OFERTA LUZ: 5 Cts/kWh

BUSTILLO DEL PARAMO: Prometí en mi respuesta a Charo, un día cualquiera...

Prometí en mi respuesta a Charo, un día cualquiera del pasado año, sacar del baúl de mis recuerdos infantiles uno que me había impactado sobremanera al escuchar el lúgubre tañido de la campana en el toque de difuntos. Esto es lo que recuerdo de aquel melancólico repique:
Un día, al atardecer, corrió como la pólvora en mi pequeña aldea la voz de que Carmen, una jovencita que apenas acababa de abandonar la adolescencia, se había puesto muy mala.
El nivel de la Sanidad por entonces, unido a la gran distancia de un centro que pudiéramos llamar civilizado en este sentido y la falta absoluta de infraestructuras y de medios de comunicación, hacían que, en el medio rural, un simple catarro bien atrapado derivara fácilmente en pulmonía y ésta, si las cosas se complicaban, terminara en un fatal desenlace.
Eso le ocurrió a Carmen. De nada sirvieron los remedios caseros, las compresas en la frente, las cataplasmas en el pecho, las ventosas en la espalda: todo inútil. La Carmen se nos fue, decían los más allegados con lágrimas en los ojos y con una rabia contenida que apenas podía ocultar la decepción ante la impotencia.
Este triste acontecimiento me permitió conocer uno de los hechos que más profundamente quedaron grabados en mi conciencia, acontecimiento que sólo se repetiría una vez más en el periodo de tiempo que me quedaba por vivir en mi pequeña aldea: el toque de difuntos.
--Agüela, ¿por qué tocan así las campanas?
--Hijo mío, --me decía ella-- es el toque de difuntos; el campanero las toca así cuando uno del pueblo se muere.
--Yo nunca había oído tocar las campanas de esta manera.
--Porque para ti nunca se había muerto nadie hasta ahora.
Para quien no conoce su significado, ese tañido de las campanas le puede parecer un juego de niños o un capricho del campanero, pero quien conoce el lenguaje de las campanas, cada golpe de badajo es una puñalada que le abre una herida, y no sólo porque le recuerda que alguien está de cuerpo presente en el pueblo, sino porque, aún sin quererlo, le remite a realidades trascendentes poniéndole ante los ojos lo efímero de la vida.
Aquel tin de la primera campana iba seguido, después de un largo periodo de espera, del tan de la segunda, y, tras otro largo espacio de tiempo, volvía a sonar la primera. Pero el espacio de tiempo entre las dos campanadas iba acortándose, al principio de forma imperceptible, e iba aumentando muy lentamente el ritmo hasta llegar a fundirse el tintantintantintan... es un hilo muy largo que casi se perdía en el silencio, para terminar espaciándose bruscamente, en unas pocas campanadas potentes, y llegar de nuevo el ritmo lento y desgarrador del principio.
Después de escuchar unas cuantas veces ese ritmo melancólico de las campanas, uno se daba cuenta de que había en él algo mucho más agresivo y doloroso de lo que el dulce sonido del bronce parecía sugerir, y si se representaba el cuerpo sin vida de una joven en la flor de la vida, fácilmente se veía impulsado a compararlo con el horrísono alarido de una madre que acaba de perder a su hijo
Por eso el poeta de la absurda guerra fratricida, que había terminado cuatro o cinco años antes, vio la aflicción de su patria al escuchar el triste concierto que formaban, tocando a muerto, las campanas y el cañón.
Por eso también, mientras escuchaba aquel tañido lastimero, vi los ojos aguanosos de mi abuela brillar en la penumbra, y cómo, de pronto, una lágrima como una gruesa perla se deslizaba por sus mejillas ya deslustradas por el paso de los años. ¿Recordaba mi abuela entre lágrimas sus años de juventud? No lo sé; en cualquier caso, era el último homenaje de una vida que avanzaba lentamente hacia su ocaso a otra vida tronchada sin piedad apenas comenzada su primavera. Chindasvinto