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ROSALES: "Chachu, pé que te mean los ángeles en la boca" es...

"Chachu, pé que te mean los ángeles en la boca" es una frase que además de retratar, tiene su enjundia. Tanto desde el punto de vista del lenguaje lombino como de la naturalidad que desprendía el personaje al que se le atribuye.

Todo mi respeto a su memoria. Yo lo recuerdo, seguramente más, por las anécdotas contadas sobre él, su acompañante Pepa y por el gusto al jugo del arbusto bíblico que por la experiencia personal a su lado. Sí tengo un par o tres de instantáneas en que coninciden los tres elementos. El tío Eloy, la Pepa y casa Sandalio. Pero hoy recordando, provocado por los mensajes de Ana, me ha venido la imagen en una hacendera del camino Nuevo.

Los vecinos de Folloso y de Rosales arreglaban los desperfectos del invierno y sus agentes en el camino carretal para dejarlo expedito para el desplazamiento a los ultramarinos y a la comunicación con la capital. Estaban repartidos los hombres e Higinia, en el camino que iba entre la vallina de la Retuerta y la vallina del Agua con picos y azadonea, azadas, palas, fouces, machetas, machaos y alguna palanca, un carro y una pareja, creo recordar de Fortunato. A media tarde se hizo un descanso para echar un cigarro y remojar el gorguero con un trago de alguna bota o de alguna botella blanca de anís repujada con rombos, coronada en la boca por una paja que oradaba el corcho y dejaba escurrir el vino en un torrente más grueso que el de la bota. En el carro había un garrafón de cántaro y los rapacines y algún zapazaco algo mayor repartíamos los recipientes esperitosos para apagar la sed de los "hacenderos" de los dos pueblos vecinos.

Además de apagar la sed, se utilizaba la pausa para hacer comentarios y para obrar todo un ritual para echar humo por narices y boca. Recuerdo que mi padre estaba al lado de Gelo, Otero y Eloy de Rosales y Teófilo de Folloso. Yo no quité ojo al tio Eloy. Alguna cosa me dijo o hizo que me atrajo como un imán. Hay personas que atraen y otras que repelen a niños y perros sin hacer nada. El tío Eloy era de las que atrían. Pero lo que no me dejó perder ni un momento la atención fue la ceremonia de liar el tabaco extraido de aquella petaca de cuero negro amarronado, desgastada y desigual. Estiró, con aquellas manos arrugadas y sucias, casi negras, de un extremo y apareció una especie de sobre más claro, casi rojizo. Introdujo el dedo indice para ahuecarlo, se hizo una especie de boca e inclinándola hacia la mano izquierda le iba dando golpecillos ritmicos y suaves con los dedos corazón y anular y por aquella boca pequeña, iban cayendo en la palma de la mano izquierda, pequeñas paladitas de tabaco. Extrajo del bolsillo de la chaqueta de pana raída un librito de papel de fumar de la marca Jean. Estiró uno con los dedos índice y pulgar de la mano que contenía el tabaco, abrió la mano y con los dedos de la otra, rastreó la carga de tabaco y dijo: "estos cabrones, cada vez ponen más estacas". Las tiró al suelo como quien se desprende de algo que ya no sirve pero que tuvo gran valor. Abrió el papel y formó una pequeña canal y allí cayeron los granos de tabaco que había desmenuzado lentamente. Subió el papel en los extremos de la canal, para que no hubiese pérdidas y con ayuda de los dos indices y los dos pulgares, primero hacia adelante y después haca atrás y con el impulso, vuela hacia adelante, lametata de arriba abajo del papel embutido y un cilindro un poco barrigudo fue a depositarse por la parte estrecha, entre los mostachos largos y amarillentos, a los labios que lo sujetaron con firmeza. Los ojillos tomaron viveza y un grado de satisfacción recorrió aquel curtido y avejentado rostro. La liturgia continuaba. De otro bolso, después de cachear tres, sacó una tablilla envuelta por una mecha que se adivinava un poco amarilla y algún hilillo recordaba el rojo. Los hilachos de un extremo de la mecha se estiraron y dejaron ver el otro extremo de la misma con su corona negra. Quedó al descubierto la madera lisa y brillante con ese brillo que da el tiempo, el roce y el uso. Tenía un pedernal clavado en el centro y debajo de él una oquedad como si fuese la hornacina de la imágen de un santo. Sacó de un bolsillo del pantalón de mahón azul muy desteñido una navaja gallega. Colocó la mecha por su extrmo negro en la hornacina de la madera y la sujetó debajo del pedernal, dejando una pequeña distancia. Con la otra mano cogió la navaja sin abrir y con el canto externo de la hoja, golpeó el pedernal y salieron un reguero de chispas, una detrás de otra, todas encaminadas hacia la oquedad y la borra negra de la mecha que con aquel dedo gordo y sucio aguantaba el tio Eloy. Sopló sin mover el cigarro de los labios. La mecha se inflamó de un rojo chisporroteante y dió lumbre a su cigarro. Chupó con fruición y aspiró con profundidad. Del cigarro se enroscaban tirabuzones de humo azulado en la hiedra invisible del aire y de los pulmones del tio Eloy, entre toses, salió el humo de la primera bocanada, sin brillo y sin el azul que salía de los tirabuzones del cigarro que el tio Eloy se fumaba con todo el placer en el camino Nuevo del Castillo en un día de hacendera.
Un abrazo
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Peña, magnífica descripción (como siempre), un abrazo.
Hola Peña, todo un relato de un señor que tenia mil y una anécdotas y todos con gran sentido del humor, en este relato haces mención a la señora Higinia toda una mujer de armas tomar.
Un saludo


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