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LA URZ: Observo con alegría que nos comenzamos a desperezar,...

Observo con alegría que nos comenzamos a desperezar, es posible que sea por hacer honor al refrán que dice: “La Primavera la sangre altera”.
Sin embargo, en La Urz, la primavera se relacionaba, fundamentalmente, con “segar el verde”. Y con ello ya se podía echar comida fresca a las vacas. Los nabos y las berzas ya se habían agotado o se estaban estirando, que apenas llegaban para un puñadín.
Para conseguir, cuanto antes, el ansiado verde, los vecinos se afanaban en regar los prados de abajo- situados en los valles más abrigados del pueblo y por lo general más próximos- y en consecuencia, primero se quitaba la nieve y las heladas eran más suaves.
El acondicionamiento de los prados se iniciaba en la otoñada abonándolos, retirándoles la maleza, limpiando las hojas y restaurando las presas, los “libiaos” y las torcas.
Como curiosidad las hojas de chopo eran mucho más dañinas que las de roble para la pradera.
El regar los “praos” era una tarea que desde últimos de enero ocupaba a alguien en todas las casas.
Recuerdo que había zonas que estaba sorteada, por ejemplo las Praderas, pero en otros parajes no; y cada uno se las arreglaba como podía.
No sé el porqué, pero todos intentaban, que cuando amenazaba la helada o la nieve tener el agua “atorcada” para su prado. De últimos de enero hacia delante.
Desconozco, también, la causa por la que al trozo recién segado no se regaba de inmediato, se dejaba pasar un par de días, sobre todo si amenazaba el hielo.
Para conseguir ese anhelo de tener el agua toda la noche, se daban unas escenas, que, intentaré describir como, con más menos gracia, comentaban.
Los prados de Villanueva se llevan, desde luego, la palma.
Decían que “Fernandín” no se preocupaba de echar el agua al atardecer, pero sí, a primera hora de la mañana. Calzaba madreñas, y los demás vecinos se enteraban por las marcas que dejaban en la nieve helada.
Por la zona del “Camisón y el Fontanal” se hacía un trabe de nieve que tardaba mucho tiempo en diluirse. Es más, recuerdo que los que calzaban botas de goma, tenían que ir por las orillas de las tierras y pegados al ribero.
Otra, de las famosas por pelear por el agua al atardecer, era Carmen la de nuestro amigo Urbano, que cuando estaba “atorcando” el agua para el “su prao”, decía en voz alta “no te escondas que te visto” y lo repetía de vez en cuando. Dicen las malas lenguas que lo hacía porque tenía miedo. No obstante en una ocasión a un “Pepe” que estaba detrás de una escoba si lo había visto. Y fue para allá, y le montó un cirio de no te menees. Pero todo indica que por lo general era una estrategia para intentar asegurarse que, al menos, le quedaba el agua partida. Como ya la conocían la mayoría no picaba.
A otros los delataba el cigarro o el perro, en fin estrategias de localización del “enemigo” del riego.
Para aquellos/as que no sepáis quién era Fernandín, os diré que vivía junto a la tierra de la Mata, estaba casado con Dolores, creo recordar que se llamaba así. Lo que sí recuerdo, como si fuese hoy es que, según Regino, en una ocasión fue a comprar a casa del Gallego de Riello, y la conversación transcurrió de esta manera:
- Oye, quiero tela para que se haga un vestido la mi Dolores.
- ¿De qué pieza quieres y cuántos metros?
- Uno que tenga flores, porque el otro que llevé era negro. ¿Metros? no sé, dame doce.
- ¿Doce?
- Sí, por es muy grande, -y extendía los brazos- no la abarco de dos veces, sabes. Además, la otra vez, en casa de los de la “Viuda” me vendieron ocho metros y yo creo que le quedó pequeño.
Esta anécdota, no tiene mucho que ver con la “siega del verde”, pero sí con la primavera.
Ah, ¡Felicidades! a los/as que cumplís años y muchas más a las que se acuerdan ellos.
Dentro de unos días iré a dar una rabilada por el pueblín.