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ORELLANA LA VIEJA: Maria Luisa: y las "rebanás" untá con mateca y un roción...

PAN DE DIOS II

Había varios hornos en nuestro pueblo además de la Fábrica de Risco: El de “la Moya”, el de la tía Julia “La Zoa” y el de la Manuela “La Carrera”. A estos hay que añadir uno que pusieron después “Los Michorros” y el de la familia del forero Pino. Estos hornos se calentaban a base de leña, generalmente de jara que una legión de hombres arrancaban del monte todos los días. Salían muy de mañana con los burros hacia “ El Valle” y volvían cargados con cuatro haces que dejaban en la tahona correspondiente y por los que recibían unos cuantos panes con los que alimentaban a sus familias.
La costumbre de amasar el pan en casa se fue abandonando en la medida que la maquinaria se imponía en las panaderías. Con ello se suavizó un poco la tarea de la mujer a la vez que se podía consumir pan del día. No obstante durante mucho tiempo se siguió, para adquirirlo, el sistema de “los vales” que sustituía, en cierta manera, al escaso dinero que disponían las familias. Esto consistía en lo siguiente: El agricultor llevaba, a la tahona de la que era cliente, una fanega de trigo por lo que le correspondía un número determinado de panes. (Esto varió con el tiempo). El “panaero” le entregaba entonces unos “cartoncitos”. de distintos colores según el valor, en los que se podía leer cuando la mugre almacenada por el uso lo permitía: “Vale por un pan” “Vale por dos panes “ o “Vale por cinco panes”. - ¡Anda hijo, toma un vale y ve por el pan”- me mandaba mi madre entregándome el desgastado “cartoncito” y una bolsa de tela, la bolsa del pan, donde lo había de guardar para traerlo.
¡Cómo olía aquel pan ¡¡Y qué bueno estaba ¡Tanto que casi nunca venía íntegro a casa pues más de un “cantellar” se perdía por el camino arrancado con los pellizcos que le daba.
La madre administraba los vales y cuando se iban terminando indicaba al marido “... Que hay que llevar otra fanega de trigo al horno, que se están acabando los vales.”
Con el tiempo las distintas panaderías dispusieron de los servicios de las “repartidoras de pan” a domicilio. ¡Qué entrañables figuras las de aquellas mujeres, con sus borricos provistos de las banastas repletas de pan, recorriendo por las mañanas las calles del pueblo ¡¡EL PAANN ¡., gritaban en las esquinas la Antonia, o Eugenia, la madre del forero “Cheles” o Agustín “El Fraile”.
Y la vida siguió y nunca más los españoles nos hemos vuelto a enfrentar tan ferozmente y jamás, desde entonces, ha faltado en nuestro pueblo un trozo de PAN que llevarse a la boca.

Antonio, que bonito tu relato. Me han traído tantos y lejanos recuredos que casi me emociona. Y qué buenas estaban las "pringas"de ese pan.

Maria Luisa: y las "rebanás" untá con mateca y un roción de azúcar y el pan con un jícara de chocolate y... estaba riquísimo. Sigue poniendo fotos en el Museo Etnográfico que me gustan mucho.