Calle de tantos astros,
rinconada del tiempo,
la dimensión del mundo
me la daba un vencejo.
Oro de las mañanas
empobreciendo el
cielo,
soles de cada tarde
en un ladrillo eterno.
De los países del alba
venían los buhoneros
y en sus pregones altos
flotaba un hombre muerto.
Calle de tanta
noche,
mitología del miedo,
madres de los difuntos
en las tapias de enero.
Sonaban las
iglesias
enormes de silencio
y pasaba la
yegua
inmensa de los tiempos.
El hombre más remoto
era sólo un lechero,
y el Dios de los espacios
era sólo mi abuelo.
(Francisco Umbral)
Calle Pradillo, la del
bar de siempre de la
esquina, la de la
plaza de los
pinos, la del taller de neumáticos, la de la
tienda de niños. La del edficio otrora gris y siniestro reconvertido en bullicioso
colegio, la del
cine Morasol, la del vendedor de cupones. La del extinto kiosko verde y la cesta de las chuches, donde fundíamos la paga de domingo, la de la desaparecida librería donde compraba muchos de mis cuentos.
La del registro civil, la del
parque Berlin a sus espaldas, la de la
casa de mis padres, asomada a la
ventana veía transformarse el mundo, la calle donde he crecido, mi calle Pradillo.