CALZADILLA DE LOS HERMANILLOS: CUENTOS CON BURRO: ENTRE LA ENSEÑANZA Y EL dicterios,...

CUENTOS CON BURRO: ENTRE LA ENSEÑANZA Y EL dicterios, 1ª parte

El asno colgado»
Dicterio: Mielgueros

Mientras que el catálogo ATU 1210 amplía el espectro del relato a la vaca subida en la azotea para pastar, que encontramos en países centroeuropeos (The Cow -Other Domestic Animal-is Taken to the Roof to Graze) el catálogo Aa-Th, 120 (Ass Hoisted up to
Tower) lo concreta en la variante de «El asno colgado» que Oriol Pujol (2003) lo reduce a «El lletsó del campanario» y Rafael Beltran (2007) en «Ya lo lame, ya lo chupen!». en síntesis, el argumento habitual puede quedar sintetizado en un relato breve, como muestra esta versión de Sanchis Guarner, recogida en la Font de la Figuera y referida a la población vecina de Moixent:

En Muixent colgaron un burro al campanario, ligado del cuello con una cuerda, para que se comiera unos llicsons que habían salido, y cuando ahogándose saca la lengua, todos los muixentins aplaudían, creyendo que se lamía de gusto (Sanchis 1982, V: 165-166).

Este relato forma parte de los dicterios atribuidos a los pueblos vecinos, considerados bertranades (narraciones protagonizadas «por una colectividad de tontos que desconoce las leyes más elementales de la realidad », según la definición de Carme Oriol 2002: 62). Suele ser contado en el contexto de una retahíla de historias diversas, es decir, en un conjunto de bertranades. En algún caso lo encontramos encajado dentro de un viaje iniciático En cuanto alguien para descubrir la irracionalidad de los pueblos vecinos. Es el caso de la «Cuca Maula »o de la versión de Enric Valor,« Joan Antoni y los torpalls », protagonizada por un Castalla «que un domingo por la mañana, diciendo tacos, se fue por un camino hacia sol saliente, a ver si encontraba o no encontraba por el mundo gente tan tonto como su mujer » (Valor, 1976). Esta peregrinación hacia el descubrimiento, abierta y desconocida, del otro es un auténtico viaje iniciático y de conocimiento que concluye con una reflexión sobre una alteridad que sirve para afirmarse en lo propio: «empezó a pensar y repasar todo lo 66 su largo viaje por diferentes pueblos y comarcas, convencido ya que por el ancho mundo había también mucha gente tan tonta y atrasada o mucho más aunque su amada mujer » (Valor, 1976).

El historiador Safor Josep Camarena nos aproxima a la versión que se cuenta referida a la población de Oliva que, como veremos, puede ser narrada en una serie de cuentos faceciosos o bertranades: Esta última se cuenta de muchos pueblos, entre los que está Oliva, para mofarse de ellos.

Se suele narrar de la siguiente manera: una mañana, aparece un llicsó en la parte más alta del campanario y medio pueblo se reúne a discutir qué solución hay para quitarlo de allí. unos dicen esto, los otros dicen aquello, hasta que a alguien se le ocurre que suba un burro al campanario y que se le coma. Total que hacen subir el burro atado con una cuerda en el cuello, con lo cual se ahoga y saca la lengua, y es entonces cuando la gente, en verlo con la lengua tan larga a punto de tocar el
llicsó, empieza a decir: «Ya lo chupen! Ya lo chupen...! » De todos modos, hay otra versión más cruel: en vez de ligar un burro por el cuello, ponen cajones vacíos de naranja uno encima el otro hasta que llegan al llicsó. «X, vaya a almacenes y amparar su», empiezan a decir. Y llevando y haciendo montones. Pero en un momento determinado, por muchos cajones que han buscado, ven que todavía faltan unos metros para llegar al llicsó. Y entonces, mientras la gente está pensando de dónde sacarán más cajones, aparece el maestro del pueblo, mira aquello, le explican de qué va y les dice: «Que burros sois! Tan sencillo que es solucionar esto! Lo único que debe hacer es quitar seis cajones de abajo y ponerlos arriba! » (Mora, 1988: 195-196).

No resulta infrecuente encontrar estos dos relatos unidos en una misma serie de «Bertranades». En la población occitana de Quillan, la variante local de las llamadas «Quillanades» incluye juntos «Le que quería llegar al cielo» y «El asno que quería montar el
cloquièr » (Fourie 1976). Y Rebollo, una población de Segovia, se narra justamente la historia del llicsó arriba la torre del campanario de la iglesia y el burro que hay que acceder subiendo encima una «pila de cestos» (« ¿y si quitamos el cesto de abajo y lo ponemosllega? », Casado 2003).

Tanto en el tiempo como en el espacio, este relato es conocido haciendo parte de una serie de dicterios que hacen burla de la estupidez humana. En 1598 se edita, en alemán, la obra Schildbürgerbuch (El libro de los ciudadanos de Schilder). La ciudad de Schild se encontraría situada en Misnopotàmia, en los confines de la Utopía. La obra es una recopilación de cuentos burlescos protagonizados por los ignorantes habitantes de Schild, que se integra dentro del género de la narrenliteratur (literatura de locos) (véase Giunco 1995). En el terreno de la literatura juvenil, ha sido muy divulgada la obra Bei unos in Schild de Otfried Preussler, que en la traducción catalana se sitúa en el imaginario pueblo de los bobos Vilaximpleta (Preussler
1987).

