OFERTA LUZ: 5 Cts/kWh

ALCONCHEL: Adolfo Hernández, tirador distinguido, fué uno de los...

Adolfo Hernández, tirador distinguido, fué uno de los ùltimos que llamaron a filas par ir a defender aquellas tierras que por entonces eran de España: Cuba. Cuando llegó la orden de bajar las espingardas, los pocos hombres que todavía resistían a los deseos de independencia de los que ya se denominaban a sí mismo Indianos, Adolfo se echó un puñado de semillas de tabaco de regalía al bolsillo y sin odio ni rencor para con aquellos que no querían ser Españoles, se fué al malecón y cogió el barco con rumbo a España.
Corría el año 1897 y Cuba ya se quería emancipar de España. Lo logró en 1898. Adolfo llegó solo, un día, a Alconchel, en el omnibús de Estella, Subido en el imperial que allí los soldados no pagaban pasage, revestido de su uniforme: Gran sombrero chambergo, chaqueta tres cuartos de rayas, polainas de pana, la espingarda cruzada en el pecho, y cosidas a la solapa unas cuantas medallas.
La Estellesa tenía su parada en la plazoleta enfrente de la herrería, junto a la casa de de los padres de Adolfo. Este se apeó, y sin hablar con nadie se fué para la alcaldía.. Con la espingarda cruzada en el pecho, se anunció, y solicitó ver a Don Miguel el alcalde: Éste, prevenido, salió con los brazos extendidos como para abrazarlo, pero un “a sus ordenes Sr Alcalde”le frenó el impulso, y sin mediar otra palabra, se encuentra con el fusil entre las manos que Adolfo le ha tendido, y que el edil, se apresura de descargar al tiempo que se lo devuelve:
 Guárdalo, hombre que bastante tiempo lo has llevado en brazos, le dice.
 Gracias D. Miguel.
 ¿Y qué?, ¿se acabó esa guerra?
 Sí, Señor. Y perdimos a Cuba.
 Está bién si conservamos el honor
 Pero no Cuba D. Miguel.
 Confío en que los de Alconchel se hayan portado como bravos y como buenos Españoles.
Por respuesta, Adolfo se señala el pecho mientras mira al alcalde a los ojos.
 Bién Adolfo.
 ¿Manda Vd. Otra cosa, Señor Alcalde?
 Nada hombre, vete a casa que tus padres te estarán esperando.
Adolfo se colgó la espingarda del hombro, con la culata hacia arriba, y se metió el plomo, la estopa y el pedernal en un bolsillo; en la puerta de la alcaldía le esperaban algunos amigos; entre éllos, Domingo el “pequeño” su primo segundo.. Dionisio, primo de Domingo y amigo de los dos, Fermín Herrera, el “Tapao”. Con éllos compartió unas semillas de tabaco y a cada uno, les preguntó por sus padres, por la siembra, por los pozos.
Era la costumbre, y por costumbre ellos contestaban, ansiosos por que los saludos terminados, les hablara de aquella famosa Cuba y de las cubanas.
 ¡No me digas Dioni, que se le secó el pozo al tio Diosdao! Se lo diré a mi padre, y ya veremos qué se le puede hacer...
 El tio Manuel ya lo ha visto: Pero dice que tú lo hiciste, y tú te apañarás...
Luego se fué para la calle Ramón y Cajal, y desde el pasage del Terrero sonrió a sus padres que lo esperaban en la puerta de su casa.
 ¿Está Vd. Bien padre?, Un gesto de abrazar, una intención de besarle el pecho, y la mano de Manuel que roza la sién de Adolfo, mientras pregunta:
 ¿Y tú hijo? ¡Gracias a Dios que has vuelto!
Besó a su madre, con más efusión, le guió sus brazos hasta rodearse el cuello, y la balanceó mientras sonreía feliz:
 ¿Lo ve Vd. Madre? Tanto ha rezado por mí... ¿lo ve? ¡No me ha pasado nada...!

Y cuando Ana Carlota se cansó de besarlo y de darle tirones del bigote, Adolfo se fué para la chimenea dónde colgó la espingarda. Luego se quitó las ropas militares, y se vistió con los mismos pantalones remendados de pana, que dejó cuando se fué a Cuba. Con sólo el cinto y el gran sombrero de ala ancha del uniforme al que descosió el ala del cono, se fué a la plaza del terrero, se metió en “Ca Amancio -Segundino” y sin decir una palabra aceptó todos las copas de anís que los amigos y paisanos le ofrecieron, que no fueron pocas.
De los que de Alconchel fueron a Cuba, cuatro cayeron en Matanzas, dos en Pinar del Rio. Dos, se quedaron en Barcelona prefiriendo cambiar de vida, uno en Mérida donde tenía la novia, solo, Adolfo se regresó al Pueblo.

Mucho madrugó Adolfo al día siguiente. Cuando Ana Carlota su madre lo oyó trastear en el patio, salió a ver si precisaba algo:
 ¿A dónde vas tan temprano, Hijo?
 Si no quiero perder derecho, mejor no tomar cohecho, madre. Los jornales se encuentra en el Terrero. Allá voy. Mientras se lavaba, Ana Carlota le metió un poco de tocino y chorizo en la fiambrera de corcho, cortó una rodaja del pan y se lo envolvió todo en una “rodilla”. Alargóle Adolfo un zurrón que luego se colgó del hombro:
 Con Dios madre, me voy para allá a ver si hay para mí algo que hacer.
Al pasar por la calle Alhelíes, con disimulo se paró a atarse una polaina: que allí en elBarrio de las flores” vivía Carlota González, que más de tres años llevaba esperándolo.
Llegó a la plaza, y sin que su ausencia fuera motivo ni de extrañeza ni de desmérito, se fué a su sitio entre los segadores, que sin mediar comentario le hicieron un hueco, el suyo, y la vida un momento alterada de aquel tranquilo pueblo, reemprendió su sosegada marcha.