DEZA: Al pasar por la ermita de la Soledad, hicimos un alto...

Al pasar por la ermita de la Soledad, hicimos un alto y las mujeres se dispusieron a rezar desde la puerta: era una devota costumbre asomarse a ver a la Dolorosa en su peana, escoltada por el Nazareno con su majestuoso traje morado y el Eccehomo, desnudo, con su dogal al cuello y posando su pie sobre una calavera. Una vez que hubieron realizado sus rezos, reiniciamos la marcha por la sinuosa carretera de macadán.
Las mujeres, como digo, montaron en la Pastora mientras mi prima y mi hermana, una a cada lado, ocupaban los codijones del serón; yo iba a garramanchones en la jalma, aunque debía cambiar a veces y ponerme a sentadillas, porque el esparto del serón me rozaba las piernas donde no llegaban mis pantalones cortos.
¡Qué lejano nos parecía el trayecto de los escasos kilómetros que nos separaban del pueblo!
La carretera se iba animando: los carros de los quintos, engalanados con ramas de los olmizos que apenas habían brotado, los caballos con sus jinetes y sus novias a la grupa, la procesión con el Santo seguida de un escaso cortejo, la caravana de abríos y el bullicio de la gente, los músicos de Torrijo en un carro, el tío Venancio, el marido de la tía Avelina, con una borrica cargada de dulces. Mi recuerdo a Chón y Dolores montadas en su rocín, el mismo que daba vueltas y vueltas en la noria de la Dehesa moviendo los pesados canjillones…


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