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FOLLOSO: Hola. PEÑA, yomtambien recuerdo llegar en el RAPIDO...

Pasada la casa de la Molinera, aunque el viento era fino y fresco como acostumbraba a ser por aquellas montañas, el sol ya había subido bastante en el arco de su recorrido y me sobraba la chaqueta, me la quité, la doblé por la mitad con el forro hacia fuera y con cuidado de no arrugarla demasiado, cogida con indice y pulgar de la mano izquierda que hacían de pinza, quedó colgada sobre mi hombro izquierdo, extendida sobre mi espalda.

Pasados Los Carbones, tenía la opción de seguir por el atajo, paralelo al arroyo de la fuente de la Debesona o seguir hacia Praao Redondo por el camino de carros. De más niño, que estaba bien entrenado de andar por aquellos caminos, no me hubiese asaltado la duda. Ahora venía de "señoritear" por la capital y sin el calzado y la vestimenta adecuada para tomar el atajo. Podía hacer un siete en el pantalón con cualquier "estaraco" y los zapatos de material no ayudaban para encaramarse por aquellas pendientes andurrialeras. A la salida de Prao Redondo, otra vez tenía que optar. Alli fue más fácil, me fui por el camino antiguo, que aunque con pendiente, se transitaba bastante bien. Llegado a la fuente de la Debesona, colgué la chaqueta en una percha natural de un pequeño roble y me fui derecho a la fuente, para a apagar la sed, pero con mayor fuerza para volver a sentir el frescor de aquel agua que no sabía a nada, pero por eso, y por su finura y su frescura era única. Enjuagué un poco las manos, las sacudí y cogí una " embuciada" y la sorbí con deleite y fruición hasta que los labios ya no sorbían nada más que palma de mis manos. Repetí la operación hasta que la sed se calmó y aquel murmullo incansable del agua escurriendose pendiente abajo, siempre con la misma cadencia y aquella sonoridad, me invitó a tomar aliento. Corté unas ramas de "urz", sacudí una piedra, coloqué el "moquero" que guardaba en el bolsillo trasero del pantalón y allí encendí un cigarro mientra oía más abajo entre aquellos robles a un "picón", insistente, taladrar el tronco de un roble en busca de alimento o fabricándose el refugio para colocar su nido como si con el mejor taladro trabajase. En un pequño claro con un poco de campar empezaban los "miruéndanos" a apuntar sus flores blancas que pronto transformarían en apetitosos y granulados frutos rojos. En la parte de arriba del camino verdeaban los "felechos" y apoderada de un espino, sobresalía en la zona más soleada del camino, una "escuernacabra" bien florida. El aroma de sus sus flores lo inundaba todo con su dulzor sin llegar a dulzón y la suficiente intensidad pero sir ser denso y atraían a insectos revoloteadores que salpicaban de movimiento y color aquel trozo de camino junto a la fuente de la Debesona.

Emprendí el camino, cada vez más pendiente y ya las sombras empezaban a desaparecer. Los sobacos de la camisa estaban bien marcados y el aliento pedía otra parada. A la altura de la "trampa de la cabra ahorcada" volví a parar, la cumbre ya estaba cerca y desde allí en un rebaje del monte, ya se divisaban los pueblos de más allá deñ río. Un "curquiello" más abajo, en la espesura del robledo, buscaba pareja y un "relinchón" voló de roble a roble. Un poco más y coroné la subida del Castillo.

Comencé el descenso surcando un mar verde de espigas cimbreantes que hacían olas incansables, cambiando el color de los "vagos" sembrados de pan a cada suspiro del viento. Los verdes eran muy variados y con los cambios de tonalidad a mi me parecía oír una sinfonía natural en verde que iba desde los límites de la tierra del Monte hasta los robles de las tierras de las Raposeras. Todos aquellos violines verdes sin cuerdas y aquella multitud de bailarinas sin zapatillas me llevaron en un suspiro hasta el punto del camino desde dónde se divisaba mi casa. Hice la última parada, sacudí con un poco de centeno los zapatos empolvados, ajusté la corbata, aunque sin abrochar el botón superior de la camisa, mesé el cabello con los dedos, hacia atrás y hacia un lado y descendí por las Peñas de Arriba para recibir el calor de los míos. (Continuará)

Un abrazo.

Hola. PEÑA, yomtambien recuerdo llegar en el RAPIDO y bajarse en el CASTILLO y mirar para arriba y decir no me queda nada para llegar al ALTO, lo malo era si subias solo, si tenias compañia de alguno de FOLLOSO, se subia con mas ganas, pero si no con paciencia y si estaba lloviendo o nevando ya te acordabas de todos los santos jeje
un saludooooo
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Leyendo estos párrafos me vino a la mente el olor insoportable de aquellos viejos coches de linea que en cada cuesta berreaban y se quejaban que parecía que se iban a descomponer en mil piezas. Los viajes eran eternos parecían que no se acababan con tanto meneo que llegabas al pueblo con el estomago en los pies y la cabeza que se te descoyuntaba del cuello que solo iba prendida por un fino hilo a tu cuerpo. En la parada de Canales cuando al abrir la puerta ya llegaba el olor a vaca (que ya no se ... (ver texto completo)