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SERRADILLA DEL LLANO: Aunque la exclusiva de las buenas historietas con éxito...

Aunque la exclusiva de las buenas historietas con éxito probado parece ser de L’AMÌ, el amigo, que es lo, según creo, significa el seudónimo que utiliza su autor, y sin ánimo de hacerle la competencia, también yo echaré mi cuarto a espadas, contando algún recuerdo sobre una era de larga historia.
Se trata de la que había frente a la casa de mi abuelo “tío” Antón el del Turuñuelo, que así, según recuerdo, solían llamarle cuando yo era niño. Se extendía, en anchura, desde la primera ventana de la casa que fue de “Tio” Tomás Carajina hasta más abajo de la de mi abuelo, y en longitud, desde la actual calle Avda. del 18 de Julio hasta casi la carretera.
Era de un tal Sr. Lucío, nombre que siempre me chocó creyendo que sería corrupción de Lucio, apellido corriente aún, hasta que Mariano me sacó de mi error, asegurándome que el verdadero nombre era Lucío, con acento en la i. Caí entonces en la cuenta que debía ser el masculino de Lucía, igual que Antonio se feminiza en Antonia.
Pues bien, en esta era solían organizar, mozos y mozas, sus bailes los domingos de buen tiempo. Pero resultaba que entre los bueyes de mi abuelo, que siempre usó yuntas de bueyes para la labor, había uno agresivo y que se ponía furioso con solo oír el tamboril. Sólo mi abuela, que lo había criado desde chotillo, era capaz de manejarlo sin problemas. Ella era quien le echaba de comer, quien lo llevaba a beber y quien lo arrimaba al yugo para uncirlo. Dicen que el toro la seguía mansamente a donde quisiera llevarlo.
Resultaba, pues, que los domingos cuando el baile estaba en su apogeo, al llegar la manada al teso de la Cebada de regreso del Prado, si oía el tamboril, echaba a correr furioso y se metía por medio del baile acometiendo a cuantos encontraba al paso.
Por eso los mozos tenían que estar atentos y en cuanto la manada asomaba, mandaban parar la música y avisaban a mi abuela para que saliera a encerrarlo.

Otra curiosidad de tal era consistía, según escuche contar muchas veces, en un perfecto círculo de hierba en medio de ella, inexplicablemente de distinto color que el resto. Lo llamaban el “Corro de las Brujas” porque los mayores metían miedo a los críos diciendo que todas las noches las brujas venían a la era para bailar con el macho cabrío, es decir, el demonio.
Al morir el tal Lucío sin descendencia donó la era a la Iglesia, que la puso en venta siendo adquirida por mitades por mi abuelo y “Tío” Manuel el Herrero, que eran primos hermanos. Cada cual se quedó con la parte que lindaba, bien a su casa, (la de mi abuelo), bien a su otra era, (la de “Tio” Manuel”), lindante con la carretera, ocupada hoy por la casa de Juana y Maudilio
Como ambos compradores tenían eras más adecuadas para la trilla, estuvo muchos años sin otro uso que la reunión en ella de los ganados del pueblo antes de que las recogieran los cabreros y pastores para llevarlas a pastar. Ello no constituía violación de derechos de propiedad porque por acuerdo tomado al crear y repartir las eras, excepto en las épocas de recolección y trilla, todos podían entrar en ellas y aprovechar su hierba si la había, para lo cual estaba solo se podían cerrar tres de sus lados, dejando el cuarto abierto.
Lo que sí hacía mi abuelo era recoger el estiércol dejado por el ganado cad tres o cuatro días.
El uso casi público que se hacía de la era, hizo creer a muchos que eran del común. Le sucedió esto a “Tio” Juan Manuel, quien depositó en ella piedras y madera cuando preparaba la construcción de la que iba a ser su nueva casa. Le oí contar que mi abuelo le llamó la atención diciéndole: No me importa que tengas depositado materiales en la era, pero debiste pedirme permiso antes, porque la era es de mi propiedad.
A la muerte de sus dueños ambas mitades de era fueron heredadas, la de mi abuelo, por mis tías Josefa y Griseldas, ambas casadas en serradilla del Arroyo y la de “Tío” Manuel por su hija Mercedes, casada con Vicente, por entonces también residente fuera del pueblo. Con eso la impresión de ser terreno sin dueño creció tanto que el Ayuntamiento quiso establecer una calle que las iba a atravesar oblicuamente, camino del cementerio. Se opusieron los dueños a ceder gratis el terreno, por lo que se convocó una reunión para intentar un acuerdo. Por parte de los dueños asistimos: Vicente, marido de Mercedes, alguien más que no recuerdo, porque al parecer la calle invadía en su comienzo algo de otra era suya, y yo, en nombre de mi tía Josefa. Por parte del Ayuntamiento el Alcalde: Urbano, el secretario: D. Gabriel, El Juez: Sr. Hilario y el concejal “Tío” Tomás Lázaro.
No se oponían los propietarios a la obra siempre y cuando se le pagara el precio justo. Sostenía Urbano que la era tenía servidumbre de paso para ganados y personas. Exponía yo que las servidumbres necesitan documento escrito y que en el caso no lo había y que además, me constaba, por haberselo oído a “Tio” Santos que en las eras, que se habían sorteado cuando él era muchacho, se había señalado una sola calle que las atravesaba de norte a sur, -la hoy segundo tramo de la General Mola y su prolongación hasta el Teso,-- y que se había marcado su anchura con gorrones blancos mientras que la diferentes eras lo habían sido con gorrones rojos. Además, que la construcción del cementerio era posterior al sorteo de las eras y por tanto no podía haberse pensado en calle alguna para llegar a él.
Intervino el Juez, casi lagrimeando, que en los entierros siempre se venían conduciendo por donde se quería hacer la calle. Algo cínicamente le contestaba yo que los muertos no se quejan los lleven por donde los lleven. Insistió “Tio” Tomás en que ya era una costumbre pasar por donde se pasaba y no podía irse contra lo acostumbrado. Le recordé: ¿Por qué usted, fue contra la costumbre cortando el sendero que desde la carretera iba a la casa de “Tio”Victor, cuando hizo la casa de su hija, al casarla con Arcadio?. -- ¡Ah, que no me lo hubieran permitido! Fue su respuesta. Y la mía -- ¡Claro, la ley del embudo!
Vicente, de acuerdo conmigo, propuso como solución que el ayuntamiento comprase ambas partes e hiciera lo que quisiera con ellas. Salió Urbano ¿Para qué vamos a querer toda la era? Sólo nos interesa la calle. Intervine: ¿No andan buscando terrenos para las nuevas escuelas? Aquí tienen un terreno perfecto. Una escuela en cada esquina a escuadra con las casa de los maestros; una plaza en medio para juego sin peligro de los chicos y la calle por medio. Centradas y accesibles para todos los escolares.

Intervino Urbano: No, las escuelas aquí no lucirían. Se van a hacer en la ladera del teso Carrascal, donde lucirán de verdad. Claro que el lucimiento que buscaban alcalde y Secretario, era tenerlas a dos pasos de sus viviendas para sus respectivos y numerosos hijos e hijas.
Vicente, que no veía acuerdo posible, amenazó: He consultado el caso con mis abogados, y si insisten en sus iremos a juicio. Tenemos las de ganar.
Finalmente, intervino D. Gabriel: Como las eras, preveo, que van a seguir por mucho tiempo en la situación actual, dejemos la cosa como está.
Años más tarde, ambas fueron compradas por personas a quienes interesaban la calle proyectada, con lo que se termino el problema y se llegó a la situación actual. Pero creo que el proceso no tiene ya interés general