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VILLAREJO DE FUENTES: Pocos segundos después se oyó el arranque de un motor...

Pocos segundos después se oyó el arranque de un motor acelerando, apareciendo seguidamente por el portalón el morro de un camión que maniobró para situarse en el camino hortelano y emprender ruta hacia la carretera o calle donde estaba el acceso para personas, en esa vía, junto al muro y en el sentido de la marcha del vehículo estaba formada la inmensa cola de mujeres en espera de que se les permitiera la “visita”.

Cuando el camión en lento rodar pasó por delante de la puerta siniestra. Desde ese punto, en que comenzaba la fila de mujeres de que os hablaba, hasta el final de la misma, rugió por el aire un silencioso estampido de horror cual si una terrorífica descarga eléctrica fuera contactando convulsivamente con todas las mentes, gargantas y manos. El más intenso espanto que conjunto humano pueda presenciar se desató entre gemidos, y lamentos apagados, ríos de lágrimas, miradas extraviadas, rabias dolorosamente contenidas........ por que..............

Sobre el camión de altos teleros, sobresalían del cuello hacia arriba tres hombres, con rostros tumefactos, con las cuencas de los ojos hinchadas, cortes y moraduras en todas las partes visibles de su cuerpo que no cubrían las camisas de indefinido color original y ahora floreadas por el rojo de su sangre, también formaba el grupo un cuarto ser, que destacaba por ser mujer, alta, delgada, pelo liso recogido en moño, vestía humilde y muy gastada bata gris, sin adorno alguno.

Por la posición de los brazos de ellos y ella se adivinaba fácilmente que iban esposados, los hombres la cabeza gacha, con la mirada perdida hacia el suelo, sosteniéndose difícilmente de pié apoyados tras el trasero de la cabina, exhibiendo su quebrantamiento físico con el traqueteo del camión, en sus desfigurados rostros, que con tanta aproximación vimos, se adivinaba con facilidad, además de la tortura ya la fila de madres, esposas e hijas de los presos, levanto sus dos brazos esposados, adelantó hacia arriba su mano izquierda cuanto dio de sí la cadena de los grilletes que la maniataban y con gesto tan lento como altivo, sereno y explicito, paseó la punta de los dedos de esa mano sobre su cuello, de oreja izquierda a derecha, nadie dudó y todos se estremecieron del tétrico mensaje que aquel gesto trasmitía.

Alzó seguidamente aún más los brazos y manteniendo la mano izquierda un poco más levantada, al arrastrar a la maniatada derecha por las esposas que las trababan, cerró el puño de ambas ladeándolas hacia su izquierda con el antebrazo en ángulo recto sobre su cuerpo, en esta postura se mantuvo, firme, erguida, altiva, con soberbia dignidad.

El camión la paseó, manteniendo su gallarda actitud delante de toda la larga y penosa fila de madres, hijas, hermanas y esposas de los compañeros que quedaban dentro.

Los guardias civiles en tan tétrico cometido no alteraron su postura, ignoro sí por costumbre de tan macabro servicio o por vergüenza.

Nadie me explicó, nunca pregunté, nada oí en el silencio roto por los llantos y gemidos contenidos que siguieron después del paso del camión, sobre lo que significaba todo aquello, sin embargo lo presentía, lo supe, lo sé, sigo recordándolo, os puedo decir y tacharme si queréis hasta de frívolo que el camión era un Ford V-8, no me preguntéis en que tapia del cementerio de Paterna acabaron con sus vidas, ni quienes eran, es el relato de los recuerdos de un niño, muy niño, y que como uno de los misterios del católico rezo del rosario, fue doloroso y ya veis que perdura

PATERNA

Si buscáis Paterna en la Enciclopedia del País Valenciano, podréis leer que se trata de un prospero municipio al noroeste de la capital y en la ribera izquierda del huertano río Turia, os dirá también de los innumerables señores feudales que la poseyeron, de su actual auge industrial y de su ya antigua vocación, desde tiempos de moros, por su alfarería y afamada azulejaría.

No es mi recuerdo de este pueblo precisamente nada de lo que con algo de triunfalismo nos cuenta hoy la Enciclopedia mencionada.

Mi primer recuerdo de este nombre, debió ser poco más o menos sobre el mismo tiempo que mis anteriores relatos, no os puedo precisar más, un día, pudiera ser por lo acontecido que el de Todos los Santos, mi memoria solo retiene nítidamente la llegada al Cementerio de Paterna, asido a la mano de mi madre, en compañía de otras mujeres de tanto luto como ella, no se quienes eran, no quedó en mi más recuerdo de ellas que su luto y su silencio.

