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DEZA: Al igual que ocurría con las mulas, como ya he detallado...

Al igual que ocurría con las mulas, como ya he detallado en otra de mis participaciones, todos los años llegaban al pueblo grandes rebaños de cabras que se exponían junto al salón de Rogelio. Allí acudían las personas que querían adquirir alguna; eran de una raza que daba buen resultado en nuestra tierra y procedían de Murcia: las célebres cabras murcianas. Mientras permanecían en el pueblo, la gente acudía a aquel lugar para comprar leche a aquellos pastores trashumantes.
En una ocasión, cuando yo tenía seis años, acompañé a dos vecinos mayores a una era donde habían acorralado a una cabra y, provistos de una lata, procedían a ordeñarla, cuando se presentó la tía Julia, su dueña, vociferando y llamándonos sinvergüenzas.
Además de la bicera, en el pueblo había varios ganados de cabras. El tío Andrés el Grillo tenía un buen ganado que encerraba en el corral del cerro de Peribáñez. Hasta allí bajaba su esposa, la tía Juliana, para ordeñar y transportar después en dos cantarillas la leche hasta el pueblo. Si tenemos en cuenta la distancia y la carga que debía de llevar, se supone que era un trabajo muy penoso. Otro pastor de cabras vivía en el Corredero. A este señor nunca se le veía por el pueblo porque marchaba aun de de noche, antes de amanecer, y volvía muy tarde. Me comenta mi padre que, en una ocasión, le multaron los guardias porque aprovechaba la noche para “comerse” la hierba de las cunetas, lo que no estaba permitido, aunque en aquellos tiempos no circulaba ningún coche y no creo que ofreciera peligro alguno
Cuando llegaba el amorecimiento o amarecimiento, que son palabras casi también en desuso y que, tanto en Aragón como en Soria, significan el tiempo en que entran en celo las ovejas y las cabras, el ganado se acompañaba con el moureco o mureco que en Aragón llaman mardano, o sea, el macho cabrío. Solía ser, como lo pintan en los aquelarres, un robusto macho de cuernos retorcidos, que, una tras otra, procedía a cubrirlas a todas. El resultado se vería meses después cuando parían todas menos las que no habían “tomado” y las “machorras”. Una vez que los murecos habían cumplido con su misión reproductora, se les colocaba una especie de delantal que les impedía penetrar a las cabras, y era curioso verlos cubrirlas sin obtener resultado alguno. Cuando en un ganado había varios, como consecuencia innata del celo, se mostraban muy agresivos y entablaban frecuentes e interminables luchas, incorporados sobre sus patas traseras, levantando el cuerpo para tomar impulso y embistiéndose entre ellos entrechocando los cuernos. Era divertido cuando a los chavales nos perseguían y tratábamos de torearlos.
Como digo al principio, todas estas costumbres y palabras referentes al tema, ya no solamente son frecuentes, sino que los tiempos las van haciendo desaparecer y, aunque un día fue habitual, solamente permanecerán en el recuerdo del costumbrismo.
Un saludo