Único y magnífico, el
Acueducto de
Segovia es una de las más soberbias obras que los
romanos dejaron repartidas por su vasto imperio. Fue construido para conducir hasta Segovia el
agua de la
Sierra, es símbolo heráldico de la ciudad y su construcción fue atribuida al diablo por la leyenda.
Las hipótesis apuntan al siglo I en la época de los Flavios, y también a la época de Nerva o Trajano. La imposibilidad de datación exacta no impide que encabece la clasificación de mejores obras de ingeniería civil en
España. Sus 167
arcos de
piedra granítica del Guadarrama están constituidos por sillares unidos sin ningún tipo de argamasa mediante un ingenioso equilibrio de fuerzas. Obra extraordinaria, en la que la utilidad convive con la armonía y la belleza, ha prestado servicio a la ciudad hasta fechas recientes. A través de los siglos, apenas ha sufrido modificaciones.
Sólo durante el ataque contra Segovia dirigido en 1072 por el musulmán Al-Mamún de
Toledo sufrieron deterioro 36 arcos; los daños fueron restaurados en el siglo XV por Fray Juan de Escobedo, monje del Parral. Desde antiguo, existen dos
hornacinas que probablemente protegían a dioses paganos, sustituidas en tiempo de los Reyes Católicos por las imágenes de
San Sebastián y de la
Virgen. Bajo las hornacinas existió una leyenda en letras de bronce, relativas a la fundación del
puente, de la que hoy sólo queda el rastro de la inscripción.