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En estos momentos, ya una miaja jarto de pirriaque y de oír bobadas por las tabernas y tascas en general, me quedo con la vida en estado puro. Con la vida de esos tres o cuatro mil niños africanos que la pierden cada día sin que nadie sienta lástima por ellos ni hagan el mínimo aspaviento para intentar evitarlo, con la de esos miles de hombres, mujeres y niños que matan cada día en Gaza, Irak o Afganistán sin ir mas lejos, y a las que ya nadie les da importancia porque, lo que importa, lo que sí tiene mucho mérito, es meter unos cuantos miles de personas en un autocar y llevárselos de excursión a los madriles, para que todos los españoles de las españas y de los extranjeros enarbolando o camuflados por la insignia nacional, se percaten de lo malo que es Bambi y sus capitanes también. Y lo bien que iría todo si ellos estuviesen al mando de la barca. Iría tan bien o mejor que en la California del Levante peninsular, donde mandan con el amiguito del alma al frente comandando la nave y, donde no se sabe por qué, quizás por alguna confabulación judeo-masónica, hay un índice tan elevado de paro. Lo que no es óbice para lucir algunos trajes de tan elevada factura o, cuando se hacen las fiestas de moros y cristianos, el lujo y la ostentación sea la nota predominante o, donde se consume en un día por aquello de ¡viva la jarana!, desperdiciar un montón de quilos de tomates para que el personal participante le dé gusto al cuerpo y se olvide de su triste realidad diaria.

Y hablando de tomates, membrillos, melones y esas cosas de comer, me acuerdo yo, como dicen en el forito de la Plaza Chica, (por cuyo subsuelo discurre la cloaca principal local) que siendo yo chiquinino todavía, los jornaleros se iban por la noche a ella (a la plaza, no a la cloaca) y allí, frente al casino de los señores y enfrente de la taberna de Vargas, hacían corrillos y esperaban a que el manijero de “don Fulanito de tal” les dijera como quien le hace un favor, que a tal hora en tal lugar y de sol a sol, si querían comer y darles de comer a su familia y que si no, ya sabían, jumo. Los que tenían suerte, luego se tomaban un o unos vasitos de vino blanco peleón, a cuenta.

También me acuerdo yo, que cada vez que tenía la oportunidad de afanar un melón de un melonar cualquiera, lo hacía trizas contra un peñasco, le sacaba las “pebas” y las tripas con las manos más o menos morroñosas, metía las palas y los caninos en la pulpa y, dejaba la corteza transparente como el más fino cristal de Holanda. Así pasaba cuando había higos chumbos y de los otros, con las “graná” del huerto de la Tía Petra o de cualquier otro y con los membrillos, que se me ponía la boca como si hubiese comido asperón. Lástima que ahora no pueda hacerlo porque por el desalmendrado apenas quedan árboles de esos y porque mis dientes de ahora son de plexiglás, no como aquellos de chico.

No te puedes imaginar recia moza, cómo se me cae la baba cuando veo las modernas fruterías que hay ahora, tan limpias e higiénicas, con todo también presentado que dan ganas de empezar a comer, con tantos y tan variados productos aún fuera de época. De todas partes del mundo, tan frescos y tan limpio todo, y tan barato en comparación. Bueno..., a mi me sale ahora más caro porque puedo comprar lo que me apetece, cuando quiero y en la época del año que quiera. ¡Qué diferencia tan grande con aquellos años de que te hablo! Sólo comía lo que pillaba, cuando podía pillar algo, lo que fuera. Todavía, cuando ando por los campos, recordando aquellos tiempos, aún me encaramo al árbol y birlo alguna cosilla para comérmela allí mismo. Ya ves.., caprichos.

Salud.