Una cálida tarde de julio, atravesé el pequeño
puente, y me quedé contemplando la campiña de
Ibero... de pronto, escuché un tintinear de cencerros. Al voltear la mirada hacia el puentecito, veo con asombro un rebaño de
ovejas y
cabras que, adueñándose de él, regresaban al establo custodiadas por dos perros pastores...