Pese a tratarse entonces de un pequeño pueblo en las cercanías de Valencia, aquel día la entrada a su camposanto se encontraba especialmente concurrida, en el camino de tierra que llevaba de la estación del pequeño tren local hasta la necrópolis, procesionaba más gente de la que cabria esperar de población tan reducida, esta sensación de aglomeración se incrementó en el acceso al recinto fúnebre, en donde la entrada se realizaba a través de la angostura que dejaba una sola de las dos verjas metálicas, y esta solo abierta parcialmente, una vez dentro, el río de mujeres se dirigía en callada procesión hasta un punto determinado del camposanto, algo así como un bancal huertano totalmente cercado por altas tapias con un pequeño acceso en un rincón de la mismas, sin puerta alguna, hacia el ángulo opuesto del acceso marchaban las mujeres en negro silencio, entonces todo era siempre negro, vestidos negros que su vetustez había hacia pardos, pasado negro, futuro negro, muy negro.

Manteniendo una callada y ordenada procesión, sus cabezas bajas cubiertas en su mayoría de pañuelos, siempre negros, portaban muchas de sus manos pequeños ramos de flores o de olorosa murta, tratando todas de acercarse, con humillado dolor, con temor, con terror seria más propio, al rincón que antes os decía se formaba sobre el ángulo de dos de las tapias exteriores.

Cuando me aproximé, siempre de la mano de mi madre, pude ver de lejos que en aquel rincón se había excavado un enorme agujero en forma casi matemáticamente cuadrada, su fondo visible no era muy profundo, creo hoy que apenas un metro, la tierra que se veía en su lecho parecía recientemente removida, como si un huertano la hubiera estado preparando para la siembra de su próxima cosecha, en dos de los lados de la excavación junto al mismo linde de la cavidad había grande montones, unos de tierra y otros mas pequeños de un material muy blanco, hoy deduzco que estos últimos eran de cal.

A no mucha distancia, unos dos metros de aquel lugar, dos o tres hombres de uniforme, no puedo decir si guardias civiles, soldados o de los entonces llamados policía armada, evitaban, primero con gritos y soeces insultos, no contestados, no rechistados, resignadamente asumidos, después con brutales culatazos y apuntamiento del arma con sádica amenaza de disparo inmediato, a las mujeres menos dóciles, aquellas que con sus modestos ramos de flores y murta trataban de acercarse y dejar sobre el vano excavado su humilde testimonio de recuerdo.

Otras desde lejos, tras haber apurado el intento de aproximación lanzaban los modestos ramos florales que volaban sobre la siniestra guardia que aparentemente protegía el sitio.

Los cariacontecidas y resecos rostros de las mujeres se humedecían de lágrimas y unas a otras solidariamente, en el penoso caminar de vuelta se consolaban e intentaban aliviar el dolor de los golpes que habían recibido con inmisericordes culatazos y flagelos. Mas.... no era el dolor físico lo que les hacia llorar, sus lagrimas eran para lo que de ellas habían segado su vida y dejado su cuerpo inerte enterrado en aquella fosa común, negándoles incluso el consuelo de la flor que testimoniara, al menos la permanencia del recuerdo.

Mi madre no intentó aproximarse en demasía al lugar, la caprichosa suerte había evitado que su marido, mi padre, pudriera sus restos mortales allí, se limitó por solidaridad a dejar sitio a otras mujeres con mayor duelo, y participar en la ofrenda floral desde una distancia que hoy me permite recordarlo.

No tardé mucho en saber que aquel misterioso espacio vaciado de tierra era la fosa común del cementerio de Paterna, donde diariamente se arrojaban los cuerpos de los hombres y mujeres condenados a muerte por los execrables consejos de guerra, cuya sentencia, recordad que debía ser, según Código de Justicia Militar, del agrado del Excelentísimo Capitán General con la anuencia satisfacción y regocijo del Caudillo que prestaba su “enterado” para que a su mayor gloria se ofrendaran diariamente sacrificios humanos.

De Paterna pues, mi recuerdo infantil, su enorme fosa común, no tengo noticias de que haya sido abierta, ni tampoco he leído nada sobre cuantos cuerpos reposan en ella, ni de cuentas injusticias están pendientes de reparación.

No sé, pero quizá algún día, si aún me queda en mi futuro ese día, me acerque y deposite sobre lo que hoy ya es solo un rincón de nuestro pasado una humilde flor, y que al menos mi conciencia siga