CABAÑAS DEL CASTILLO: PARTE 2ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-...

PARTE 2ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-

Era habitual ir a buscar las vigas de roble a los bosques que están un poco más arriba de Solana hacia el puerto de Berzocana, donde crecen abundantes árboles de esta especie. Una vez elegidos los árboles adecuados se procedía a su tala y limpiado del follaje. Cuando quedaba limpio el tronco, que constituiría la viga en sí, se efectuaba un agujero transversal mediante una barrena de grandes dimensiones en su extremo más grueso. Por este agujero se pasaría después una cadena o cuerda para ser remolcadas, una a una, mediante arrastre por tiro de caballerías hasta Cabañas, (¡unos diez o doce kilómetros por sendas de montaña abrupta arrastrando troncos con una longitud de entre seis y ocho metros!). Una vez en el destino se procedía al descortezado total, recortado de nudos, corte adecuado, perfilados de asiento y posterior colocación en su sitio tras haberse secado, lo que obligaba a su corta algún tiempo antes de proceder a la construcción de la vivienda, pues de colocarlas y cargarlas estando verdes, solían vergar, o sea curvarse con facilidad. La distancia de colocación solía variar en función del grosor y del peso que tuvieran que soportar. No era lo mismo que una estancia (sobrados), se destinara a dormitorio o cocina, o que se depositase en ella un buen número de fanegas de grano o bellotas. Todos ellos eran factores a tener en cuenta a la hora de calcular resistencias que a falta de conocimientos técnicos, se hacían por simple lógica: “Si soportan lo mucho, también soportarán lo poco”.

Sobre las vigas colocadas y junto a las paredes, por su parte interior, se colocaban unos tablones a modo de andamiaje, para seguir levantando las paredes del piso superior. Debido a que las paredes de piedra son extremadamente pesadas, y el barro no daba demasiada consistencia a las del piso bajero, ahora se trataba de levantar las paredes de la planta superior a cota de techumbre procurando que fueran lo más livianas posible. Para ello se abandonaba la piedra y se recurría a la tapia, con lo que las paredes se reducían considerablemente en grosor, llegando hasta los 50 centímetros aproximadamente. La tapia, además, es un buen aislante térmico.

La construcción de este tupo de paredes se efectuaba por bloques, siendo unas medidas bastante utilizadas las de uno a dos metros de longitud por uno de altura y por los cincuenta centímetros citados de grueso, incluso algo menos. Una vez debidamente armado y sujeto el correspondiente encofrado de madera se procedía a rellenar el mismo con tierra amasada con agua y paja, dejando el encofrado el tiempo suficiente para que el barro tomara forma y no se desmoronase al ser retirado. Después de ser retirado el encofrado habrían de transcurrir varios días para que el secado natural diera suficiente consistencia a la pared así formada y aguantara sobre sí otro nuevo bloque de tapia. En el caso, bastante frecuente, de que la parte trasera de la construcción estuviera toda ella bajo tierra, el tapial correspondiente al piso superior, así como las superficies de las laterales que también estuvieran en contacto con el talud de la excavación se construían en piedra, pues en caso contrario la humedad del terreno habría pasado a la tapia descomponiéndose ésta en forma de barro, tan pronto hubiera absorbido el agua suficiente.

Las alturas que alcanzaban las tapias eran muy variables, toda vez que estaban destinadas a alojar los sobrados o desvanes. Como se dijo anteriormente, al quedar el tejado por la parte trasera a ras del suelo, por razones de inclinación del terreno, obligaba a tender el tejado en una sola vertiente, siendo normal que las tapias en la parte frontal levantaran, sobre “el doble”, un metro escaso con el fin de conseguir la máxima pendiente posible del tejado, que siempre era escasa. Debido a esta circunstancia por esa zona de los sobrados, los usuarios de la vivienda se verían obligados a andar agachados. Por otro lado las posibles ventanas, que no siempre se practicaban, debían ser de un tamaño tan pequeño que en ocasiones se quedaban
en simples hornillas. En caso de que la parte trasera lo permitiera y se pudiera hacer el tejado a dos vertientes, lo que no era frecuente, la cumbrera quedaba a escasos dos metros del “doble”, y la parte anterior y posterior del tejado al escaso metro referido, y a veces a cero altura en la parte posterior, o sea que el tejado terminaba apoyado en la pared junto al mismo “doble”.

