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LA MATA DE MONTEAGUDO: Soy "matiega" por devoción a esta tierra, soy "matiega"...

Soy "matiega" por devoción a esta tierra, soy "matiega" por sangre paterna, soy "matiega" de corazón.
Desde muy pequeña he ido verano, tras verano a la aldea de mi padre, Licinio. Él había emigrado desde muy joven a Madrid, donde conoció a mi madre, ambos emigraron a Uruguay. Tras años en tierras americanas regresaron a Madrid, donde nací, pero también nací en La Mata de Monteagudo.
Aquí fui aprendiza de tareas del campo, ayudando a trillar en las eras, a rastrillar la hierba, a llevarla en los carros tirados por vacas, con mis amigos en esos veranos maravillosos; entonces también íbamos con el ganado de ovejas, acompañando al pastor que era además nuestro amigo, o cuidando la hacienda de vacas mientras pastaban.
Todo esto suponía que recorríamos senderos, caminos y veredas y nos adentrábamos en las entrañas de la montaña.
¡He sido afortunada! A la vez que crecía, aprendí a conocer la naturaleza, a saber de dónde se obtiene la leche de una vaca, ver como la ordeñan, cómo se esquila a las ovejas en verano para vender su lana, cómo ponen los huevos las gallinas.
En nuestras correrías mis amigos (Jose, Margarita, Pedro Antonio, Berto, Fredo, Angelines, los "moros"...) y yo entrábamos en los huertos a coger manzanas verdes, los chicos trepaban a los cerezales de la Velilla y nos hartábamos de rojas y sabrosas cerezas.
En alguna ocasión, también nos llevamos alguna reprimenda del cura por invadir con tablas resbaladizas las rampas cercanas al santuario.
Cada año subíamos ¡cómo no! a Peñacorada. ¡Ay, Peña Cora, Peña Cora!.
¡Cuánto os echo de menos! Peñascos, valles, prados que vistéis cómo crecía y yo os vi, os sentí, vibré.
Este pasado mes de agosto de 2008 volví allí, volví porque quería imbuirme en el paisaje de esta montaña para tributar un ¡hasta pronto! a mi padre fallecido en el mes de julio después de una larga y penosa enfermedad.
He querido que él viera por mis ojos, oyera a los pájaros por mis oídos, sientiera por mi piel, oliera la humedad de la hierba en la mañana por mi nariz, saboreara por mi boca el agua del manantial de esta tierra que él me enseñó a amar y a respetar, no por última vez, sino por siempre, para siempre en mi corazón.
¡Hasta pronto tierra mía!
¡Hasta siempre!

Susana