CABAÑAS DEL CASTILLO: PARTE 5ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-...

PARTE 5ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-
agosto tanto con las gallinas adultas como con los polluelos. Ello las costó algún que otro escopetazo.

Por último estaba la zahúrda, sajurda, zahurdón, sajurdón, batuca, batucón o guarrera, que de todas estas formas y algunas más se nombraba, donde vivía el cerdo que serviría para la matanza anual. Podía coincidir que estuviera en la misma cuadra del burro, pero no era lo habitual. Lo normal es que la zahúrda estuviera en las afueras del pueblo y costaba de un hueco de piedra cubierto de tierra para que durmiera el animal y otra parte formando una especie de pequeño corral, donde se le echaba la comida directamente en el suelo o en el dornajo. La pequeña puerta de acceso era siempre de madera y se sujetaba mediante cuñas, también de madera, entallas a presión a golpes maza. Por lo que suponía y significaba había que asegurar a toda costa al cerdo.

Ya está la casa, con sus anejos operativos, terminada y preparada para recibir los distintos enseres que utilizarían sus habitantes. Estos eran tan escasos que a veces no llegaban ni a ser los imprescindibles, pero los que había se les daba la máxima utilidad, cumpliendo todos ellos la función para la que habían sido fabricados. Mentalmente entraremos en la casa recién construida y amueblada e iremos señalando los distintos “trastos”, como por allí se decía a los enseres con cierto tono despectivo dado su escaso valor físico.

Penetramos en el zaguán, que a la vez hace de cocina, cuyas dimensiones pueden ser de 6 x 3 metros, aproximadamente. Justo detrás de la puerta de entrada, colgada de una estaca a buena altura se observa una escopeta de avancarga, de un solo cañón, así como los útiles complementarios de la misma. Unos centímetros más adelante, sobre un corcho, hay una palangana de latón esmaltado de color blanco, con numerosos despostillones por todos lados. Dentro de la misma se observa un trozo de jabón casero tapando en parte una flor roja que aparece dibujada en el fondo, y por encima, sujeto a la pared con varios clavos, un trozo de espejo; al lado de éste, también suspendido de un clavo hay un trapo oscuro que hace la función de toalla y una bolsita de ganchillo de color azul de cuyo interior asoma un peine negro al que le faltan varías púas. En el rincón de la derecha según el sentido de entrada, desde el punto de arranque de la escalera que conduce al piso de arriba hasta el rincón, existe un pequeño hueco y en él observamos varias herramientas almacenadas, tales como una azada, un azadón, un zacho, un calagozo, una horca de cuatro dientes, un hacha muy afilada, una marra y junto a la misma dos o tres cuñas de acero, una azuela, una sierra de mano, un pico, una pala, un legón y una guadaña, y sobre todo ello, colgado en la pared, una barrena y una hoz con sus correspondientes complementos, entre los que destacan dos cuernos de toro acondicionados para llevar en ellos sal, aceite y vinagre (estos dos elementos se ponían juntos, pues al no ser miscibles se podían sacar y usar de forma independiente) que eran fieles compañeros de las faenas agrícolas veraniegas para poder hacer el gazpacho, comida refrescante y, muy habitualmente, única posible por su simplicidad y bajo coste; un poco más al lado también hay una criba, un zurrón y dos o tres astiles de distintos gruesos a medio hacer. Junto al zurrón hay colgada una garrota de buen tamaño hecha con un tallo de acebuche. A continuación está la escalera y debajo la alacena o fresquera, que no abriremos pues solo contendrá un poco de aceite, algún cacharro con garbanzos, un poco de tocino, unas cuantas patatas, si acaso unas cabezas de ajos y una ristra de pimientos secos, el pan del día y poco más.

