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VILLAREJO DE FUENTES: con un recuerdo que no quiero ni tampoco puedo olvidar,...

con un recuerdo que no quiero ni tampoco puedo olvidar, por que ya veis por donde anda siempre nuestra historia, solo los perdedores deben olvidar, los míos perdieron, yo no olvido, dejadme que la amargura de la derrota se atenúe con el aliento de la memoria.

EN UN SOLAR........

Si rebuscara entre viejos papeles, encontraría la fecha exacta del recuerdo que ahora reconstruyo, era mediada la mañana y debía ser domingo o día festivo, ya que de no ser así lo lógico era que estuviera en el parvulario.

Bueno, lo de parvulario es un decir, pues creo que por aquellas fechas, posiblemente por influencia de mi abuela materna me mandaban, con gran pesar mío, al convento de unas monjas de exaltado espíritu tridentino, congregadas en un claustro de la calle Guillen de Castro, junto a la puerta trasera de la parroquia de El Pilar, poco mas o menos frente a donde hoy están o estuvieron las dependencias de “Lo Rat Penat”, y curiosamente frontera con el aquel entonces inmenso lupanar y generosamente surtido, según cuentan los más viejos conocedores del Barrio Chino, poblado y servido por el hambre y miseria de muchas de las hijas, mujeres y hermanas de los que se pudrían en la fosa de Paterna o en las galerías carcelarios.

De mi paso por aquellas, digamos, aulas infantiles, solo me queda el recuerdo de los poblados bigotes de todas las “madres” que allí vi, y de sus fantasmales tocas, más propias de aparatos para vuelo sin motor, que de vestimenta humana, muchas veces me he preguntada si hay estadística de las personas que quedaron tuertas de resultas de aproximación accidental a los alerones de estas “hermanitas”, que posiblemente se auto calificaban de la “caridad”, pero hasta los santos son testigos, que la mala leche que se gastaban entre sí y con los demás, siempre proporcional a la negrura de sus bigotes y al tamaño de sus almidonadas alas, bueno las dejo en paz, debí estar poco tiempo y parece ser que no me traumatizaron en exceso, y voy a lo mío.

Recupero el hilo del primer párrafo de este capitulo, para contar, que ese día, jugaba yo con otros niños del entorno en un solar que se encontraba en la calle Erudito Orellana, muy próximo a la confluencia con la de Juan Llorens y Ángel Guimerá, en ese terreno se estaban iniciando las obras de lo que posteriormente seria la Parroquia del Buen Pastor, en aquellas obras, carros arrastrados por imponentes percherones depositaban constantemente montones de arena que hacían las delicias de la vecindad infantil, que a falta de pan y algo con que untarlo, nos entreteníamos jugando ajenos a las amargas vivencias que casi todas las familias padecían, eran los años del hambre, como muchos ilustres historiadores los han denominado, y en mi poco válida opinión muy piadosamente, en realidad fueron años de terror, pues bien, en un momento en que más abstraído me encontraba con mis camaradas de juego, oí una voz conocida que gritaba de lejos...... ¡NENE.......! ¡NENE.......!, presté atención, miré quien llamaba, y era mi tía Marcelina y cuando esta se percató de que sus palabras llegaban hasta mi, gritó de nuevo.......... ¡NENE tu papá sale hoy! ¡NENE tu papá sale hoy!........ He pasado y sentido, como todos los humanos, por muchas situaciones emocionales, pero como aquella jamás, tan solo la comparo a otra ya en mi plenitud, de la que posiblemente no os hablaré.

La noticia acabada de oír me hizo abandonar juegos y compañía como si un enorme muelle se hubiera disparado en mi cuerpo lanzándome a una carrera ciega y desesperada hacia la muy humilde portería de Fernando El Católico 27, mísera vivienda seria más propia calificarla, donde en apretada solidaridad se cobijaba toda la familia. No paré donde estaba mi tía, seguí ciego y corrí y corrí, con ansia, con desespero, llegué con el pecho dolorido por el desbocamiento del corazón hasta mi madre, mi abuela y no se quien más, ignoro quien trajo la noticia, ni sé en que momento del día volví a abrazar a mi padre ¡Libre!, ¿Libre?, ¡No!, No era libre, no había entonces en este país hombres libres y menos aquellos que tenían que seguir obligados a vivir bajo el estigma de perdedores. “Los rojos” para los más sádicos y los “de la cáscara amarga” para los menos envalentonados vencedores.

Pero, al menos durante algún tiempo estuve junto a mi padre, otras circunstancias, decisiones familiares, acertadas o equivocas me apartaron de poder estar con él, escucharle e intentar llegar a ser un poco, muy poco de cuanto el era, de todo lo que fue y, en realidad solo fue un hombre sencillo, bueno y justo. Y hoy aún gozo al comprobar que por los campos que anduvo florecía la amistad y el respeto.

Los lamentos de los tiempos pasados no mejoran los presentes, pero creerme si os digo, que en mi deambular por la vida, reconozco que la suerte me ha sido más propicia que esquiva, pero siempre lamenté y sigo lamentando no haber podido vivir más tiempo junto a mi padre.

En los días posteriores a su salida de prisión, recuerdo como le acompañaba hasta el Consulado Inglés para enterarse en su sala de prensa de la evolución de la Guerra Mundial, cuyo fin tras la inminente derrota nazi y la victoria de las “democracias parlamentarias” y “populares”, era muy próxima, ya que los perdedores ante el inicuo régimen franquista ilusamente creían que la caída de Berlín arrastraría al régimen que estaba masacrando España.

Mirad, os cuento como anécdota, tan pueril como queráis calificarla, para mí es solo un recuerdo fugaz que conservo de los pocos años en que aún siendo chiquillo conviví con mi padre.

Nadie me lo pedía, nadie me lo mandaba, pero en el pueblo natal de mi padre y de obligada permanencia por pena de destierro, ni un solo día, lloviese, hiciera frío o calor, dejé de ir a esperarle a la hora en que terminaba su trabajo de albañil, tanto al mediodía como por la tarde, ni un solo día falté, los juegos y travesuras propios de mi edad se suspendían gustosamente llegada la hora en que tenia que acompañarle desde su trabajo a casa, y ello estuviera donde estuviera e hiciera lo que hiciera. Y además, añado cuan orgulloso me sentía cuando sus compañeros y patronos decían algo así como “Hay que ver con el jodio del crío no falla nunca”

¿Sabéis cual ha sido la bebida de más sublime exquisitez que he tomado en toda mi vida?. Fue nada menos que mi primer y muy pequeño sorbo de una modesta caña de cerveza que mi padre compartió conmigo, ya rondaría los nueve-diez años, fue en Quintanar de la Orden, provincia de Toledo, en una humilde taberna de su plaza del mercado. Deciros que hacíamos allí y por qué, me es imposible. Aún recuerdo el momento y el sitio también como mi propio dormitorio.

¿Pero? ¡Creéis que en aquella edad y en aquel tiempo podía a mi gustarme ni de lejos la cerveza!

Si llegarais a pensar que ya me gustaba la espumosa bebida, lo lamentaría, pues seria señal inequívoca, que ni yo he sabido hilvanar este relato, ni por ende vosotros comprender, aunque reconozco que lo primero es seguro y lo segundo comprensible.