AMADOR Jiménez Herrero trabajó cuarenta años en Luzuriaga: se curtió como jurado de empresa en la época del Sindicato Vertical, vivió en primera línea la efervescencia laboral de los años setenta, fue jefe de calidad en uno de los talleres y tuvo que afrontar encargos difíciles y repentinos. Nunca perdió el sueño ni fue vencido por las preocupaciones. Hoy debe tomarse un tranquilizante cada vez que acude al pleno de Pitillas. «Es triste decirlo, pero es así», se lamenta. Desde que fue nombrado alcalde ya ha tenido que pasar por el juzgado de Tafalla con ocasión de una denuncia presentada por la oposición. Los problemas y la fractura social de Pitillas son un caso extremo, pero el desasosiego que a veces le invade a Amador Jiménez ilustra una característica del trabajo municipal. No es fácil «desconectar» de la alcaldía ni evitar las posturas encontradas entre los vecinos.
