Dicen que el primer amor nunca se olvida.
Yo creo que cuando se tiene buena memoria y los amores no han sido nubes de verano o meros escarceos sexuales, sino amores verdaderos, no se olvida ninguno, tanto si han sido platónicos como pasionales.
En los amores, se vuelcan y entremezclan, una serie de sentimientos como: deseo, ternura y pasión; deseo que enardece, deseo de estar junto a ese amor; ternura con la que lo miras, la suavidad y el esmero con que tocas y sientes todo lo que es suyo; pasión, la que te desborda y te hace estremecer sólo con una mirada o con un simple contacto.
Y aunque, el deseo, la ternura y la pasión son sensaciones propias de todos los amores pasionales que han ocupado tu vida, hay unos matices, que diferencian al primer amor de los demás; estos matices son: la ingenuidad y el despertar de los sentidos hacia esas sensaciones, y yo diría que hasta esa pizca de complicidad, que hay en los inicios del primer amor, es otro matiz diferenciador.
Con los lugares sucede lo mismo que con las personas pero hay alguna diferencia. Al tratarse de un lugar, esas sensaciones se traducen en: deseo de estar allí, de gozar de su paisaje, de su clima y de su gente; ternura hacia todo lo que es de ese lugar y a los recuerdos que de él se guardan; pasión, la que se pone al hablar del lugar, ponderando aquellas cosas que lo hacen diferente, que llamaron nuestra atención, haciendo que observáramos de otro modo aquellos pequeños detalles, que otros lugares no tienen.
En el fondo, los pequeños detalles son los que hacen que nos enamoremos de una u otra persona, de uno u otro lugar.
Pues bien, haciendo un símil con lugares y personas, y dando por válido el aserto de que el primer amor nunca se olvida, en lo que respecta a los lugares por mí conocidos, después de haber conocido otros, Rodalquilar es como mi primer amor, pues, fue allí donde esos matices diferenciadores, antes citados, tuvieron ocasión. La ingenuidad con la que todo lo vivía en la primera infancia, el despertar de mis sentidos hacia el espacio en el que me desenvolvía, al fijarme en detalles que antes desconocía o me habían pasado desapercibidos, y hasta esa pizca de complicidad con algunos rincones de este lugar, conocedores de mis pensamientos de adolescente en aquel tiempo.
Pero, de la misma forma que hay diferencias entre el primer amor y los siguientes, también existen diferencias entre el primer amor y el amor a un lugar.
Hablando de personas, el primer amor queda tan lejano en el tiempo, que sólo resiste una especie de imagen desdibujada, algo borrosa, de lo que fue; las ilusiones que en él se pusieron o las conversaciones que se tuvieron, quedaron tan olvidadas que a duras penas se podría enumerar alguna, persistiendo de todo ello, sólo, el título de primer amor; aunque, recuerdes la imagen de la persona, lo que significó en tu vida, e incluso no olvides aquello que te hubiera gustado decirle a ese primer amor una vez roto, en una posible conversación que hubiera surgido por un encuentro casual.
Hablando de un lugar, es todo lo contrario, se le ve tan próximo en el tiempo, que a veces da la sensación de que se continúa ligado a él; se le ve como si se tuviera una sensación de propiedad, de posesión, como que algo de aquel lugar te pertenece, como si uno tuviera algún derecho sobre el lugar, aunque, no tengas realmente ninguna propiedad tangible; como si se tuviera algún derecho de herencia por el mero hecho de haber nacido allí, de ser hijo de aquel pueblo; con éste no hubo conversaciones, pero sí se tuvieron ilusiones y pensamientos que permanecen en la memoria, y vivencias que son las que forman los recuerdos.
Este primer amor por una tierra, formó parte de mi infancia y mi adolescencia; dicen que los recuerdos de la niñez son los que menos se olvidan, y yo me reafirmo en ello, pues, lo veo por mí mismo y en este caso recuerdos y amor van de la mano. Esa es la diferencia del primer amor hacia las personas o hacia los lugares; de los amores ocurridos con las personas nos vamos olvidando y lo vivido en los lugares lo seguimos recordando. Como se suele decir, “la gente pasa y las obras quedan”, en este caso cambiemos obras por lugares.
Y ahora que lo pienso, ya no sé si Rodalquilar, ha sido mi primer amor, o, ¿será que es mi amor eterno?; aunque, también le tenga amor a otros lugares.
Un cordial saludo a todos los que entran en el foro de mi pueblo. Gildo.
