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TIANA: Aquellas gentes no eran de las que se sientan a comer...

Aquellas gentes no eran de las que se sientan a comer o hablar alrededor de una mesa: La candela de la cocinilla era más íntima. Y sentados en unos banquillos hechos a la azuela, cada cual arrimaba los carbones a sus zuecos. Y Porfiando y gruñendo, pasaban el rato entre comida y cigarro, hasta que Juana se levantaba con aire de cansancio y cara de sueño, cogía un candil y después de ir al pajar a ver “la piedra” que anunciaba la lluvia, desaparecía arrastrando sus zapatos claveteados por el empedrado del pasillo. Los “Pequeños” Padre e hijos, siguen discutiendo y gruñendo un rato más, y sin concertarse se van yendo a sus cobijas. El padre, coge el candil de la cocina, y se acerca en una última atención a los animales de la cuadra, le palmea las ancas, los llama por sus nombres y satisfecho de haberle amargado el día a la familia, se va a dormir.
La casa de los “pequeños” se está yendo al traste. Domingo bebe demasiado. Él dice que sus motivos tiene. Pero luego, se queja del estómago. Juana está agotada: Le están minando la salud las tensiones de los hombres, la ausencia de los que luchan, el miedo de que los que están escondidos sean descubiertos, y el desajuste de los nietos que andan como vendos sin padre que los bride, ni madre que los mime, atareada como Fermina anda, por acarrear comida. Juana dice que le duele el corazón. Nadie le hace caso, o así parece.
Fermina, la hija mayor de los pequeños, había estado sirviendo en casa de Ángel Sánchez, por nada o casi nada, engatusado el padre por los jornales que don Ángel le prometía y que rara vez pagaba, debiéndole de un año para otro, y aprovechándose de todos los hijos. Don Ángel con un honor, pagaba dos deudas. Y así, por ser padrino de boda de Manuel y Fermina consiguió condonar las deudas que tenía con la familia. Domingo era un hombre de genio, trabajador en exceso. Ecónomo y lleno de un montón de cualidades. Lastima que tuviera tantos humos y tan poco seso.
La calle Nueva, empieza en las faldas del castillo, en lo más alto del pueblo, y baja, baja, hasta la carretera que lo bordea y que se pierde en la dirección de Cheles el pueblo que esta casi en la raya de Portugal. La calle Nueva termina en un recodo que impide el paso de vehículos. No hay en el Pueblo más que un coche que el herrero se empeña en hacer rodar y nunca se atrevió a bajar o subir por la empinada calle Nueva. No pretende el que cuenta, darle importancia a esta calle que de nueva tiene poco; pero cierto es que tiene sus secretos: Secretos que a su debido tiempo irán apareciendo: como el de las manos de nácar de la antigua querida de un cura, o la desaparición del primo Antonio el gitano. También se contaba que una de aquellas casas tenía un subterráneo que salía al Lejío o a la calle de las laderas y que por ese subterráneo salían unos vecinos en banda a asaltar a los raros viajeros que pasaban con dirección a la Raya.
Calle nueva, calle Luenga, Clavellina, el Terrero, la calle de la Cárcel, la calleja del cura,, la calle Cruz, La Callita, La Calle Mesones, el barrio de las flores, la plaza de la herrería, la calle Ramón y Cajal, la fuente la Plata, El caño de los caídos. Todos esos nombres siguen sonando en los recuerdos de los “Panduros”. Y el pueblo, su blanco y limpio pueblo, continúa vivo en sus mentes, como una imagen pintada un día de calenturiento verano, desde los minaretes del castillo, con el vaho arremolinándose por entre los rojos tejados de sus achaparradas casas.