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RAPARIEGOS: Contando historias de Rapariegos dedicadas al valle....

Contando historias de Rapariegos dedicadas al valle. También están dedicadas a las nuevas generaciones, para que sepan los trabajos que en él se hacían en tiempos pasados.
Han pasado muchos años y con el paso del tiempo, lo que voy aquí a contar, no sé si es sueño o es cierto, pero eso que más da, pasemos aquí un buen rato contando historias del pueblo y al final de la lectura, vosotros decidiréis lo que dije anteriormente, si es un sueño o por el contrario, es cierto.
En mi pueblo habia un valle, verde, grande, hermoso, con una fuente en el centro, una fuente y dos pilones, donde lavaban la ropa las mujeres de mi pueblo, donde saciaba la sed el rebaño del vaquero, donde los niños corrían, jugando por los pilones al borde del lavadero y en bastantes ocasiones, se dieron un remojón al caerse en el pilón, donde también los pastores, acercaban sus rebaños, pues aquellos dos pilones servían de abrevadero, donde al terminar el día, después de ponerse el sol, también saciaba la sed, la yunta del labrador.
En mi pueblo habia un valle, con una fuente en el centro.
En Rapariegos entre los años cuarenta y cincuenta como no había agua en las viviendas, normalmente a la caída de la tarde se veía a las jóvenes muchachas, cargar con los cantaros de barro en la mano o puestos en la cintura o también cargados en un carretillo de madera, con cuatro agujeros y una pesada rueda de hierro, que muchas veces chirriaba al caminar por falta de grasa en los agujeros del eje de dicha rueda. De esta manera, se llevaba el agua para beber desde la fuente hasta la casa, en la mayoría de las casas había también un botijo, para beber esta agua fresca de la fuente del valle.
Estos cantaros y botijos de pardo barro cocido, gran parte de ellos los fabricaba un alfarero un poco gruñón y con algo de mal genio del pueblo de Tiñosillos, este hombre con un mulo y un viejo carro cargado de cacharros de barro, se dedicaba a vender en Rapariegos y también en mas pueblos de la zona toda clase de vasijas de barro. En más de una ocasión, los traviesos muchachos a este pobre hombre, le espantaban el mulo atándole una lata a las crines de la cola, para que saliera corriendo y rompiera los cacharros que él hacía con sus propias manos y que con tanto cuidado había cargado en su viejo carro.
En mi pueblo habia un valle, con un fuente en el centro.
En primavera.
En plena primavera haya por el mes de mayo, cincuenta pares de mulas, bueyes, burros y también algún caballo, pastaban plácidamente en sus abundantes pastos. Era costumbre en Rapariegos en el mes de mayo, soltar a los animales en ese valle atándolos con una traba las dos patas delanteras, de esta manera ellos solos, se desplazaban sin correr y así se alimentaban en los pastos de este valle. Después de la siesta, los labradores recogían el ganado para ir otra vez al trabajo, trabajaban hasta la puesta de sol y al regresar los soltaban otra vez en el valle, como el valle era grande y por la noche muy oscuro, buscando las mulas para recogerlas frecuentemente se les oía decir, no encuentro a la mula torda, donde está la portuguesa, aquí está la golondrina, mas allá la catalana y al final muy cerca del palomar, se encuentra la cordobesa.
En verano.
Desde San Pedro la siega, bastantes cuadrillas de segadores extremeños, zamoranos, andaluces y sobre todo gallegos, aparecían por Rapariegos a primeros de Julio, para empezar a segar la cosecha. Segaban y recogían la mies, haciendo haces de espigas atando con una cuerda gruesa de esparto estos haces, una vez atados, los dejaban esparcidos por toda la tierra segada formando hileras, de esta manera les era más fácil recogerlos y cargarlos en el carro, el carro tenía cuatro estacones grandes y puntiagudos, donde iban insertando los haces de espigas los labradores.
Aunque el trabajo era muy duro y el sol de julio abrasaba en esos campos de trigo, en bastantes ocasiones, se oía algunos segadores gallegos mientras segaban, cantar canciones de su querida tierra para quitarse la morriña y aguantar mejor ese duro trabajo. También frecuentemente, se veía al rapaz de cada una de las cuadrillas, llenar los cantaros de agua en la fuente del valle y cargarlos en las aguaderas, normalmente estas aguaderas eran de mimbre y el borrico las tenía sobre sus lomos para que de esta manera, pudieran llevar el agua para beber durante todo el día el resto de segadores.
Desde julio era la trilla, la mies reseca extendida por toda la explanada de de aquel valle y a las tres de la tarde con un sol que abrasaba, las mulas arrastrando los trillos con las orejas caídas, paso cansino y quitándose las moscas de encima con las crines de las colas, daban vueltas y vueltas sobre esas redondas parvas, que con antelación habían preparado por todo el valle los labradores.
El labrador se cubría la cabeza con un sombrero de paja calado hasta las orejas, erguido en el trillo o sentado sobre un trozo de tronco de árbol reseco o un viejo taburete de madera, silbaba o canturreaba el estribillo de alguna canción para no dormirse, aguantando los cuarenta grados de intenso calor y mientras con una mano sujetaba las riendas con la otra, se limpiaba los surcos de sudor, de sudor de polvo y paja seca que le cubrían la cara. Después de estar trillando durante todo el día, conseguían al final de la tarde extraer el grano a los haces de espigas, que anteriormente habían segado los segadores.
De chavalines nos gustaba subir en los trillos y dar vueltas corriendo, subiendo y bajando de los trillos y tirándonos sobre la mullida paja, normalmente a la caída de la tarde se recogía lo que durante todo el día se habia trillado, haciendo un gran montón de grano y paja en un extremo de la era a esa hora, se preparaba en el valle una gran polvareda y ese maldito polvo de la mies trillada picaba tanto, que corriendo íbamos a lavarnos en el agua fresca de la fuente del valle.
En mi pueblo habia un valle, con una fuente en el centro.
En otoño.
Terminado el verano final de septiembre primeros de octubre, este valle quedaba completamente limpio, los labradores se habían encargado de recoger toda la cosecha y barrer con escobas hechas por ellos mismos, todos los restos de cereal de las soleras donde antes habían trillado. Si llovía en pocos días, se veía el valle otra vez completamente verde y sino llovía, simplemente con las gotas de roció de la mañana, poco a poco iban apareciendo los retoños de los restos de granos de cereal que habían quedado enterrados, junto a estos retoños también salían unas flores parecidas a la flor de azafrán.
En mi pueblo habia un valle, con una fuente en el centro.
En Invierno.
Cuando llegaba el invierno, que frio era ese valle ese valle de mi pueblo, por la mañana la helada cubría todos los juncos con carámbanos de hielo, dibujando mil figuras, que con los rayos del sol producían mil destellos. Algunos años nevaba, cubriendo de un manto blanco ese valle de mi pueblo y en algunas ocasiones, blanco muy blanco con algunos puntos negros, pues los pájaros del valle, gorriones, tordos, palomas, al no encontrar alimento, paseaban todo el valle y con las patas tan cortas en aquella blanca nieve, hacían muchos senderos.
En ese valle los niños por la tarde al terminar el colegio, hacían bolas de nieve y dando vueltas y vueltas construían un muñeco. Recuerdo una gran nevada, cuando yo era un pequeño y los mozos en el valle empujando todos juntos una gran bola hicieron, tan grande fue aquella bola, que aun la tengo en el recuerdo, durando casi hasta mayo, sin derretirse aquel hielo.
En mi pueblo habia un valle, con una fuente en el centro.
Feliz Navidad.