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LA VENTOSA: .- Tía Julia, - dijo con voz temblorosa - a mí siempre...

.- Tía Julia, - dijo con voz temblorosa - a mí siempre me dijeron en casa que a mi abuelo lo mataron en la guerra ahorcándolo…¿no será…?
.- Si hijo, si, tu abuelo fue el hombre que los delató. Seguramente no pensó en que pasaría lo que pasó, y no pudiendo con su culpa tomó el camino que tomó.
Camilo quedó pensativo y las lágrimas asomaban a sus castigados ojos, y al verlo en ese estado, la vieja le tendió un envoltorio de tela y le dijo – Toma hijo, esto son hojas de verbena y laurel. Cuécelas en agua y te pones unas cataplasmas en cada ojo para bajar esas ojeras, duerme una buena siesta, y mañana vienes y te diré lo que tienes que hacer para volver a vivir tranquilo. Y acompañándole a la puerta, le vio marchar cabizbajo calle abajo.
Cuando Camilo se hubo marchado, la vieja cogió el cuenco de agua bendita y el atadillo de hierbas, y volvió a rociar la habitación y la puerta.
Camilo estaba cansado. No sabía por qué, pero la conversación con la tía Bruja, y las cosas que había sabido, le había dejado agotado, así que le hizo caso. Llegó a su casa, y después de hacerse la cataplasma, se metió en la cama, poniéndosela en los ojos y durmiéndose al momento. Durmió de un tirón hasta al día siguiente temprano.
Al levantarse e ir a afeitarse a la mañana siguiente, comprobó asombrado que las ojeras habían desaparecido casi en su totalidad. Se aseó y afeitó, y después de un ligero desayuno, se dirigió a la casa de la tía Bruja.
Al sentarse Camilo para recibir las instrucciones de la vieja, esta volvió a repetir el ritual del día anterior con el agua bendita, hecho lo cual se sentó enfrente de Camilo y le dijo:
.- Hijo mío, espero que te hayas hecho a la idea de lo de tu abuelo, y no le juzgues, pues a estas alturas lo único que tiene importancia es la solución al problema de las apariciones.
.- Y ¿Qué cree usted que debo hacer tía Julia?
.- Pues verás hijo, como ves, -dijo señalando una mesa en un rincón- he preparado una botella de agua y tres cuencos de madera, además de dos velas. El agua de la botella es de la que bendice el cura cada Sábado Santo, que es recogida por los fieles para llevarla a sus casas.
.- Camilo, que era moderadamente religioso, y tenía mucho respeto a las cosas en relación con la Iglesia, escuchaba con atención a la vieja que continuó hablando – tienes que ir a la Iglesia mañana en la noche. Te alumbrarás con una vela tuya, y llevarás la botella, los cuencos y las velas, y pondrás encima de la Pila Bautismal dos cuencos llenos de agua de la botella, y al lado de cada uno pondrás una vela que encenderás unos minutos antes de las doce. Hecho esto, te irás al primer banco llevándote la botella y el tercer cuenco, lo llenarás y lo apoyarás en el banco de delante de Ti, y después apagarás tu vela y arrodillado y rezando, esperarás a que pase lo que tenga que pasar.
.- Pero, ¿Qué tiene que pasar?- preguntó atemorizado.
.- Nada malo te puede pasar hijo mío. Has sido elegido por tener un alma noble para enmendar el error de tu abuelo, dando descanso eterno a esas almas atormentadas, ve tranquilo, y confía en mí. Ahora coge todo y ve en paz. - Y levantándose la vieja, ungió la frente de Camilo con agua bendita.
Camilo estuvo dando vueltas por su casa sin parar. Estaba nervioso y preocupado, y ni siquiera comió, salvo un par de frutas, deseando que llegara la hora y que todo hubiera terminado.
