CABAÑAS DEL CASTILLO: (PARTE 2ª DEL COMENTARIO: LA LUZ EN CABAÑAS….) para...

(PARTE 2ª DEL COMENTARIO: LA LUZ EN CABAÑAS….) para los menesteres recaudatorios siempre iban de día y, a ser posible, con sol, y por ello continuó por muchos años la curiosa contradicción de un pueblo que por la belleza del entorno y su altitud podría decirse que estaba en el cielo, mientras que por las noches quedaba inmerso en las tinieblas del infierno. Así las cosas es fácil inferir que debió existir, además del olvido, una posible dejación de funciones, y desde luego una flagrante injusticia social por parte de la Administración hacía los habitantes de un pequeño pueblo que, por escasos que fueran, eran tan ciudadanos españoles como cualesquiera otros habitantes de los demás pueblos y capitales del Estado. Esto es algo que no admite discusión.
El hecho de que la carretera, por llamarla así en lugar de senda de cabras que sería más adecuado, no llegase hasta la población era un gran inconveniente, pero salvable, pues siempre quedaba el recurso de echarse las alforjas, el saco, o al enfermo de turno a cuestas, encima de una caballería, o de una talanquera o parihuela y tirar por caminos llenos de piedras o campo a través saltando paredes y matorrales hasta llegar al camino vecinal donde un posible vehículo fuera utilizado. Que no hubiera una fuente en medio de la plaza o agua corriente en las casas era otra desgracia grave, pero se soportaba usando el campo, tras las paredes de los cercados o entre los espesos matorrales, como w. c. y bebiendo gracias al esfuerzo femenino, como se dijo. Pero no disponer de luz, de alumbrado, al menos durante las horas de la noche no era un inconveniente, ni una desgracia, era, hablando en roman paladino, una gran putada, y más teniéndola otros pueblos a escasos kilómetros durante muchos años antes.
Si alguien duda de que no tener luz eléctrica en casa es lo que se ha dicho, exactamente, sólo tiene que ir al cuadro eléctrico que hay dentro de su domicilio, abrir el interruptor general y permanecer así, digamos, una semana. Sólo una semana alumbrándose únicamente con un candil de aceite –no con infinidad de candiles y/o velas encendida-. Decimos un candil, sin más; y si algún experimentador no sabe cómo funciona, con mucho gusto se le explicará desde este mismo foro; pero en todo caso uno sólo, que es lo que había en cada casa. ¡Ah!, y todos los aparatos eléctricos, como frigorífico, lavadora, lavavajillas, estufas, aires acondicionados, televisores, radios, ordenadores, móviles, taladros, máquinas de afeitar, secadoras/as, ventiladores, batidoras, etc., ¡Nada de nada!… ¿Qué?... ¿Qué la batidora hay que hacerla funcionar porque hay niños pequeños?. ¡En absoluto!. También los había en Cabañas y no había batidoras, o ¿cómo piensan que se reproducía allí la gente?... ¿Mande?... No, tampoco la lavadora; la ropa sucia que la coja en un cesto la señora, o ahora en igualdad de condiciones, el señor, o los dos para más igualdad, y al río o arroyo más próximo a lavarla. Y se repite: Nada de chismes eléctricos, todos totalmente apagados, fuera de servicio, como si no existieran, pensad que al candil no se pueden enchufar y es toda la “energía eléctrica de que se va a disponer durante una semana”. Para evitar divorcios, suicidios y estampidas de todo tipo, al audaz experimentador se le da la oportunidad de ir al supermercado y comprar pan de molde y comida prefabricada. ¡Ah!, también puede utilizar el coche si no es eléctrico, no vaya a ser que pierda el trabajo que tiene en la oficina o en la fábrica y además de estar alumbrándose con un candil tenga que terminar dando vueltas en la besana de un pegujal, que nunca se sabe.
