnitud, más laborioso, pero conforme pasaban los días, viendo que cada vez me quedaba menos tiempo y aquella obra era engorrosa de acabar, abandonaba el trabajo y me decantaba por comprar una cartulina, la cual doblaba de modo que pareciese dos puertas que se podían abrir. Esto era más fácil de ocultar entre las hojas del block o del libro y para mí, no era tan engorroso de realizar. Decoraba el exterior pintándolo con algún dibujo alegórico, o recortando con cuchilla un enrejado como si fuese una celosía y en el interior, procurando hacerlo con la mejor caligrafía posible, escribía a mi madre unas frases, en las que por regla general le decía lo mucho que la quería.
Esos y otros muchos recuerdos más, son los que, cada año cuando llega esta fecha, vienen a mi memoria de aquel tiempo, en aquel lugar, en los que no disponíamos de tantas cosas como hoy, pero que cada cual, a su manera, procuraba ser lo más feliz posible.
Un saludo a todo el foro.
Hermenegildo García Pino.
Mensaje
Me gusta
No