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TIANA: Los sacerdotes profesores que con su sola presencia...

Los sacerdotes profesores que con su sola presencia procuran quietud y calma a aquella turba turbatorum, toman por costumbre de ir y venir por el pasillo central. Y como en este primer curso hay más grandotes turbulentos que pequeños, se los instalan a mano en los primeros pupitres de cada hilada, historia de poder distribuirle al guna que otra “clatellada” ¿Es necesario precisar que a Justo lo pusieron en uno de estos sitios preferenciales?

A los alumnos le divertía “la mar” Subir al tercer piso y estudiar en aquellos cuchitriles tan bajitos, tan bajitos que se pueden tocar las vigas del techo. Particularmente a Justo le recuerdan los desvanes y graneros de la casa de su abuela Juana y de las otras casas donde vivió con sus padres. En uno de ellos, solía subir Justo a repasar los deberes y de paso a comerse algún queso de los que su madre ponía a secar. Se disculpa por la poca edad que en aquella época tenía, que en vez de comerse limpiamente un queso, mordiera varios, para poder acusar de su fechoría a supuestos ratones.
Justo está encantado con haber sido asignado a estudio en aquellas “golfes”.
Otro cantar es, cuando empiezan los calores de junio: Aquel lugar que invita al recogimiento y las siestas, se transforma en un caldarium donde se hubiera podido emparrillar a san Lorenzo. Los párvulos se amodorran y cabecean, incapaces de almacenar mínimos conocimientos.
Pero que nadie “s’amoïne” Don Pedro los espabila mediante la “chasca”. Fue un invento vasco, que se trajo de Bilbao, en una de sus visitas a la familia: Consiste en una especie de sonajero o maraca hueca, con una hendidura en un lado donde se introduce un palillo fuertemente enroscado en una cuerda que le sirve de resorte.
Esta lengüeta se acciona con el dedo, produciendo un chasquido seco,- de ahí su nombre – que previene de inminente llegada del artilugio. El ruido que hace es seco y agresivo. Si el delincuente no remite, el artefacto se dispara de la mano de D. Pedro que con gran destreza casi siempre acierta. Bueno: Acierta la primera y única vez que se lo lanza a Salvat por “Charraire”
A partir de ese primer lanzamiento, una muy apreciable calma se instala en “Les golfes” donde, en las imaginarias de D. Pedro, se pueden oír recrujir las vigas en permanente dilatación. Sólo algún que otro coscorrón es distribuido por D. Pedro a los que se duermen. Es, este silencioso sosiego que traiciona a Justo, que anda en guerra abierta contra la doble ración de alubias del menú, de las cuales a abusado, valiéndose del sobre alimento que el Dr. Modrego ha dispuesto que le den: La espuma y los gases de la pesada digestión suben camino del esófago y le sorprenden; Piensa Justo (O ni lo piensa) que es un pequeño eructo del que va a poder deshacerse sin que le oigan y no se retiene lo suficiente expulsando una estertórea flatulencia que sigue ipso facto un chascazo cocotero administrado por D. Pedro.
El ruido provocado por Justo, es, estruendoso y la carcajada de los párvulos unánime. Pero no acaba ahí el disturbio: El amigo Morán, que ha igualado si no ha superado la gula “mongetera” del atrito Justo, aprovecha el barullo para desinflar su vientre del terrible fuego de san Telmo que le impele el atracón.
¡No hubo suerte! En el instante en que Morán suelta el toro, las risas han cesado. El ruido es apocalíptico. La chasca sanciona de nuevo; Y para evitar peores males, Joseph es expulsado de la asamblea por ruidos intempestivos.
El castigo es recibido con agradecimiento por el amigo Morán que ya no puede más de aguantarse. Desde el rellano de la escalera se le podía oír cómo seguía soltando los siguientes toros de la lidia del día.

¬ No li vaig fet exprés…Ni aquest tampoc…

Enterado de lo que habíamos comido ese día, D. Pedro nos liberó de aquel cajón hermético y terminó por reír con nosotros.
A Justo, el olor de una goma de borrar, la mina de un lápiz o el peculiar tufillo de la tinta en los tinteros de plomo, le recuerdan indefectiblemente, El desván del seminario menor.
Quien haya estado en un avión en fase de descenso, con los motores sin ruido, y los viajeros hojeando los periódicos que ofrecen las compañías, puede hacerse una idea de cómo era el sotabanco aquel, semejante a una aeronave.