Hemos señalado sobre un mapa de Google Maps (ver fig. 1) la distribución geográfica de más de un centenar de variantes del relato. Hay visualizamos que el cuento esparce por varios lugares de la Península Ibérica y que viaja a ambos lados de los Pirineos, con un esquema narrativo similar.

De Andorra conocemos dos versiones: la recogida por Carme Oriol (1997) y que tiene como víctimas los habitantes de Bescaran, al otro lado de la frontera, y la vinculada al santuario de San Antonio de la Grella (véase Valls & Carol 2010). Este relato se hace presente, de forma expresa, en situaciones de disputas entre poblaciones vecinas: Zaidín y Fraga, Ginestar y Benissanet, Tivenys y Xerta, el Mas de Barberans y La Sénia, Catarroja y Massanassa, Oliva y Gandia, Rojales y Guardamar, etc. En muchos casos, algunos de los pueblos son sujeto de una serie mayor de bertranades: los llamados «cuentos del Estall» del despoblado pueblo del Estall en la Ribagorza, las ya referidas «quillanades» (Fourie 1976) de Quillan (población situada en el camino de la trashumancia andorrana del siglo XX), las de Trausse, el país de los naïfs (Vartier 1992) o las de Saint-Dode, villa también habitada por simples de espíritu:

La hierba que come el burro es casi siempre un llicsó, con las diversas denominaciones, desde el «lletaïm» del campanario de Aramunt (Coll, 1989b), el «letachín» aragonés (véase el cuento ambientado en el campanario de Loarre a Andolz, 1992) hasta el «Cerrajón» murciano o la «Mielga» castellana, aunque en alguna ocasión puede ser una higuera (como Ascó), una flor (como Santa María en Barcelona), una «mata de alfalfa» como Naval (Huesca), o incluso todo unos nabos como acontece en Folgueroles (que conocemos gracias a una canción recogida por Jacint Verdaguer; véase Roviró, 2010). Asimismo, el llicsó puede designar metonímicamente los gentilicios de los habitantes: «Lletsoners» a los de Sant Pere de Vilamajor (Gomis 1983: 193), «lletissons» a los de San Esteve d'En Bas o Vilallonga del Ter, o «cardigasos» a los de Gia (en la Alta Ribagorça), porque la hierba que crecía en lo alto del campanario era un cardigàs (Coll 1996). O, a partir de «mielga», el nombre castellano de la hierba, se hace designar «mielgos» a los de la Forfoleda, «mielgueros» a los de Sandoval de la Reina o Calzadilla de los Hermanillos, «Melgos» a los de Grisañeña, «melgueros» a los de Samaniego y los de La Roda o «los de la mielga »a estos, los de Brunete, Alcázar del Rey y Colmenar Viejo.

Otros gentilicios hacen referencia al episodio de la muerte estúpida del burro: «penjaases» (en Castelldans y Vilassar), «mata-burros» a solsoneses (dicha tópica especifica unas funciones en cada localidad: «A Solsona mataron el burro, en Cardona le salar y la Coromina lo comieron »),« ropa-burros » (en Ascó) o cuelga-marranos (en Navata) donde el protagonista de la broma es un cordero. O simplemente «helados» a los de Alcora, no tanto porque el burrito estaba helado cuando el bajaron, como interpretan en Useras (Sanchis 1982, II: 138-139), sino porque designa el color del animal, tal como hacen en Mallorca.

La estupidez, en algunas ocasiones, no es atribuida a una colectividad sino a un individuo. Encontramos este caso en el «cateto que lee en Jaén con super pollino» y vio una mata en el balcón de la catedral que podía ser buena para su animal o en el relato que se cuenta en Andorra, concretamente en la Massana, en el que un hombre que «vivía en una casa de labradores pobres »llevó el burro en la iglesia de San Antonio de la Grella para orar que no se muriera y, en agradecimiento, el quiso subir al altar y lo hizo con una cuerda, hasta murió estrangulado (Valls & Carol 2010).

3 El adjetivo «pardo» designa, tanto en Castilla como en Portugal, el color del asno y, por extensión, los habitantes de una población señalados como tales (véase Riesco 2003: 95). Así se convierte en La Calzada de Valdunciel en Salamanca y en Zalamea la Real (Huelva), dichos «pardos»; «Pardinhos» a Badamalos (Setúbal, Portugal) o «parducos» a Castanedo (Ribamontán, Cantabria).

Como es natural, los relatos presentan variantes. Cuando el burro, como dicen a ambos lados del Pirineo, es «estrangulado», a los ojos de los tontos que contemplan la escena de la evidente muerte del burro, el animal se considera que está a punto de comerse la hierba y que puede estar haciendootras acciones en relación a su acceso (imposible) en llicsó.

De……Alexandre Bataller Catalán
Universidad de Valencia

«ya lo come», mira como saca la lengua, decían……