Yo creo que cuando se tiene buena memoria y los amores no han sido nubes de verano o meros escarceos sexuales, sino amores verdaderos, no se olvida ninguno, tanto si han sido platónicos como pasionales.
En los amores, se vuelcan y entremezclan, una serie de sentimientos como: deseo, ternura y pasión; deseo que enardece, deseo de estar junto a ese amor; ternura con la que lo miras, la suavidad y el esmero con que tocas y sientes todo lo que es suyo; pasión, la que te desborda y te hace estremecer sólo con una mirada o con un simple contacto.
Y aunque, el deseo, la ternura y la pasión son sensaciones propias de todos los amores pasionales que han ocupado tu vida, hay unos matices, que diferencian al primer amor de los demás; estos matices son: la ingenuidad y el despertar de los sentidos hacia esas sensaciones, y yo diría que hasta esa pizca de complicidad, que hay en los inicios del primer amor, es otro matiz diferenciador.
Con los lugares sucede lo mismo que con las personas pero hay alguna diferencia. Al tratarse de un lugar, esas sensaciones se traducen en: deseo de estar allí, de gozar de su paisaje, de su clima y de su gente; ternura hacia todo lo que es de ese lugar y a los recuerdos que de él se guardan; pasión, la que se pone al hablar del lugar, ponderando aquellas cosas que lo hacen diferente, que llamaron nuestra atención, haciendo que observáramos de otro modo aquellos pequeños detalles, que otros lugares no tienen.
En el fondo, los pequeños detalles son los que hacen que nos enamoremos de una u otra persona, de uno u otro lugar.
Pues bien, haciendo un símil con lugares y personas, y dando por válido el aserto de que el primer amor nunca se olvida, en lo que respecta a los lugares por mí conocidos, después de haber conocido otros, Rodalquilar es como mi primer amor, pues, fue allí donde esos matices diferenciadores, antes citados, tuvieron ocasión. La ingenuidad con la que todo lo vivía en la primera infancia, el despertar de mis sentidos hacia el espacio en el que me desenvolvía, al fijarme en detalles que antes desconocía o me habían pasado desapercibidos, y hasta esa pizca de complicidad con algunos rincones de este lugar, conocedores de mis pensamientos de adolescente en aquel tiempo.
Pero, de la misma forma que hay diferencias entre el primer amor y los siguientes, también existen diferencias entre el primer amor y el amor a un lugar.
Hablando de personas, el primer amor queda tan lejano en el tiempo, que sólo resiste una especie de imagen desdibujada, algo borrosa, de lo que fue; las ilusiones que en él se pusieron o las conversaciones que se tuvieron, quedaron tan olvidadas que a duras penas se podría enumerar alguna, persistiendo de todo ello, sólo, el título de primer amor; aunque, recuerdes la imagen de la persona, lo que significó en tu vida, e incluso no olvides aquello que te hubiera gustado decirle a ese primer amor una vez roto, en una posible conversación que hubiera surgido por un encuentro casual.
Hablando de un lugar, es todo lo contrario, se le ve tan próximo en el tiempo, que a veces da la sensación de que se continúa ligado a él; se le ve como si se tuviera una sensación de propiedad, de posesión, como que algo de aquel lugar te pertenece, como si uno tuviera algún derecho sobre el lugar, aunque, no tengas realmente ninguna propiedad tangible; como si se tuviera algún derecho de herencia por el mero hecho de haber nacido allí, de ser hijo de aquel pueblo; con éste no hubo conversaciones, pero sí se tuvieron ilusiones y pensamientos que permanecen en la memoria, y vivencias que son las que forman los recuerdos.
Este primer amor por una tierra, formó parte de mi infancia y mi adolescencia; dicen que los recuerdos de la niñez son los que menos se olvidan, y yo me reafirmo en ello, pues, lo veo por mí mismo y en este caso recuerdos y amor van de la mano. Esa es la diferencia del primer amor hacia las personas o hacia los lugares; de los amores ocurridos con las personas nos vamos olvidando y lo vivido en los lugares lo seguimos recordando. Como se suele decir, “la gente pasa y las obras quedan”, en este caso cambiemos obras por lugares.
Y ahora que lo pienso, ya no sé si Rodalquilar, ha sido mi primer amor, o, ¿será que es mi amor eterno?; aunque, también le tenga amor a otros lugares.
Un cordial saludo a todos los que entran en el foro de mi pueblo. Gildo.