CABAÑAS DEL CASTILLO: PARTE 3ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-...

PARTE 3ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-
granítica (en ocasiones se utilizaban trozos de piedras de molino ya desechadas), pues las lanchas, sobre todo las pizarrosas no eran útiles y sí peligrosas por descomponerse con la elevada temperatura del fuego, proceso durante el cual estallaban, saltando pequeñas y afiladas esquirlas a gran velocidad. Los ladrillos, aunque se fabricaban en los mismos lugares de las tejas, no eran adecuados para este menester, ya que al no ser refractarios se descomponían en poco tiempo con el fuego.

En la mayoría de las ocasiones en que la lumbre estaba en la planta baja, sobre el “fogal” se construía la chimenea, la cual llevaba en su parte inferior y por todo el borde exterior una pequeña cornisa donde se colocaban distintos útiles. En algunos casos no se construía chimenea dejando que el humo escapara por donde pudiera, en especial por el postigo de la puerta y una pequeña ventana que solía abrirse frente al fuego para el mismo efecto y ventilación de la estancia cuando estaba el ambiente demasiado cargado. Si el fogal estaba sobre “el doble”, o sea en la planta alta, nunca se construía chimenea, pues el humo escapaba fácilmente por el tejado entre las separadas tablas y los huecos que dejaban las irregulares tejas por ser hechas a mano, como se ha dicho. Tanto abajo como arriba, con chimenea o sin ella, siempre era obligado colocar en la vertical sobre el punto donde se haría el fuego y a unos dos metros de altura, una gran estaca de madera o hierro, cuya función era sujetar las llares, que consistían en una cadena de fuertes eslabones, fabricadas siempre por el herrero del pueblo, con ganchos que se podían poner a más o menos altura para colgar calderos y calentar agua o hervir distintos productos. Ni que decir tiene que las llares estaban totalmente ennegrecidas por el constante hollín que recibían. Tan negras estaban que solía ser un referente a la hora de hablar sobre algo que fuera de ese color, y así se decía: “Tal o cual cosa es o está más negro que unas llares”, significando con ello que su color era negro muy intenso. Y en no pocas ocasiones, cuando algo estaba muy sucio y con costra, era frecuente la expresión, “eso tiene más mierda que unas llares”.

Como punto final de la construcción se colocaban puertas y ventanas. La puerta de entrada, siempre de madera armadas con clavos de fragua, solía encajar en su marco correspondiente aunque en ocasiones extremas se prescindía de éste. Solía constar de dos partes: La inferior denominada puerta propiamente dicha y la superior que se llamaba postigo o portón. Éste podía abrirse y cerrarse con independencia de la puerta, no así ésta que solo se podía abrir si a la vez lo hacía el postigo o ya se encontraba abierto. De esta forma, con la puerta cerrada y sujeta por un cerrojo o tranca interior, el postigo se podía mantener abierto, con lo que se dejaba pasar la luz y, a la vez, se evacuaba el humo de fuego. En el postigo o portón se incrustaba la cerradura, que se trataba de una llavera construida por el herrero y cuya llave era enorme, llegando en algunas ocasiones a medir más de veinte centímetros de longitud y a tener un peso próximo al medio kilo. Dada las dificultades sólo se fabricaba un ejemplar, por lo que si había varios habitantes, cuando todos estaban fuera de la casa, la enorme llave se escondía en algún lugar convenido, normalmente un agujero de la pared. Si dejaba de funcionar o se perdía, la puerta terminaba sujeta desde el exterior con un candado o una simple cuerda amarrada a una estaca clavada en la pared y por el interior con una tranca que se pasaba por un agujero practicado adecuadamente en la pared. Las mujeres solían clavar en los postigos una pequeña cruz hecha con tallos de la “Hierba de San Juan”, pues decían que traía buena suerte siempre que se hubieran cortado, precisamente, durante la mañana del día de San Juan, que se celebraba el día 24 de junio, y por su colorido también servía como adorno. Es indudable que esta costumbre tenía connotaciones con los ritos mágicos-religiosos de esta fiesta ancestral. Por su parte los hombres recordaban más la dimensión lúdica de la misma y lo hacían con este pareado: “La mañana de San Juan, cuando la zorra madruga / el que borracho se acuesta, con agua se desayuna”. Lo de la sed producida por el exceso de alcohol es fácilmente entendible, si bien, nadie aclaró nunca el papel que hacía una zorra madrugando el día de San Juan, pero es indudable que algún significado tendría. También solía verse junto a la citada cruz, un ramo de olivo de los bendecidos por el cura el día del Domingo de Ramos, teniendo el mismo sentido que la cruz de hierba, pero sobre éste asunto no había pareados. Se supone que un árbol que da aceite merece más respeto que unas hierbas aunque sean de un santo. En cambio aún no se observa colgada en la misma ni junto a ella, la verga o la hiel del cerdo, toda vez que aún no se ha realizado matanza alguna en esta nueva casa.