Se llegó hasta la casa donde guardaban las llaves de la Iglesia, y alegando una promesa que debía cumplir, le fueron entregadas sin dudar las mismas, pues era de sobra conocido por el guardián. Dijo que las devolvería esa misma noche.
A las once treinta horas de la noche, con todo preparado, abrió la primera puerta de la Iglesia, y entrando, cerró sin llave la misma.
Allí en el cancel, encendió su vela, y abriendo la segunda puerta con el pie, entró en la Iglesia. Conocedor de la misma, casi ni le hacía falta la luz de su vela, le bastaba la que la luna aportaba a través de los altos y estrechos ventanales vidriados. Se dirigió al recinto donde estaba la Pila Bautismal y puso los cuencos en el ancho reborde de la misma, uno enfrente del otro, los llenó de agua bendita, y poniendo una vela al lado de cada uno, las encendió y se retiró al primer banco.
Allí cumplió con la segunda parte. Llenó su cuenco con el agua sobrante, y dejándolo en el banco de delante, se arrodilló, apagó su vela y cerrando los ojos, se puso a rezar.
Eran las once cincuenta y cinco, y a pesar de lo abrigado que iba, su cuerpo temblaba como una hoja al viento.
No sabe el tiempo que pasó hasta que oyó los lamentos que le helaban la sangre. Abrió los ojos, y en la penumbra de la Iglesia vio avanzar a las dos espectrales figuras que por el pasillo central se dirigían hacia la Pila Bautismal. Sus manos y sus caras que no eran cubiertas por sus gastados ropajes, eran casi transparentes, destacando en sus caras la negra cavidad de sus ojos.
Avanzaban despacio entre gritos desesperados, espeluznantes, imposibles de describir por su naturaleza inhumana, pero no se fijaron en Camilo, que inmóvil y sobrecogido de pavor, seguía rezando incapaz de cerrar los ojos, siguiendo sus pasos.
Llegaron a la Pila Bautismal y metiendo sus esqueléticas manos en la misma, las sacaban vacías, y al llevárselas a la boca proferían lastimeros gritos desesperados, hasta que de pronto se fijaron en los cuencos. Camilo vio como se miraban de frente los dos seres, y después, cogieron con sus transparentes manos los cuencos, y llevándoselos a la boca, bebieron despacio el agua bendecida que contenían.
Camilo sintió de pronto una sed terrible, y cogiendo su cuenco bebió al mismo tiempo, mientras escuchaba a los dos seres que, entre sorbo y sorbo proferían gritos relajados de satisfacción, ¡! ooooohh, ooooohh….de pronto, los cuencos vacíos cayeron al suelo y el eco del doble impacto se esparció por la Iglesia.
Por el susto recibido, también cayó el cuenco de Camilo, y fue entonces cuando vio, que los dos seres se fijaban en El, pero sus rostros se habían dulcificado. Ya no causaban pavor alguno y le pareció que le sonreían llevándose las manos al corazón, mientras de difuminaban lentamente.
Desde las doce de la noche, y mientras todo esto sucedía, la tía Bruja estuvo recogida en oración en su casa, pero “supo” cuando había terminado, pues hasta ella llegaron los ecos del sonido de los cuencos al caer. Caminando por las solitarias calles, se acercó a la Iglesia, y cuando entró, aun estaban encendidas las velas en la Pila Bautismal, y con su luz vio el cuerpo de Camilo caído entre dos bancos, desmayado.
Lo incorporó con mucho esfuerzo, y puso debajo de su nariz un pequeño envoltorio con cebolla muy picada, y a los pocos segundos Camilo despertó. Recogieron cuencos velas y botella y abandonaron la Iglesia.
Fueron juntos y en silencio en la noche cerrada, hasta que los caminos para ir a sus casas eran diferentes. Allí, Camilo con lágrimas en los ojos, abrazó a la vieja diciéndole – Gracias Tía Julia.
Y la tía Bruja con su mejor sonrisa contestó – A ti hijo, gracias a ti.
FIN
Manuel.