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Van los jornaleros por esos caminos cubiertos de yelos,
de la negra escarcha que enfría los cuerpos y yelan las almas.

Barrigas vacías, con tripas ruidosas que agradecidas
degluten con ansia, el cacho tocino y la morcilla rancia
que en la fiambrera le ha echado el ama
de un terrateniente celoso de su buena fama
que va a misa temprana.
Para limpiar su alma.

Y el mozo de mulas sus campos le labra,
y de sol a sol, limpia sus cosechas,
cuida sus ganados, y si no lo hace a su gusto,
al otro día lo hecha.

Y que coma yerbas
él y su familia. Se le seque el cerebro,
se pudra su ánima, se vaya al cementerio
y de allí al infierno a purgar sus culpas
y sus desenfrenos.

Ya vienen los cómicos por la Madre del Agua
con su perros famélicos y sus ropas remendadas,
y sus gallinas hurtadas de poblado corral
de donde no sale nada,
sin la aquiescencia de celoso guarda
que usa su celo para llenar su panza.

Cerebros resecos, mentes malvadas
en orondos cuerpos plenos ellos de grasa
y de vinos añejos de ricas añadas
que reposan sus carnes siempre delicadas
en cómodas hamacas.
Y mientras maquinan, sus nuevas hazañas.

Llegan los titiriteros,
hacen malabares,
pagan el peaje,
echan sus cartas
y alivian al trilero
de la carga pesada
que es su rica arca.

Todos a la hoguera,
muerte a los gitanos,
y a los mahometanos.
Lo ha dicho la patrona.

Salud.