En el rincón seguido, medio metida bajo el hueco de la escalera, hay una mesa camilla bastante desvencijada, sin faldas, y bajo la misma una tarimilla muy vieja con múltiples marcas de quemaduras. En el agujero del centro se observa un brasero vacío cubierto por una alambrera medio aplastada y en el interior una badila. Alrededor de la misma hay tres sillas de madera y eneas ennegrecidas y rozadas. En una de las paredes, detrás de la camilla, en el correspondiente hueco-repisa se ven empinados cuatro o cinco platos de cerámica, casi todos ellos despostillados y de distintos tamaños, con algunos motivos dibujados en sus centros y bordes, predominando el color verde, por lo que posiblemente estén fabricados en El Puente del Arzobispo (Toledo). Delante de ellos dos tazones, también de cerámica, colocados boca abajo y en el centro de ambos, una copa de cristal de gruesas paredes con sus aristas muy rozadas y del tamaño de un cáliz. Se ve que es una pieza muy antigua, sin duda ha pasado por herencia de generación en generación. También hay un vaso de buen tamaño tallado en madera y otro vasito muy pequeño de cristal con la capacidad de una copa pequeña, sin duda es el utilizado para invitar a tomar aguardiente a cualquiera que llegue a la casa en días señalados, tal como cumpleaños o el día de la matanza, copa de aguardiente que será obligado acompañarla, siempre que sea posible, de una exquisita perrunilla de las “del deo jincao” elaboradas por la dueña de la casa y cocidas en el horno del pueblo. (Este tipo de perrunilla, así denominado en Cabañas y otros pueblos de los alrededores, es extremadamente grande y gruesa, llevando en el centro un hoyo que se rellena de azúcar y está hecho con el dedo pulgar, de ahí el nombre. Dado que entre sus ingredientes está la manteca de cerdo, que las hace muy pesada, al unirse con el aguardiente, que no le iba a la zaga al alcohol de farmacia, era normal que quien tomara el combinado sufriera durante toda la mañana más ardores que una cabra harta de tomillo. No obstante, se aguantaban, y si era preciso o posible, se repetía, de esa forma se quitaban los ardores del primer lance, que no era poco.

En la pared frente a nosotros se abren dos puertas, correspondientes a las dos habitaciones dormitorios. Cada una de ellas tiene colocada una cortina de un trapo oscuro mil veces lavado. Entre ambas puertas, se extiende un poyo donde descansan dos cántaros de cerámica y otro de pequeño tamaño de cobre, todos con sus correspondientes tapaderas de corcho (denominadas “torteras” por similitud de forma y aspecto con las tortas. Sin embargo a un chico u hombre bruto o burdo se le denominaba peyorativamente “tortero”). Un cubo de cinc muy abollado y a su lado una caldereta de hojalata con una larga cuerda atada al asa para sacar agua de los pozos. Junto a ella hay un botijo de cerámica color rojizo y que ya perdió el piporro propiamente dicho y colgado justo encima, otro botijo de era o de carro suspendido de su cordel.

Como a un metro de altura, sobre todos estos recipientes hay clavada en la pared, con una pequeña punta, una estampa de la Virgen de Guadalupe y a su ladoa, una foto amarillenta, enmarcada pero sin cristal, del mismo tamaño, correspondiente a un soldado con el uniforme utilizado en Cuba por nuestro Ejército Colonial, fechada en La Habana en 1898. Se supone que la foto se realizó en los primeros días de dicho año, pues de inmediato estalló la Guerra que puso fin a nuestro imperio y no habría mucho tiempo para poses.

En el centro de la pared de la izquierda está la lumbre y junto a ella una trébede (las estrebes, como allí se llamaban). A su lado una tenaza propia para mover los tizones, y al lado del fuego un puchero tapado del que sale vapor y desprende buen olor, posiblemente se estén cociendo en él los garbanzos con un trocito de tocino, que no se comerá y será guardado para que al día siguiente sirva de comida, con un trozo de pan, del padre mientras esté trabajando en el campo o cuidando ganado, y unos centímetros de morcilla de lustre: Es el popular cocido, bastante pobre éste en ingredientes, pero cocido en definitiva. Colgado de las llares hay un caldero de hierro con agua caliente que desprende un ligero vapor. Delante del “fogal” está colocado boca abajo un cajón de madera, de unos cincuenta centímetros de altura, que hace de mesa, y sobre él cinco cucharas. En torno a la improvisada mesita de comedor hay cuatro asientos de corcho y una silla muy bajita destinada en exclusiva para uso de la dueña de la casa y que en su día, pegada a la pared, junto al fuego, será el asiento del más anciano de la casa, o sea, al abuelo. (Es indudable que la familia que ocupa la casa está a punto de comenzar a comer… si no les quitan antes la comida las moscas, pues hay tantas que si todas se pusieran a volar hacia arriba a la vez, levantarían la casa en el aire sin dificultad alguna). En la cornisa de la....../.......