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SERRADILLA DEL LLANO: Lindando prácticamente con esta calle, cuando todo...

Lindando prácticamente con esta calle, cuando todo esto eran aún eras, existió una bastante extensa en la que se daban circunstancias curiosas.
Ocupaba de oeste a este, desde la pared oeste de la casa que se alza actualmente frente a la de Chago, hasta la pared este del que fue almacén de Eusebio, hoy, creo, casa de su hijo Manolín. Y otro tanto en dirección a la actual carretera, aunque no llegaba a ella.
Tuvo en tiempos muy buena hierba, como todas las demás, aunque cuando yo la conocí, su piso estaba ya muy degradado dejando ver, por todas partes, la peña viva. Perteneció a un tal Lucío, nombre que me intrigaba. Creí que podía ser un apodo, pero Mariano, que tuvo siempre muy buena memoria, me aseguró que se trataba del nombre. Conocía yo el uso de Lucio, (sin acento en la y), como nombre o apellido, pero nunca había oído Lucío como nombre. Luego caí en la cuenta que debió ser el masculino de Lucía, como Antonia es el femenino de Antonio.
Pues bien, cuando aún tenía hierba, afirman quienes la conocieron, había una zona de la misma que formaba un amplio círculo, perfectamente formado y distinguible, que intrigaba a chicos y grandes.
Y la explicación que los mayores daban a los chicos era que todas las noches las brujas se reunían en la era para bailar en torno a al Macho Cabrío, su dueño y señor. Por ello aquel círculo era conocido como el Corro de las Brujas.
Otra incidencia curiosa que oí narrar muchas veces, aunque sólo incidentalmente relacionada con el lugar, era la manía que cierto buey de los de tío Antón, el del Turuñuelo (que tuvo su casa frente por frente), había tomado al sonido de la gaita y el tamboril de los bailes, que en el buen tiempo solían celebrarse al aire libre en dicha era.
Tío Antón tuvo siempre tres o cuatro yuntas de bueyes para la labranza. Todos mansos excepto el de la manía antitamboril, que se ponía a veces agresivo.
Ni su dueño, ni sus hijos Nicolás y Tomás, podían descuidarse al uncirlo o soltarlo. La única persona que lo dominaba por completo era la esposa, tía Manuela, que lo había criado desde recental, le echaba de comer, le rascaba la testuz y lo llevaba a beber al cercano charco junto al cementerio. A su llamada el buey se volvía manso y la seguía docilmente a donde quisiera llevarlo.
Cuando no eran empleados en labores de campo iban con todos a pastar al Prado, volviendo por la tarde hasta el Rodeo, situado en el Teso de la Cebada, hasta que los dueños iban a recogerlos.
Pero los domingos, si había baile, el torito de marras salía disparado metiéndose por medio de los bailarines hasta donde estuviera el tamborilero. Ni que decir tiene que la desbandada era general buscando cada cual refugio donde podía.
Para remediar la situación parece que la citada Manuela los domingos tenía que estar atenta a la llegada de la manada al Rodeo, salir de casa, hacer callar la música e ir a buscar a sus bueyes y conducirlos sin más problemas a su corral. Sólo cuando estaban encerrados, podía volver a sonar la gaita y el tamboril.
A edad avanzada murió el Sr. Lucío sin herederos forzosos y donó la era a la Iglesia. La Iglesia la puso en venta y fue adquirida por dos primos hermanos, el citado tío Antón y tío Manuel el Herrero, quienes se la repartieron a partes iguales; la más lejana a la carretera para tío Antón, porque lindaba a su casa y la más cercana a la carretera para tío Manuel, porque lindaba también con otra era de su propiedad, situada donde hoy se alza la casa de su nieta Juana y de Maudilio.