El que se haya atrevido a experimentar, si es que ha habido alguien, aparte de demostrar que tiene dos pelotas bien puestas y del tamaño de las que hace gala el caballo de Pizarro en la plaza de Trujillo (Cáceres), habrá comprobado lo jodido y difícil que resulta estar una semana dependiendo, para ver de noche, de la luz de un candil de aceite, con todo los inconveniente colaterales que ello conlleva. Así, por ejemplo y esto ocurría con bastante frecuencia, si ha intentado leer el periódico en estas condiciones es probable que se haya chumascado las cejas o el flequillo, pues a tan escasa distancia del candil se habrá tenido que poner para poder ver las letras que es muy probable que se haya hecho los tirabuzones de forma gratuita. En ese momento obedeciendo al instinto, habrá saltado hacia atrás y lo normal es que haya enganchado de alguna forma al candil, bien con la cabeza, el hombro o el brazo, el cual habrá salido apagado y descompuesto, disparado por el aire y manchando de aceite todo cuanto se encontrase en un círculo de dos o tres metros. Casi en el mismo instante también habrá podido escuchar las voces desaforadas de su esposa o compañera amenazándole con las siete plagas de Egipto, mientras que él, con el pelo quemado, bañado en aceite y más turbado que una mona, trataría en total oscuridad de buscar una cerilla para poder ver y encontrar las dos partes del candil, recomponerle y, tras colocarle una “torcía” de trapo y un poco de aceite, volver a encenderle. (Si la cabellera quemada es de la mujer, la cosa puede terminar con la ejecución del osado experimentador, y, aunque no se tiene conocimiento de la aplicación de la pena capital por esta causa en ninguna ocasión, a veces no anduvo lejos, así que mejor no contemplar tal posibilidad). Por otro lado se pasarán un buen rato tratando de hacer desaparecer las manchas aceitosas y tras terminar, cuando lleguen a la cama y cierren los ojos, sentirán, aparte de un cabreo olímpico, un ligero y persistente escozor en los ojos. Habría que recomendarles tranquilidad y que no perdieran la calma y salieran corriendo para el galeno, pues es cosa lógica y normal. El mismo escozor, pero mucho más agudizado, lo sentían los habitantes de Cabañas, toda vez que además de tener que ver durante la noche con la luz del candil, de forma continuada tenían que soportar el humo de la lumbre, que según el tipo de leña y la dirección del aire que podía impedir que el humo saliera a través de la chimenea o las tejas si no existía aquélla y casi nunca existía, podían convertir la cocina y la casa entera en una auténtica zorrera, en la que era tan difícil ver como respirar, siendo frecuentes las salida a la calle para aliviar los pulmones y los ojos, momentos que se aprovechaban para dejar abiertas puertas y ventanas con el fin de descongestionar el ambiente. A pesar de todo había casas que por el lugar donde estaban construidas y por su propia estructura eran cuevas que no se descongestionaban jamás, estando todas sus paredes, techos y enseres negros por el hollín adherido, debido a la gran cantidad de humo que constantemente se producía. Cabe preguntarse si sus habitantes no serían seres anaerobios, pues de otra manera es difícil imaginarse a nadie viviendo allí dentro sin perecer por asfixia. En estas condiciones cavernarias son inevitables las conjuntivitis…, así que como se dijo, un ligero escozor en los ojos del supuesto experimentador y/o parienta, sería normalísimo y nada preocupante, así que no habría razón para quejarse por tan poca causa.
Los cabañegos tenían mayor motivo y tampoco se quejaban, claro que contaban con la ventaja de la costumbre, pues nacían cerca del fuego y a la luz del candil; si tenían que salir a la calle durante la noche, se veían obligados a portar un farol de aceite, que en esencia viene a ser un candil dentro de un prisma de cristal para que el viento no lo apague y con el que no se consigue ver más allá de tres pasos; tras setenta, ochenta o más años, entre candiles, faroles y humo de la lumbre –no olvidar que al quemar madera, entre otros gases, se desprende alcohol metílico, el cual respiraban diariamente en ambientes cerrados con todos los inconveniente oculares y demás que ello ocasiona-, morían y eran velados con la misma luz, a veces producida por el mismo candil que estuvo presente en el parto, pues eso sí, estos artefactos tenían la ventaja sobre las bombillas de que no se fundían nunca, ya que eran eternos por indesgastables e indestructibles; no debe olvidarse que solían estar hechos por el herrero del pueblo. En una palabra: Estas personas nacían, vivían y morían pegados a un candil de aceite y al fuego, por lo que sus ojos sufrían frecuentes y serios escozores, los que soportaban con la resignación que produce lo inevitable y la costumbre que da el uso, así que no se quejaban, ¿para qué?.
Hasta los últimos años de la década de los sesenta los habitantes de Cabañas se alumbraron durante la noche exactamente igual que lo habían hecho desde hacía 800 años, con los mismo artilugios que lo hicieron los romanos hace 20 siglos, o sea con el susodicho candil de aceite, y......./......