En la parte inferior de la puerta se practicaba un agujero circular de unos doce o quince centímetros de diámetro destinado al paso de los gatos, por lo que se llamaba la gatera. En algunas ocasiones la gatera se abría paso en las ventanas en lugar de la puerta. En la parte exterior de la puerta, en lugar próximo a ella, se solían poner fuertemente clavadas en la pared unas estacas o anillas de hierro cuyo objetivo era atar burros, mulos o cualquier otro animal de forma momentánea mientras el dueño estaba dentro de la casa. Lo frecuente era que estos puntos de amarre estuvieran al lado contrario del ventanuco de la cocina que solía alojar algún geranio o clavelera, para evitar que el animal allí sujeto se entretuviera en comerlos mientras esperaba que lo recogieran. En alguna ocasión y si la anchura de la calle lo permitía, en el lugar más adecuado de la fachada se plantaba una parra, que una vez alcanzado el tamaño adulto se extendía sobre unos palos adecuadamente colocados en horizontal que formaban el parral, dando además de los frutos propios, sombra que impedía a los rayos solares penetrar por la puerta. Junto al tronco de la parra se levantaba un poyo de piedra para sentarse al fresco en las noches estivales y junto al mismo era normal colocar un cubo viejo lleno de tierra para sembrar hierbabuena, cubo que en alguna ocasión se colgaba de un gancho en la pared para evitar que los perros marcasen su territorio sobre la hierba que serviría para aromatizar el cocido, entre otros usos.

Las ventanas eran escasas y casi siempre de tan reducidas dimensiones que podría hablarse de simple ventanucos por los que era difícil que pasara el cuerpo de un hombre adulto. Una de ellas, a veces la única de la planta baja, se solía practicar, como ya se apuntó, frente al lugar donde se haría el fuego, y en alguna ocasión solía tener como elemento de seguridad un simple palo o hierro colocado en vertical en su centro, a manera de reja. La ventana propiamente dicha, solía ser de madera, con o sin gatera, y se cerraba por dentro con una pequeña tranca o piedra para que no la abriese el aire. En ocasiones consistía sólo en una placa de corcho que encajaba en el hueco. Por el lado exterior, aprovechando el vano, solía colocarse un pequeño cacharro, junto al geranio o la clavelera, para sembrar perejil.

En la parte alta de la casa no siempre había ventanas y cuando así era, su tamaño era mínimo, siendo su cierre, si existía, similar al descrito para la ventana del bajo. También en ellas se practicaba algún agujero para facilitar el paso de los gatos, que desde la calle solían trepar por la parra para alcanzar los sobrados a través de estas ventanas.

Las estancias interiores solían carecer de puertas, teniendo colocadas cortinas de simples trapos y en numerosas ocasiones sin nada.

Bajo el hueco de la escalera que comunicaba con la planta alta, se hacía una pequeña fresquera, o alacena con el fin de mantener en las mejores condiciones posibles los alimentos que hubiera. Los más delicados, como podía ser la leche, una vez hervida tan pronto llegaba a casa, se solía guardar en algún hueco del fondo de las habitaciones posteriores, pues al estar bajo tierra eran los lugares más frescos de la casa.

Por último, y como elementos que aunque no necesariamente eran propios de la construcción de la vivienda, pues se podían añadir en cualquier momento, también se colocaba, la clásica
“enramá”, llamada así por consistir en largas varas obtenidas de ramas, y que se colgaban de forma paralela unas a otras de las vigas del techo de la cocina formando un entramado de ramas o varas, de las cuales penderían en su momento los embutidos y partes de despiece del......./.......