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LA VENTOSA: GRACIAS A LA REVISTA EL GARAÑONCILLO DE BÓLLIGA, POR...

GRACIAS A LA REVISTA EL GARAÑONCILLO DE BÓLLIGA, POR PUBLICAR MI ESCRITO EN SU NÚMERO DE AGOSTO DE 2017

PUERTAS Y PORTONES
El tiro compuesto por dos mulas, tiraba lenta y penosamente de la vertedera que guiaba con destreza Ramiro. Había llovido poco, pero llegaba el tiempo de sembrar, y no había más remedio que darle vuelta a la tierra aunque costara un esfuerzo descomunal a los animales y al labrador. Era el mes de noviembre, allá por el año 1958.
.- ¡Arre múúúúla, que’stáisempanás coponario, si cojo la vara m’váishacer caso!
! Quisieraaaa, quisieraaaa, quisiera volverme yedraaaaa, aaaa.../ y subiiiiiirrr, y subiiiiirrr, y subir por las paredeeeeees... eeees...! ¡Arre Toooorda, quetiés que ser tú la que t’haces la remolona!! y entrarénnnnn, y entrarénnnn, y entrarén tu habitació...óó...óóóón...
Mientras Ramiro cantaba, iba guiando a las mulas que hincando sus patas en la tierra, tiraban de la vertedera que daba la vuelta a la tierra de color marrón oscuro.
.- Ramiroooo, eeeh, Ramiroooo…
.- Sóóóó – dijo Ramiro, mandando parar a las mulas que obedecieron al momento, a la vez que miraba en dirección al sonido de la voz.
El que le saludaba a viva voz era Esteban, un vecino también labrador, que pasaba por el camino, y se dirigía a labrar su campo con una yunta formada por dos borricos aparejados con su vertedera.
.- Buenas Esteban - saludó Ramiro
.- Buenas hombre, mu contento te veo - dijo Esteban.
.-! Odo, mejor contento quenfadao! Si nos vadar lo mismo. ¿Pos qué marcha llevas? paece que vas tarde al tajo...
.- Ya, - se justificó Esteban – es que no anda mu católica mi Mercedes, y l’estao ayudando con los animales… voy a los Estepares, a labrar la suertecilla de mi suegro. Creo que la puedo rematar hoy y si no, por lo menos le doy un buen empentón - y continuó diciendo - no llevas mu derecha la besana, ¿o me lo paece a mí?
.-! Quiá, llevas razón!. Entre lo dura que está la tierra, y éstas (las mulas) que hoy no las acabo den`bridar, estoy apañao. Ya lo enderezaré cuando siembre. Bueno que te se dé bien, que éstas se amuerman.
Y diciendo esto arengó a la yunta que se puso en marcha entre sonidos de madera y el cuero de las colleras -! Arre muuuula, que yabís descansao bastante! y continuó su cantar...
.- Yo no maldigo mi suerteeee, porque minero nacííí/ y aunque me ronde la muerteee, no tengo miedo a moriíír/ no tengo envidia al dinero...
Cuando el Sol estaba en lo alto, Ramiro consideró que era la hora de comer, y parando las mulas que resoplaron agradecidas, les habló - Vamos a echar una mascailla, que no os habís portao mal - y diciendo esto, las desaparejó quitándoles los arreos de la vertedera, y apartándolas del tajo les puso de comer un poco de cebada en el cuenco de una piedra, y las dejó libres para que mordisquearan las hierbas y retama de los zopeteros.
Él por su parte se dirigió a las alforjas, y sacando un talego de tela a cuadros blancos y rojos, se sentó en una piedra y sin dejar de vigilar a las mulas, sacó su comida que consistía en medio pan redondo, dentro del cual llevaba un trozo de blanco, (tocino entreverado salado, de su matanza), y media tortilla de patata. Y para beber, una bota de vino de su cosecha del año anterior, del que le quedaba lo justo hasta que madurara en las tinajas el que había hecho en septiembre de este año.
Cortó con su navaja un trozo de pan medio endurecido, y poniendo encima el tocino que sujetó con el dedo pulgar, partió una porción y se la llevó a la boca acompañándola de un trozo de pan, y así, echando un trago de su bota de vez en cuando, comió el tocino y echó mano de la tortilla partiendo media, mientras sonreía acordándose de la carita de su hijo pequeño de siete años...
El sol había avanzado lo suficiente para que Ramiro tomara la decisión de continuar con la tarea, y llamando a las mulas, que vinieron a desgana, las aparejó y volvió a clavar la vertedera en el surco...
Así, lentamente un surco, otro, y otro y muchos más en la larga tarde, hasta que viendo que el Sol iba desapareciendo lentamente, paró a las mulas y desenganchó la vertedera que cargó sobre el yugo que las uncía, y así, con las mulas aparejadas, se dispuso a volver a su casa en el pueblo, parando en el paso del primer barranco que cruzó, para que bebieran agua de su caudal. Cuando llegó a su casa había caído la noche, y unas bombillas con tulipa de chapa en forma de boina, iluminaban pobremente el pueblo.
Al oír sobre el suelo de la calle sin asfaltar las pisadas de las mulas, y del timón de la vertedera, su mujer y su hijo pequeño salieron a la puerta a recibirle y ayudarle en las tareas de desaparejo de los animales.
.- Anda José, llévate las alforjas, y no busques que hoy no me ha sobrao ná hijo - dijo Ramiro mientras quitaba la vertedera y le guiñaba un ojo a su mujer, que mientras sonreía, desataba las correas de los aparejos.
Continúa en el siguiente...