CABAÑAS DEL CASTILLO: PARTE 4ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-...

PARTE 4ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-
cerdo sacrificado en “la matanza”. Desde la vigas del techo a “la enramá”, solía haber escasos centímetros, y su colocación en la cocina era obligada, toda vez que en los primeros días, tras ser hechos los embutidos, si se producía mucha humedad debido a lluvia intensa y sobre todo con la niebla, era fácil que no secaran y terminaran estropeados; para evitarlo se atizaba constantemente el fuego consiguiendo el pronto secado. (Como “la matanza”, merece comentario aparte, no nos extenderemos aquí sobre la misma).

La sujeción de “la enramá” a las vigas del techo era obligado hacerla con alambres, lo más finos posibles, a fin de evitar que los ratones pudieran bajar a través de ellos y alcanzaran los embutidos, los cuales comían. Sin embargo no era lo peor lo que comieran, pues solía ser poca cantidad, sino que se dedicaban a roer las cuerdas de las que pendían cayendo éstos al suelo, lugar donde los gatos daban buena cuenta de ellos en el transcurso de la noche. Es esta la única colaboración que se conoce entre ratones y gatos, pues nadie en el pueblo, ni aún los más viejos, relataron jamás conocer ninguna otra, sin embargo esta operación combinada la efectuaban a la perfección y, además, de forma respetuosa y en debida forma, como debe ser, pues los ratones estaban arriba, en “la enramá”, y los gatos en el suelo y nada mejor para mantener la colaboración y la amistad que guardar las distancias y trabajar en silencio. Las ratas, que también eran muy numerosas, no solían atacar “la enramá”, simplemente porque su tamaño no las permitía pasar a través de los pequeños agujeros de “el doble”. No obstante se dedicaban a hacer sus estragos en el grano, bellotas y cuanto podían, y no faltó ocasión en que mordieran en la cara y las orejas a algún bebé que se encontraba en la cuna, pues eran numerosísimas. Si contra los ratones se utilizan trampas corrientes, de andar por casa que diríamos, contra las ratas se utilizaban serios y contundentes, no faltando ocasión en que alguien perdiera los nervios o se le inflaran los “güevos” que viene a ser lo mismo, –perdón por la expresión al estilo de la zona, que puede sonar mal pero es altamente expresiva-, y tirara de escopeta contra tan facinerosos roedores. Puede asegurarse que los que se dejaron echar la vista encima mordieron el polvo, pues no es necesario decir, por ya haberlo hecho, la afición escopetara que había entre la población masculina del pueblo (*). Otros, con ánimo ejemplarizante, atrapaban viva a alguna de estas delincuentes y con un fino alambre la colgaban por el cuello en las vigas de los sobrados para que las demás tomaran nota a través de sus agónicos chillidos y posterior olor; otras directamente eran destripadas regando con su sangre todos los rincones de las mismas estancias, pero según parece, al día de la fecha la batalla se inclina a favor de las ratas, pues aquellos guerreros humanos en su mayoría, aunque curtidos en mil batallas, el tiempo ya les quitó de en medio, y los pocos que quedan están a punto de entregar la cuchara, mientras que las ratas siguen campando a sus anchas por todo el pueblo. Veremos cómo termina la película si es que algún día termina habiendo ratas de por medio.

(*) La afición a la escopeta y la caza era tal que en no pocas ocasiones las mujeres consideraban que sus hombres abandonaban algunos deberes religiosos y tareas caseras, incluso atenciones sobre ellas mismas y, a pesar de aportar en buena medida parte de la carne necesaria en el hogar, hacían causa común con el cura que de vez en cuando amenazaba con enviarles al infierno sin traje de amianto, y, solidariamente por su parte, los recriminaban la incontrolada vocación que sentían por Diana, y además de calificarles de “mentirosos y exagerados como cazadores”, tratando de zaherirles lo más posible en su ego cazador, los vaticinaban el mismo fin que a una vulgar prostituta (de las de entonces, claro), y no se arrugaban al soltar públicamente una frase que es todo un poema. Decía así: “A la puta y al escopetero, a la vejez los espero”. Sin comentarios.