Para sostener el tejado se utilizaban también vigas de roble y se colocaban las tablas que sostendrían las tejas a “salto de rata”, que no es otra cosa que colocar unas tablas de otras a una distancia de unos diez centímetros, con el fin de ahorrar madera, (esta distancia obligaba a las ratas en sus correrías por el tejado a saltar de tabla en tabla –de ahí el nombre de la posición de las tablas-, y también se podían observar, de vez en cuando a las culebras, sobre todo la culebra de tejado, deslizándose sobre las mismas a la caza de ratas y ratones). En algunos casos, las tablas eran sustituidas por tallos de jaras bien agrupados y aplastados que hacían el mismo efecto, aunque más irregular que las tablas. Bien sobre las tablas, bien sobre las jaras, se colocaban siempre tejas árabes. Estas tejas estaban hechas artesanalmente tanto en el tejar de Cabañas como en el de Solana, teniendo parecida calidad, pues las tierras utilizadas eran idénticas y el proceso de amasado y cocido el mismo. El tejar de Cabañas desapareció antes, pero el de Solana siguió produciendo, posiblemente, hasta los años sesenta. Por todos los bordes del tejado, así como la cumbrera, se colocaban piedras de un tamaño determinado para que sin obstaculizar a las aguas que corrieran por las canales, sujetaran a éstas y a las cobijas, sin llegar a aplastarlas por excesivo peso, consiguiendo con ello que el viento no pudiera levantarlas, toda vez que las mismas no se fijaban con argamasa alguna. No era frecuente la utilización de canalones, aunque en alguna ocasión se observó alguno de hojalata y con mayor frecuencia de corcho apoyado en estacas de madera, al menos recogiendo las canales que caían directamente sobre la puerta de entrada.

Una vez terminado el tejado, o cogidas las aguas, se procedía a colocar las tablas del doblado y a construir la escalera que uniría la planta baja con los sobrados. Esta escalera lo mismo podía ser de madera que de mampostería, colocando en este caso sobre los escalones lanchas pizarrosas, con preferencia azuladas, pues eran muy apreciadas entre las mujeres; en cualquier caso no solían tener barandilla de protección alguna. Con el mismo tipo de lanchas se cubriría todo el suelo de las estancias del bajo, procurando que las juntas fueran lo más pequeñas posibles, las cuales en algunos casos se rellenaban con argamasa de cal y arena.

En la estancia que se destinaba a cocina, que solía estar en la parte baja, (en alguna ocasión también se instalaba en los “doblados”, pero no era el lugar preferido porque los tizones rodaban con facilidad y podían ir a quedar sobre las tablas, con el consiguiente riesgo de incendio), se construía el hogar, que popularmente se le llamaba el “fogar” y con preferencia el “fogal”, pues por esta zona la gente parece que no encajaban demasiado bien eso de que la letra “h” no tuviera sonido en ciertas palabras, y la transformaban a su manera en letra sonora. Así se decía “jiguera” por higuera, “jigo” por higo, “jacha” por hacha, “jongo” por hongo, etc., o como en este caso que la pronunciaban como “f”. Era su forma de hablar y, desde luego, tan respetable como cualquiera otra, pues en realidad no es que hablasen mal el español o castellano, sino que hablaban bien el extremeño, o por no ir demasiado lejos en temas que están tan pocho-manidos que hasta huelen mal, diremos la forma de hablar en Extremadura, sobre todo en muchas zonas rurales, donde estas pronunciaciones y otras por el estilo eran normales por la habitualidad y extensión de su uso por todo el pueblo, (leer, por ejemplo, la obra del poeta Gabriel y Galán), aunque ciertamente al día de hoy, a medida que el nivel cultural ha ido elevándose y el aislamiento reduciéndose, cada vez se van oyendo menos estas formas de hablar.

Dicho hogar, o “fogal”, consistía en un rectángulo más o menos grande (1 x 2 metros solía ser una medida bastante utilizada), con el borde hecho de ladrillos y de unos veinte centímetros de profundidad, el cual se rellenaba de tierra o arena, cubriéndole con lanchas iguales a las del suelo, excepto la zona justa donde se hacía el fuego que tenía que ser forzosamente de piedra...../.....