La Cartuja de
Santa María de Miraflores es un
monasterio de la Orden de los Cartujos, edificado en una loma conocida como Miraflores, situada a unos tres kilómetros del centro de la ciudad de
Burgos (
Castilla y León,
España).
Es una joya del
arte gótico final. En el conjunto destaca la
iglesia, cuya
portada occidental, en estilo gótico isabelino, está decorada con los
escudos de sus fundadores. El templo es de una sola nave,
capillas laterales y
ábside poligonal. La nave está cubierta con
bóveda estrellada.
Situación y acceso
La Cartuja se encuentra a 3 km al este del centro de la ciudad de Burgos, en el entorno del
parque de
Fuentes Blancas y al sur del
río Arlanzón. El
monumento está conectado con la ciudad por la
carretera BU-800 y puede llegarse también a pie por una ruta natural. Es posible acudir en autobús o en taxi desde la ciudad y también existe
aparcamiento gratuito para los vehículos privados y autobuses.
Orígenes
El rey Juan II de Castilla dona a la Orden de los Cartujos el
palacio y alcázar de Miraflores, mandado construir en 1401 por su padre, Enrique III de Castilla. Era un pabellón de
caza ubicado a las afueras de la ciudad de Burgos. De esta manera, Juan II cumplía la voluntad testamentaria de Enrique III.
[...] Por la cual ofrescí a la dicha su orden [cartuja] los que entonces eran mis
palacios de la dicha Miraflores e agora son el dicho monesterio de Sant Francisco de la dicha Orden de Cartuxa.
La cartuja de Miraflores fue fundada en 1442. Tras algunas reticencias de los frailes, por ser muy frío y carecer de
agua, la comunidad se establece y el
edificio es puesto bajo la advocación de
San Francisco (Cartuja de San Francisco de Miraflores). Los monjes, que procedían de otras cartujas hispanas, se instalaron en el palacio-alcázar. Pero no duró mucho este primer monasterio, porque en 1454 un incendio lo destruye.
En 1453 se decidió construir el actual edificio. Entre los años 1454 y 1488 se desarrollan las obras del nuevo monasterio, que ahora es puesto bajo la advocación de Santa María de la Anunciación (de Miraflores). Las obras se encargaron a Juan de Colonia, que trabajaba por entonces en la
catedral de Burgos, y comienzan en 1454. Ese año Enrique IV sucede a su padre, Juan II, y las obras quedan casi paradas.
Es en 1477 cuando son impulsadas por la reina Isabel la Católica. En su reinado se termina el
Retablo Mayor y el sepulcro de Juan II de Castilla e Isabel de
Portugal, situado en el presbiterio. La iglesia de la cartuja es sobre todo un panteón real, ocupado por la
familia de Isabel. Cuando muere Juan de Colonia, continua la tracería arquitectónica Garci Fernández de Matienzo. Este muere de peste en 1478 y es sucedido por Simón de Colonia, hijo de Juan de Colonia. Las obras para cubrir el templo se terminan hacia 1484.
Entre 1532 y 1539, se emprenden otras obras arquitectónicas en el monasterio bajo la dirección de Diego de Mendieta, para crear las capillas laterales (lado izquierdo solo) y dotar de mayor altura a la iglesia. Se procede también a incorporar agujas y pináculos, y se coloca la crestería
gótica.
Retablo Mayor
El retablo mayor de la Cartuja fue tallado en madera por el artista Gil de Siloé y policromado y dorado por Diego de la
Cruz (ese oro procedía de los primeros envíos del continente americano tras el descubrimiento).4 Realizado entre 1496 y 1499, se trata sin duda de una de las obras más importantes de la
escultura gótica hispana, por su originalidad compositiva e iconográfica y la excelente calidad de la talla, valorada por la policromía.
Uno de los elementos más destacados del retablo es la rueda angélica en la que se enmarca la imagen de
Cristo crucificado, de belleza y expresividad acentuadas significativamente por el trabajo de policromía de Diego de la Cruz. En la parte más externa de la rueda se sitúan las figuras de Dios Padre, a la izquierda, y del Espíritu
Santo, a la derecha, sosteniendo el travesaño de la cruz.
En la parte inferior del madero, completan la escena las figuras de la
Virgen María y San Juan Evangelista. El pelícano situado en la parte superior de la cruz confiere al conjunto central un gran valor simbólico, alegoría del sacrificio eucarístico, porque el ave alimenta a sus crías con su propia sangre.