Toda urbe
medieval que se precie tiene un
castillo en lo más alto y
Burgos no es una excepción. En las inmediaciones de esta histórica fortaleza en la que el conde Diego Porcelos, por encargo del rey de
Asturias Alfonso III, fundó la ciudad en el año 884 se localiza el privilegiado
mirador del Castillo. Es el mejor lugar para disfrutar de la más completa panorámica de la
Catedral, del entramado urbano de la capital castellana y de unos atardeceres inolvidables.
Para tocar la catedral
La recompensa supera con creces el esfuerzo requerido para subir hasta lo más alto de la ciudad. Además, se pueden tomar, desde el
albergue de Peregrinos de la
calle Fernán González, un ascensor y dos
escaleras mecánicas que facilitan el ascenso. Desde el Mirador del Castillo nos daremos cuenta de las verdaderas dimensiones de la Catedral con las marcadas y decrecientes siluetas de las
torres, el cimborrio y la
capilla del Condestable. También sobre su barandilla perimetral se localiza un
artístico perfil metálico que, con el dibujo y la orientación exacta, permite situar los principales enclaves y
monumentos.
El origen de Burgos
Seguramente sobre un embrión anterior, el origen de la ciudad de Burgos se remonta a finales del siglo IX, cuando el
río Arlanzón se convirtió en la disputada frontera de los repobladores cristianos que bajaban de las
montañas del norte. Bajo la protectora
sombra de esta estratégica fortaleza se fue desarrollando un primitivo y
amurallado núcleo urbano que con el paso de los siglos acabaría siendo uno de los centros neurálgicos de Castilla. Dentro del restaurado castillo existe un cuidado
museo con visitas opcionales a unas misteriosas galerías y a un profundo
pozo, incluido entre las joyas de la ingeniería medieval europea.