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ADALIA: LA FAMILIA HERRERAS...

LA FAMILIA HERRERAS

Cuando en 1980 celebramos las bodas de oro de los abuelos, ya fue un acontecimiento familiar numeroso y emotivo. ¡Si ellos lo vieran ahora!. A ese viejo tronco del árbol entre Jacinto y Catalina en Adalia, le fueron creciendo las ramas y, ahora ya somos ciento seis. Hoy, cinco de diciembre del 2010 en el parador de Tordesillas, estamos una mayoría, con los hijos de sus hijos y, los hijos de sus nietos, más la otra abundante generación de niños que seguirá prolongándose…
Oímos bien aquellas bíblicas palabras “creced y multiplicaos”, que tiene mucho que ver con el germen de la semilla del trigo de los labradores, en nuestra castellana tierra.
Disfrutar la cosecha de sus vidas… (como les decíamos en un poema hace años,) para nuestra familia, no es más que la arcadia feliz, de nuestro pueblo natal donde nacimos, donde soñamos en nuestra juventud y desde donde nos marchamos un día a buscarnos el porvenir, pero siempre unidos a las raíces que nos unen a Valladolid. A los que ahora son pequeños, recordarles el origen del que proceden.
Ya os decimos, sois los retoños de la frondosidad del viejo árbol del pueblo. Años difíciles, que se fue formando entre fríos y calores, pero con pocas lluvias. Fueron años difíciles por las rudezas del campo. Hay que recordar también las penurias económicas, en las que a veces tenían que pedir dinero prestado, hasta poder cobrar algo de las míseras cosechas. Las frías sementeras y los tórridos veranos, no eran más que una inmensa tarea interminable. Cuatro mulas enganchadas al carro y, el afán del sacrificado trabajo. Un espíritu de héroes callados, que sólo esperaban la compensación de una buena cosecha, con la mirada siempre desvelada de nuestra madre, acogiéndonos a todos con su inmenso amor y ternura.
Salir al campo al rayar el alba, dejando que apareciera la luz del día entre amapolas y canciones, hasta volver a casa con el parpadeo de un cielo estrellado, más bien un cielo protector para sacar adelante una familia numerosa, humilde pero ricos de corazón.
Vivir del campo, en un campo viejo y nuevo, como la vida misma, que no deja de ser un espejo que nos devuelve a la luz del camino, que hay que volver a andar, en esta eterna búsqueda de la felicidad.
Hoy aquí todos reunidos, los que estamos presentes y los ausentes que también están con el corazón y espíritu alegre. Unidos brindamos, por el amor de la familia Herreras.
(Los descendientes)