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TIANA: La apoplejía de Carlota, madre del señor Manuel y abuela...

La apoplejía de Carlota, madre del señor Manuel y abuela de Justo, se la anuncia Antonio a su hermano Manuel por una carta que le llega dos semanas después del acontecimiento. Como en aquel Barrio de Casa Antúnez todavía no había calles completamente formadas, ni claramente nombradas, y que cada cual le ponía a la suya el nombre que le apetecía, el cartero, se subía en cualquier montón de ladrillos, preferentemente en las plazoletas, soplaba en un silbato, y pregonaba los nombres. La operación la repetía una y otra vez, hasta que alguien se manifestaba, sea el destinatario, sea alguno que le conocía. Cuando le quedaban algunas, las dejaba en el bar del Primi durante algún tiempo.

¬Manuel Hernández González, gritó el cartero entre dos pitidos.
¬ ¡Mi padre! Gritó Justo que recogió la carta. Fermina se la arrebató:
¬ ¡Trae para acá esa carta!
¬Es para papá. Protesta Justo.
¬Quiero ver quién le escribe al granuja de tu padre.
Con una técnica bien rodada, despega el sobre con el vapor del puchero. Cuando la cola se reblandeció, que el sobre se tornó de color tocino añejo, la abre y lee:
Alconchel, a día 10 del mes de octubre de 1946
Mi mayor deseo es que al recibo de esta carta, os encontréis todos bien de salud – Fermina por haber leído ya otras cartas supo enseguida que era Antonio quien escribía – Nosotros ya bien, gracias a Dios. Digo ya, porque esta carta es para informaros de que a madre le dio un soplo hace quince días, del cual ya está curada. Solamente arrastra un poco el pié derecho y se le ha torcido un poquito la boca. Que sepas que cuando se encontró mal, te nombró mucho. Así que a ver si le escribes, Madre piensa que se va a morir, y dice que quisiera verte antes de irse. Ya ves cómo están las cosas. Yo considero que si se atreve a decir esas cosas es que no le va a pasar nada. Pues con sus supersticiones no ser atrevería a decirlas. Cuando escribas, pregunta por su salud pero no digas que yo te he prevenido.

Ahora estoy trabajando con A. Rodríguez, en el cortijo de Río. Le estoy haciendo un pozo. A mí con sus caprichos de nuevo rico me asegura trabajo. Aunque no se me olvida el trato que le tenía al pobrecito de padre y a madre.
¿Te dije que el Alcalde murió? Yo creo que sí. pero si no te lo escribí, que sepas que lo mató el vino Pitarra que bebía con exceso. ¡Chacho! Se ha quedado el pueblo medio vacío. Aquí solo quedan las cuatro comadres de siempre, con sus lutos de siempre, y sus ora pro nobis de beatonas. Sin mentar, claro está, a nuestra madrecita que lleva el luto por padre y reza por todos nosotros de día como de noche.

Sin más ganas de escribir por hoy, recibe un abrazo de tu hermano, que repartirás como buenamente Dios te dé a entender con tus Mujer e hijos, mis queridos sobrinos. Ya sabes que aquí en el pueblo, los que quedamos somos muy pobres, y no tenemos para tantos besuqueos.
Antonio Hernández Gonzáles.

Fermina se estuvo tanteando, si hacía desaparecer la carta, o si se la daba a Manolo. Temía que la carta fuese una treta de Antonio, que le decía esas cosas de su madre, para que fuera a verla al pueblo. Y con los celos compulsivos de la celosa extremeña, pensaba, que de paso iría a ver a sus “amiguitas” de toda la vida. Así como a aquella niña rubia de piernecitas deformes que la gente pretendía era hija suya, y él negaba rotundamente. Luego pensó que si Carlota moría y Manolo tendría que ir al entierro, forzosamente los hermanos hablarían entre sí, de las cartas enviadas y de las que se habían perdido.
Después de sopesar los pro y los contra, Se decidió por dársela y, aunque le costó volverla a meter en el sobre húmedo, y re pegarla a puñetazos, así lo hizo. La prensó debajo de la plancha para que con el poco calor remanente secara y se pusiera tiesa. Para eso, calentó la plancha de carbón en el infiernillo y cuando le pareció que estaba bien, se la puso al sobre encima; Vino la Escolástica y le pidió una pinta de colonia de “olores de oriente”, para quitarle el olor a caca a su cuñada la Fina, que se había caído en la fosa séptica cuando hacía sus... encima de la tabla que estaba podrida de las emanaciones.
Fermina se rió mucho del percance de aquella tontorrona que además de fea, ahora no olía precisamente a rosas. Vino la Antonia a por un poquito de aceite para hacerle un ajiaceite a su carretero de marido. La vecina de detrás se asomó a empaparse de lo qué pasaba; y cuando se acordó Fermina de que la carta estaba debajo de la plancha, grito:

¬ ¡Ay! ¡La carta se ha achicharrado!

La plancha que no estaba excesivamente caliente, seguía encima de la carta. Con lo cual la misiva y el sobre se secaron, se entiesaron y se resecaron hasta tomar un color pardusco y una consistencia quebradiza. No pensó Fermina que Manolo advirtiera tantos detalles, cuando se la diera de un aire “como quien no quiere la cosa”. Pensaba decirle: “Manolo: Ahí tienes esa carta que me parece que viene del pueblo y que debe haber viajado encima de la caldera del tren. También pensó que las noticias de su suegra y sus achaques le harían olvidar otros detalles, como las quemazones del sobre y lo reseco del papel. Manolo ya le había reñido en otras ocasiones por haberle abierto sus cartas, hasta decirle que la iba a denunciar por violación de su vida privada, con lo que sólo había conseguido que sospechara aún más de él, y se las abriera todas.