RODALQUILAR: Es una tarde de verano del año 1956. Ya nos han dado...

Es una tarde de verano del año 1956. Ya nos han dado vacaciones en la escuela. Salgo de la casa de donde vivo en Los Albacetes y me dirijo camino arriba hacia el pueblo; el sol calienta tanto, que parece que de la tierra salga fuego, pero hace un airecillo agradable.
Llego a Los Méndez y me detengo a ver un atractivo lorito que una familia ha traído de Argentina. Me hace gracia esta simpática ave que constantemente repite el nombre de un familiar de la casa: Pepe, Pepe... así, repetidas veces. Quedo sorprendido de ver con qué rapidez devora las pipas y como deshecha la cascarilla del grano con su curvado pico. No me entretengo más y después de decir adiós, salgo afuera y enseguida noto el cambio de temperatura; percibo como llegan a mis oídos el chicharreo de las cigarras; un poco más arriba y a la derecha, veo que sale un humillo de Las Chiquerillas. Me imagino que será el vagabundo Ortega ó Indalo preparándose de comida.
Pronto estoy en El Tenis; veo al amigo Juan Perea que está arreglando su bicicleta ó poniéndola a punto porque el domingo quiere ir a Las Negras. Le ayudo a centrar la rueda trasera mientras él, tensa la cadena. Hemos pasado unos diez minutos entretenidos. Me despido de Juanico y él marcha para su casa. Veo, como era de suponer, que el colegio de D. Jesús, está cerrado por vacaciones.
Al llegar a la calle sin nombre (como dice el amigo Hermenegildo), dejo atrás El Tenis, la tienda de José Pérez y la carpintría de Cecilio; mas adelante observo que Juan Antonio, ya tiene abierta la barbería. Unas casas más arriba de este tramo de El Tren, llego a la altura de las de Amor, Andrés Casas y Antonio Salinas; veo que Antonio también tiene abierta la tienda; entro y le compro unos metros de hilo de pescar para engancharlo en una caña que encontré un día en la rambla que pasa por Los Gorriones porque el domingo quizás vaya a pasar un rato en Piedra Negra.
Salgo de la tienda deseándole a Salinas de que pase buena tarde y veo que al otro lado de la rambla y dirección al casino, se dirige un hombre con su burro que lleva equipado co aguaderas y en las que lleva cuatro cántaros.
La barbería de Antonio Lloris, está todavía cerrada porque el hombre trabaja en el economato hasta muy tarde. No tardará en abrir. (En estas fechas, aún no soy su aprendiz).
Ya estoy en la puerta del bar del Pintao y oigo como en los altavoces suena la canción: "... a lo loco, hay que ver cómo vive Fulano, a lo loco, a loco, hay que ver como vive Mengano, a lo loco, a lo loco, hay que ver como vaila el bayón"... Miro hacia dentro y veo a Rafael Llamas "El Pito," trasladando unas cajas con botellas de refrescos hacia el mostrador semicircular. Sigo adelante, cruzo la rambla y me encamino por una calle sin nombre de Las Casas Nuevas. Ahora, la rambla queda a mi derecha y paso por delante de donde vive Antonio Segura Méndez y la familia Palenzuela. En esta calle, el fontanero de la empresa, ha levantado del suelo una pesada tapadera redonda de hierro dejando al descubierto, un registro donde se aloja una llave de paso circular, parecida al volante de un coche pero algo mas pequeña. Me quedo para ver como acciona esta llave para interrumpir el paso del agua; veo que, gira la llave hacia la derecha y con tres vueltas, la deja cerrada; coge una gran espuerta donde lleva las herramientas y se dirige calle arriba y yo detrás de él. Cuado llegamos a las últimas casas de Las Casas Nuevas, veo que ha reventado una tubería de plomo. Cuando este buen hombre, se dispone a preparar sus herramientas, yo sigo mi camino y miro para los eucaliptos que hay frente a la escuela de párvulos y veo que, a la sombra de estos, juegan con sus trompos, cuatro niños de ocho ó nueve años.
Unos metros más arriba, me cruzo con Otón Cerdán Lozano; nos saludamos, al tiempo que le pregunto si sabe a como pagan la libra de collo. Me dice que no lo sabe porque él aún no ha vendido ni una gavilla.
