Una pequeña calle en un pueblo de España. Cuatro casas sin aceras sostenidas por la inercia de un tiempo que no volverá. Al perecer esa calle ha olvidado ya el bullicio infantil de los niños que correteban por ella y las voces de las madres llamando a sus hijos por las ventanas. Las ventanas están cerradas, aumentando el mutismo de la calle casi abandonada.
Unas nubes blancas se han asomado desde el cielo para ser testigos de esa soledad pueblerina que llena de paz el paisaje. Al parecer, acaba de llover y rezuman humedad las paredes de las casas y el camino entre ellas. De repente el ruido acompasado de los pasos de una mujer que pasa, llena de sonido vital el paisaje. Es una mujer que lleva un cántaro de agua en su mano derecha. Las nubes blancas se asoman curiosas por el primer plano del cuadro para dar luz en ese plano a este instante pictórico, desarrollado magistralmente por el gran pintor Alberto Rodrigo. Es un pequeño cuadro que deja traducir con palabras todas las virtudes de una paleta extremadamente rica en matices.
Unas nubes blancas se han asomado desde el cielo para ser testigos de esa soledad pueblerina que llena de paz el paisaje. Al parecer, acaba de llover y rezuman humedad las paredes de las casas y el camino entre ellas. De repente el ruido acompasado de los pasos de una mujer que pasa, llena de sonido vital el paisaje. Es una mujer que lleva un cántaro de agua en su mano derecha. Las nubes blancas se asoman curiosas por el primer plano del cuadro para dar luz en ese plano a este instante pictórico, desarrollado magistralmente por el gran pintor Alberto Rodrigo. Es un pequeño cuadro que deja traducir con palabras todas las virtudes de una paleta extremadamente rica en matices.
