CORNOMBRE: El de Florencio Álvarez es un ejemplo. Habría otro...

El de Florencio Álvarez es un ejemplo. Habría otro parecido en cada comarca de médicos fieles a sus pacientes y a su tierra. El pasado año se homenajeó en su municipio, con absoluta justicia, a Heliodoro Hidalgo Robles, modelo de aquellos viejos médicos de maletín y sabiduría más que de medios, que acudía a ver a sus pacientes a caballo, contra viento y nieve, contra la noche, la ventisca y la distancia.
Nació Heliodoro Hidalgo en Riello y a Riello iría a ejercer su profesión, aunque no sin pasar algún disgusto propio del sistema caciquil de la época que permitía a los municipios dar la plaza de médico titular a su justo entender o, algunas veces, a su injusto entender.
El joven Heliodoro estudió medicina en Salamanca sin olvidar el ejemplo de honradez e inteligencia de su padre, huérfano desde niño, que aprendió el oficio de confitero en León y se traslado a Riello donde primero fue confitero y después tuvo una tienda de ultramarinos que le permitió dar carrera a tres hijos.
Heliodoro Hidalgo fue un estudiante destacado, sobre todo en cirugía y ginecología, por lo que le ofrecieron la posibilidad de quedarse en un hospital como obstetra. Pero él prefería regresar a Riello y ejercer la profesión en la extensa y dura comarca de Omaña, con más de cuarenta pueblos a su cargo. Tampoco escucho los cantos de sirena de la plaza de Villablino, que suponían una importante mejora salarial pues también sería médico de las minas, y permaneció en su Riello natal y su comarca, donde las gentes le recordaban con enorme cariño. ¿Cuánto partido le sacó a sus conocimientos de cirugía y ginecología en una tierra con tantos problemas de aislamiento, lejanía, nevadas y soledad!
Manuel Rabanal, un centenario de Andarroso nacido en los últimos años del siglo XIX, recordaba al ‘doctor Hidalgo’ con unas palabras que definen perfectamente a este médico omañés: "Ya te podía doler el alma, que llegaba don Heliodoro con su caballo y aquella barba cerrada y ‘en cuantas que lo veías en el corral’ parecía una cataplasma, empezabas a mejorar. Aquí atendió partos, enderechó piernas a base de tablillas, hizo de todo. Ojala vaya yo para donde Dios lo tenga a él".
La biografía de este recordado médico se une curiosamente con la del babiano Florencio Álvarez. Podrían ser una la continuación de la otra, pues el que fuera padre de la salud de La Cepeda inició su andadura con la gripe del 19 y el doctor Hidalgo fue una de las primera víctimas de ella.
Se encontraba ya enfermo pero siguió hasta el último día atendiendo a los enfermos de su misma enfermedad. Otro medico omañés, José Fernández Arienza, cronista casi oficial de la medicina leonesa, recoge en su ‘Crónica de la medicina en León (1900-1993)’ las palabras de su paisano para ‘justificar’ su empeño de seguir atendiendo enfermos cuando el ya debía ser paciente de sí mismo: "El buen artillero muere al pie del cañón ya que el enfermo no tiene espera".
Y al pie del cañón murió. Así lo recoge el parte de defunción expedido por otro buen amigo del fallecido y también recordado médico leonés, Olegario Llamazares del Olmo, quien escribía textualmente: "Certifico que don Heliodoro Hidalgo Robles, de cuarenta y seis años de edad, casado, médico titular de Riello (de esta provincia) falleció en dicho pueblo el día de hoy a las ocho de la mañana a consecuencia de una bronconeumonía gripal epidémica adquirida en el ejercicio de su profesión".
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
valla entrega y coraje el de estos médicos, deberían tomar ejemplo muchos de los de hoy que con más facilidades enseguida se agobian y pasan de los enfermos. Aunque también los hay buenos


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