Cuando llego a Maturana, me encuentro con Manuel Morales que está sentado sobre una piedra y a la sombra de una pared, leyendo una novela del Oeste americano; nos saludamos y me dice que le quedan tres capítulos para terminrla.
Después de haber hablado unos minutos con Morales, marcho para El Cuarenta. Aquí, un hombre está pesando con una romana, unas gavillas de collo que han llevado unos muchachos. Una vez me entero de que este hombre paga una perra gorda por cada libra, me encamino dirección montaña y me pongo manos a la obra. Un palmito, otro, otro y otro hasta recorrer decenas de ellos. He vendido unas cuantas libras y ya, casi tengo para la entrada del cine. Cuando venga otra vez por estas montañas, completaré una cantidad que me llegue para tener para el cine y para comprarle garbanzos tostados a la tía Concha. Mis manos han quedado llenas de ampollas y arañazos pero he quedado satisfecho por haber ganado unos céntimos. Así, mi madre, no tiene que sacarlo de su pequeño sueldo.
Tengo que darme prisa, pues el sol, ya se tapa detrás de las montañas y mi madre puede estar preocupada. Voy corriendo, quedo atrás Maturana, cruzo por el centro de Las Casas Nuevas; cuando llego a la altura del colegio de D. José, veo a Diego Lozano Méndez que se dirige hacia su casa; nos saludamos y le digo que no me puedo entretener porque mi madre me estará esperando. Al llegar a la altura de la tienda de la Chofecilla, veo salir por la puerta de esta tienda, un niño que salta de alegría (me imagino que habrá comprado algún caramelo). Continúo corriendo y veo como el sudor me empapa la camisa. He quedado hecho un Adán lleno de un polvo casi rojizo mezclado de sudor. Ya he cruzado la rambla, sigo corriendo, estoy llegando a Los Albacetes; aminoro la marcha y canturreo la canción: "ya vamos llegando a Penjamó, mi tierra feliz y cálida..." Al poco oigo maullar un gatito; es el mío que me sale al encuentro; me agacho, lo cojo en mis brazos y lo acaricio hasta que llego a casa. Mi madre se pone una mano en la cabeza al verme y me regaña, pero a la vez, se alegra de verme y me dice que me dé un baño en la balsa que hay aquí en Los Albacetes. Dejo los céntimos que he ganado esta tarde, en una cajilla de cartón y la dejo sobre un estante adornado con una orla de papel fino con dibujos coloreados. De un pequeño baúl, saco una toalla y me voy hacia la balsa. Me meto en el agua y noto que está templada porque todo el día le estuvo dando el sol. Sin darme cuenta, de seguida se me hace de noche. A la media hora más ó menos, salgo de la balsa y mientras me estoy secando, oigo que, no muy lejos, canta un grillo y cuando me alejo, las ranas empiezan a croar. Cuando llego a casa, mi madre ya tiene preparada la cena y le regaña a mi hermano Antonio, pues este no para de moverse mientras está sentado; le dice, que parece que tiene el baile San Vito. Es que, mis hermanos, me están esperando desesperados porque ya tienen hambre.
Todavía queda algo de la matanza de este invierno pasado y mi madre ha puesto en los platos, dos tajadas de carne magra y un trocito de longaniza; ambas cosas fritas y en aceite, que guarda en conserva en unas tinajas. Voy mojando en el aceite, trocitos de pan comprado en el economato y al mismo tiempo, pincho de vez en cuando, estas pequeñas y sabrosas piececillas de carne y longaniza acompañadas de un par de pimientos fritos. De la cantarera, inclino un cántaro y me pongo en un jarrillo de aluminio, agua del pozo de Juan Arias. De la fresquera, saco un trocito de pan de higo en vuelto en papel de estraza y me lo sirvo como postre. He cenado con mucho apetito y he quedado satisfecho. Al poco, tomo un libro infantil titulado "Corazón" cuyo autor es, Edmundo de Amicis. Leo dos capítulos a la débil luz del quinqué y noto que los párpados se me ponen pesados; así que, me meto en la cama y... hasta otro día.
Nota: cuando me tomo la libertad de mencionar los nombres y apodos de algunas personas, siempre lo hago con el mayor respeto y cariño.
Saludos de Manuel Méndez Compán.