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DEZA: C. era el más travieso de la escuela. Por ese motivo...

C. era el más travieso de la escuela. Por ese motivo era raro el día en que D. Jesús, blandiendo el palo de pizarra con que nos castigaba, no le hacía “poner la mano” para infringirle el castigo correspondiente en consonancia con la travesura cometida. Y no es que fuera masoquista, pero parecía que no le afectaban los castigos o quizás disimulaba el dolor, porque C. tenía un secreto: guardaba en su pupitre una cabeza de ajos y se frotaba fuertemente las manos con un diente; decía que con el ajo no sentía daño y que el palo de pizarra se rompería gracias a las propiedades de este bulbo. Lo cierto es que yo nunca comprobé que ocurriera así.
Un claro ejemplo de sus travesuras ocurrió mientras cuidábamos el agua:
Durante los días más calurosos del verano hacíamos turno para intentar regar en la Dehesa, porque el agua era escasa y tenían preferencia los regantes del Hocino, los de Valdezuciel y los de Valdeherreros, mientras que los del final del ajarbe, los de la Dehesa, deberíamos hacer turno para aprovechar las noches, el agua sobrante o cuando aquellos habían terminado de regar, viendo impotentes como nuestras remolachas y alfalfas se secaban. Habitualmente éramos los niños quienes nos encargábamos de este menester, mientras nuestros padres realizaban faenas más serias. Construíamos un cobertizo junto a la noria de Darío y allí pasábamos los días y las noches del estío esperando el agua y comprobando lo cierto de la canción de Labordeta que dice que”cuando llega el mes de Agosto no suelta el agua ni Dios”.
Pues bien, en una de aquellas ocasiones coincidí con C. que cuidaba el agua para su tío. Una tarde, cuatro estudiantes mayores, que venían cansados de perseguir codornices, se quedaron con nosotros a la sombra. Uno de ellos, que era primo de C., cuando intentó beber del botijo, comprobó que el agua estaba caliente porque lo habíamos descuidado exponiéndolo al sol. Entonces se le ocurrió la idea de enviar al muchacho a algún bar del pueblo a fin de llenarlo de cerveza con gaseosa- que nosotros llamábamos porroneta-, orden a la que C. no estaba dispuesto a obedecer. Solo consiguieron que accediera sirviéndose de amenazas. Cuando había transcurrido una hora más o menos, apareció nuestro amigo con el botijo de la cerveza, se sentó fatigado por la caminata y observó atentamente como los cuatro estudiantes bebían con avidez pasándose el botijo de uno a otro, mientras él se partía de risa. Cuando le preguntaron intrigados el motivo de su regocijo, contestaba que no pasaba nada, que siguieran bebiendo. Ante la insistencia de sus risas se estaban figurando que había hecho alguna de sus travesuras y le volvieron a preguntar, a lo que contestó como Saputo, el personaje de Braulio Foz, cuando se le estaba quemando a su compañero la manta en la borda:
-No os lo digo porque os vais a enfadar.
-Que no, hombre, que no nos enfadamos, te lo prometo.
-Pues que me meado en el botijo.
Acto seguido comenzó a correr, perseguido por los gritos y las pedradas.
Moraleja: no amenaces a un niño travieso, que te la guarda.
Un saludo.


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