Crítica pictórica al cuadro de Alberto Rodrigo titulado “DESDE LA FUENTE DE VILLACALABUEY” por Carlos Etxeba
A veces los pintores se sienten atraídos por plasmar en el lienzo escenas pueblerinas que caracterizan la vida rural. Para los habitantes de las grandes ciudades estas escenas resultan extremadamente bucólicas ya que establecen las grandes diferencias entre sus vidas ajetreadas y la sencillez de una vida más natural perdida en la lejanía de los campos.
Alberto Rodrigo ha pintado una de las escenas rurales más atractivas de Villacalabuey: el pozo con las fuentes que lo nutren y que no enmudecen nunca.
Habría que escribir un poema a cada una de las fuentes de los pueblos de España, siempre elevando sus voces cristalinas, siempre narrando historias antiguas, siempre queriendo reflejar aquellos rostros que se reflejaron en sus aguas pero que ya no volverán.
Tal vez enmudecían en invierno en la estrechez congelada de su líquido sonoro, para volver a bullir en primavera junto al revoloteo de las alas de los pájaros y al bullicio de las voces de los niños.
Alberto Rodrigo ha añadido a la fuente dos figuras humanas: una mujer que llena su cántaro y un aldeano con su burro.
En cuanto a la composición pictórica hay que destacar en el plano central del cuadro la fuente y en segundo plano en grandes trozos acuarelísticos horizontales el pueblo.
Como siempre Alberto Rodrigo no se olvida de reflejar el campanario de la iglesia que como un pastor espiritual pastorea suavemente todo el paisaje.
A veces los pintores se sienten atraídos por plasmar en el lienzo escenas pueblerinas que caracterizan la vida rural. Para los habitantes de las grandes ciudades estas escenas resultan extremadamente bucólicas ya que establecen las grandes diferencias entre sus vidas ajetreadas y la sencillez de una vida más natural perdida en la lejanía de los campos.
Alberto Rodrigo ha pintado una de las escenas rurales más atractivas de Villacalabuey: el pozo con las fuentes que lo nutren y que no enmudecen nunca.
Habría que escribir un poema a cada una de las fuentes de los pueblos de España, siempre elevando sus voces cristalinas, siempre narrando historias antiguas, siempre queriendo reflejar aquellos rostros que se reflejaron en sus aguas pero que ya no volverán.
Tal vez enmudecían en invierno en la estrechez congelada de su líquido sonoro, para volver a bullir en primavera junto al revoloteo de las alas de los pájaros y al bullicio de las voces de los niños.
Alberto Rodrigo ha añadido a la fuente dos figuras humanas: una mujer que llena su cántaro y un aldeano con su burro.
En cuanto a la composición pictórica hay que destacar en el plano central del cuadro la fuente y en segundo plano en grandes trozos acuarelísticos horizontales el pueblo.
Como siempre Alberto Rodrigo no se olvida de reflejar el campanario de la iglesia que como un pastor espiritual pastorea suavemente todo el paisaje.
