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CASTROVERDE DE CAMPOS: TIERRA DE CAMPOS -Y LAS DOS CASTILLA:: PÁGINA Nº 2....

TIERRA DE CAMPOS -Y LAS DOS CASTILLA:: PÁGINA Nº 2.
Los rostros de una rebelión. De izquierda a derecha (arriba): Carlos V, rey y emperador. Tenía 20 años cuando estalló la revuelta. Sus consejeros lo empujaron más a ser un césar que a atender las necesidades de los españoles; Juan de Padilla, regidor y capitán de armas de Toledo, de la pequeña nobleza castellana. Por su carácter y carisma se convirtió en el caudillo militar del movimiento; Juan Bravo, regidor segoviano de origen noble. Su experiencia militar le procuró un lugar destacado en la dirección de las tropas comuneras. De izquierda a derecha (abajo): Papa Adriano, antiguo preceptor de Carlos V, gracias a su influencia fue obispo de Tortosa, luego cardenal y finalmente Papa. Nombrado virrey único de Castilla, sirvió al emperador con lealtad y ánimo prudente, aunque no supo hacerse con las riendas del reino; Antonio de Acuña, obispo de Zamora. Ambicioso, audaz y muchas veces violento, los hábitos no le impidieron ser uno de los más aguerridos capitanes de las Comunidades; Almirante don Fadrique, miembro de la gran nobleza del reino, designado luego virrey junto con Adriano y el condestable de Castilla. Político experimentado y hábil, con criterio propio y clara percepción de los males del reino, tampoco logró aplacar a los comuneros. Durante los siguientes ocho meses se mantuvo el pulso de las armas, con triunfos para uno y otro bando y un rosario de negociaciones y treguas. El emperador, exhortado por el cardenal Adriano, reconsideró sus pretensiones fiscales, pero ya era tarde para aplacar la cólera del pueblo. Nombró a dos virreyes, el condestable y el almirante de Castilla, representantes de la gran nobleza del reino, en la que se apoyó para recuperar el poder frente a unas Comunidades sustentadas por las clases medias y populares de las ciudades y dirigidas por la nobleza de segunda fila que desempeñaba las magistraturas municipales. PUBLICIDADLa revuelta tenía un espíritu reformista y libertador: reivindicaba los derechos de las clases medias y productoras frente a un monarca despóticoSe ha dicho que la revuelta de las Comunidades fue una especie de estertor de la vieja Castilla medieval, una reacción de regidores locales resentidos en favor de privilegios ancestrales y en contra de la modernidad y el europeísmo que representaba Carlos V. A esa visión se han opuesto de manera persuasiva, y con apoyo en abundantes fuentes documentales, voces como la de Manuel Azaña. Sin caer en la idealización romántica que de los comuneros hicieron los liberales del XIX, a quienes se debe la presencia de sus capitanes -Padilla, Bravo y Maldonado- en el callejero del barrio de Salamanca de Madrid y la del cuadro de su ejecución en el Congreso, Azaña pone el acento en el espíritu reformista, regenerador y libertador de la revuelta castellana. De él da fe su reivindicación de los derechos de las clases medias y productoras y del interés general del reino frente a un monarca que practicaba el despotismo y el favoritismo y tenía un sentido patrimonial de su investidura regia. En parecidos términos, a partir de una exhaustiva y rigurosa investigación histórica, se pronuncian José Antonio Maravall y el recientemente fallecido Joseph Pérez, autor de un estudio monumental e insoslayable sobre la revolución de las Comunidades, donde la señala como la primera moderna de Europa y una oportunidad perdida para Castilla, que con la derrota de los comuneros se vio privada del empuje de sus gentes más comprometidas y emprendedoras,, NAZARIO MATOS..