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BUSTILLO DEL PARAMO: Nunca he llegado a explicarme cómo una minúscula aldea...

Nunca he llegado a explicarme cómo una minúscula aldea como la mía, en el rincón más apartado del mundo, llegó a tener una vez un maestro nacional, pero lo cierto es que esta vez coincidió con mis primeros años de aprendizaje en ella.
Siempre he pensado que al vencedor de la insensata guerra civil que acababa de terminar le interesaba adoctrinar hasta el último rincón de la geografía española, pero, aún así, se me hace difícil entenderlo. Por otra parte, es cierto que éramos un puñado pequeño de vecinos pero, por aquel entonces, cada familia era un nucleo que, año tras año, iba aumentando su volumen con los hijos que Dios quisiera enviarla
Sea por las razones que fueren, en la escuela, aparte de aritmética, gramática y religión, geometría, historia, cálculo y otras asignaturas propias de la enseñanza primaria y secundaria, -con gran aprovechamiento de los alumnos, todo hay que decirlo- aprendíamos absolutamente todos los himnos de guerra, una guerra que casi acababa de terminar, pero vistos del lado del vencedor, que es quien escribe la historia; el vencido siempre es el malo y no tiene historia.
Por eso, quien pasara junto a los muros de la escuela podía oír cantar a un coro mixto de voces infantiles y a voz en cuello algún pasaje de "Prietas las filas", del "Cara al sol", de "El camarada", de "Isabel y Fernando" y hasta del "Himno de la Legión". En mi aldea, por pequeña que fuera, siempre había un valiente y leal legionario dispuesto a dar su vida por la Patria.
¿Y qué decir del "Himno nacional"? ése estaba en boca de todos cada día al entrar en la escuela; y digo que estaba en boca de todos porque tenía una letra donde se hablaba de la España que volvía a resurgir al compás de las ruedas, los yunques y la fe.
Pero todo eso era demasiado bonito para que fuera real. Un buen día a Felipe, cantando el "Isabel y Fernando", en el pasaje donde se dice que "moriremos besando la sagrada bandera" se le ocurrió cambiar una letra, de forma inocente, pero haciendo el gesto de un gran esfuezo, para hacer decir al texto que "moriremos pesando...."
- Don Julián, Felipe, cuando cantamos, dice moriremos pesando la sagrada bandera -se chivó enseguida un acusica tratando de hacer méritos.
¡Para qué quería oír más don Julián!
- ¡Así que usted no aspira a más que a pesar la bandera! ¿Y dónde queda su patriotismo? Ingratos hay en todas partes, pero en este pueblo no quiero ingratos. La bandera es como una casa que nos acoge a todos debajo de ella, ¿se entera?
El pobre Felipe, al oír que una personalidad como el "señor maestro" le trataba de usted, cosa inaudita en el pueblo, se puso muy nervioso y enseguida se le escaparon las lágrimas. Desde entonces comencé a ver al señor maestro como una especie de espía que quería saber quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Me imagino que si a Felipe se le hubiera ocurrido cambiar también la primera vocal además de la consonante, probablemente sus padres habrían tenido que enfrentarse a un proceso en toda regla por la mala educación y las ideas inculcadas a su retoño.
Además de aquellas canciones encaminadas a enardecer el espíritu nacional de todos los hijos de la guerra, don Julián puso todo su empeño en que aprendiéramos una que desde el primer momento me sonó a algo postizo, a algo que no encajaba en el puzzle del que cada día poníamos una pieza, ya fuera de vacas, ovejas, trillos, hoces, escriños, dalles, colodras y otros mil cachivaches propios de nuestro ambiente: era aquella canción cuya letra oiría yo varios años después como recordando viejos tiempos: "María de la O, hasta los ohitos los tienes moraos de tanto sufrir". ¡Pero cómo iba a encajar eso en el ámbito de nuestra aldea! La sola pronunciación del "ohitos" y el énfasis que ponía en ello nos hacían mirarnos los unos a los otros como diciendo: ¿de qué va este señor maestro?
Esto prueba una vez más que cada uno es hijo de su tierra y que aquel señor maestro era hijo de la Andalucía profunda. Nada que objetar en este sentido, pero su forma de querer darla a conocer guardaba un asombroso parecido con el chantaje. Chindasvinto