Una vez terminada la construcción, se procedía al lucido de paredes, dejando en la mayoría de los casos la fachada principal a piedra vista, toda vez que el lucido con barro pronto sería arrastrado por el agua, y la argamasa era cara, por lo que no solía utilizarse, excepto en el interior. Aunque no siempre, el zaguán, o sea la estancia de entrada, que hacía también de sala de estar y cocina, solía lucirse con cal y arena, que después se pintaba de blanco mediante el procedimiento de encalado. Las habitaciones posteriores, destinadas a dormitorios, podían estar lucidas con la misma argamasa o con barro, siendo la pintura por encalado o con una lechada de barro rojo. En ocasiones también se dejaban sin lucir y se pintaba directamente la piedra. En todos los techos de la planta baja, que no era otra cosa que “el doblado”, se dejaba la madera con su coloración natural, sin aplicarle pintura de ningún tipo, siendo ennegrecida por el humo en poco tiempo, lo que en realidad, durante los primeros años, realzaba el color del roble, resultando una tonalidad muy atractiva a la vista, hasta que desaparecía bajo la perpetua acción del humo.

Las estancias de la parte alta, o sea los sobrados, no se lucían ni se pintaban, ni siquiera aunque alguno de ello se tuviera que utilizar como dormitorio forzados por la necesidad del crecimiento incontrolado de las familias, pues era muy normal un número de hijos que oscilara de cuatro a ocho y en ocasiones bastantes más; ello hacía que se viviera con cierto hacinamiento y las dos o tres camas de las que se disponían estuvieran ocupadas por varios miembros a la vez, teniendo otros que alojarse en jergones de paja en los desvanes.

Como último retoque se procedía a colocar algunos pares de estacas clavadas en la pared al mismo nivel para hacer repisas apoyando una tabla o trozo de corcho. También se colocaban algunos clavos en los costados de las vigas y estacas aquí o allá en las diversas paredes. En cualquier caso siempre había más punta, clavos y estacas que cosas que colgar, aunque eso no contaba demasiado. Lo importante es que hubiera estacas clavadas en la pared, pues daban cierta impresión de abundancia, mientras que la falta de las mismas era mal augurio, pues quien no las ponía es que no tenía nada que colgar. Tan mal presagio era que habitualmente se utilizaba una frase al respecto para indicar el resultado de un robo o la extrema pobreza, y así se solía decir al referirse a las personas en citada situación y más aún a su vivienda: “En esa casa no queda ni estaca en pared”, indicando con ello que no había absolutamente nada, ni siquiera que comer, por lo que el siguiente paso de sus moradores sería el campo del hambre y la indigencia. Se entiende el por qué era habitual tener varias estacas por las distintas estancias de la casa aunque no sostuvieran nada.

Como complemento de la casa, aunque casi siempre separada de la misma, estaba la cuadra, casilla o burrera, que era una simple estancia-establo para guardar la paja o el heno y los aperos de labranza, que contaba con una pesebrera donde comía el burro que se guarecía en la misma. El perro solía dormir junto al burro, aunque en ocasiones se le dejaba suelto por las calles para que ahuyentara a zorros y lobos de los alrededores, o cuidara de la casa avisando al dueño con sus ladridos. De vez en cuando era obligado sacar el estiércol producido, que era aprovechado para el pequeño huerto, en caso de que se poseyera, de lo contrario se tiraba en estercoleros comunes que unas veces estaban en los extramuros del pueblo y otras en el interior, aprovechando cualquier rincón de las calles, de donde posteriormente se llevaría a diversas fincas de labranza u olivares.

El gallinero, también separado de la casa, en algunas ocasiones estaba en la misma cuadra del burro, con dos o tres palos para que se subieran las gallinas a dormir y unos nidales al efecto. Si este era el caso, a cierta altura del suelo, y cerca de la puerta se solía practicar un agujero en la pared para que entraran y salieran las gallinas, era la hornilla, “jornilla”, en pronunciación propia del lugar. Agujero que por las noches se taponaba fuertemente con un madero o piedra a medida para evitar que entraran depredadores. También el gallinero podía estar fuera del pueblo, incluso en algún pequeño huerto. En este caso había que cuidar mucho los cerramientos, pues las zorras, jinetas y comadrejas las atacaban de noche de forma inmisericorde, mientras que de día las águilas, halcones, milanos, cuervos y hurracas, hacían su...../.....