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DEZA: Cuando visito un museo etnológico, siempre me detengo...

Cuando visito un museo etnológico, siempre me detengo a contemplar el arado romano. Viejas vivencias de mi primera juventud en mi pueblo, Deza, cuando, casi un niño, mi padre me enseñaba el oficio, hasta que la vida me hizo trasladar a la gran ciudad buscando una vida mejor (¿). Durante milenios fue utilizado por muchas generaciones, puesto que todos nuestros ancestros hubieron de servirse de él para lograr la subsistencia; todos descendemos de trabajadores del campo. Ahora, con los tractores, la labranza ha cambiado mucho y la vida del labrador se ha hecho más llevadera. Cuando vamos por el campo, o miramos desde la comodidad del coche esos yermos bancales, nos preguntamos cómo era posible que algún día fueran surcados por la reja del arado. La vida del labrador de entonces era muy dura caminando todo el santo dia detrás del arado, procurando cortar las mielgas con la reja o las orejeras, arreando a las mulas restallando la tralla, entre terrones y abrojos y con las abarcas cubiertas de tierra, cuidando no pinchar los cascos de las mulas, ni doblar la reja con las piedras sumergidas bajo la besana. Todos los trabajos tienen su arte y, cuando se trabaja con caballerías, hemos de estar atentos sobre sus cuidados y complementando la bozalera con un buen pienso. Si la caballería se producía una matadura con la collera, había que suavizarla con una almohadilla, y si se pinchaba había que acercarse al barranco de “los cerezos del caminero” a buscar artemisa para curarla.
Pero aquellos trabajos se aceptaban con más o menos alegría. El maestro Guerrero en la “Rosa del azafrán”, nos dice en la romanza de Juán Pedro de la Canción del Sembrador:
Pisan mis abarcas la llanura,
raya el firmamento mi montera,
porque al labrador se le figura
que es el creador de la panera
Y es cierto, como dice el comunicante que, cuando se acercaba la hora de “soltar”, se escuchaban alegres jotas mientras quedaba clavado el arado en el surco para continuar al dia siguiente.
Y no quiero terminar sin mencionar a aquel gran poeta del campo que fue Gabriel y Galán, plasmando en “El Ama” su sentimiento cuando dice:
Ya no alegran los mozos la besana
con las dulces tonadas de la tierra,
que al paso perezoso de las yuntas
ajustaban sus lánguidas cadencias.
Cuando llegabas al pueblo, después de dar de beber a las mulas y una vez descargados los aperos, todavía no había terminado la jornada: había que acercarse a la fragua para aguzar las rejas. Todo el pueblo se llenaba del alegre sonido del martillo golpeando sobre el yunque.
Un saludo.