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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

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Con gran sigilo, y antes de dar un paso más hacia la cocinilla, que a juzgar por la hora, era donde debía encontrarse su Heriberta del alma peleándose con el potaje de judías pintas, se sentó en un posete y se dispuso a quitarse las botas de caza que se había puesto antes de salir de su casa aquella mañana para ir a buscar la higuera que tan encarecidamente le había encargado, sin más explicaciones, "su cordera", y que aunque recorrió todo el término, no supo dar con ella.
-Quién anda ahí -oyó preguntar sin titubeo alguno.
-Soy yo mujer, ¿pero es que no me conoces?.
La mujer salió de la cocinilla y llegó hasta el porche, no sin antes haber tenido que sortear, como pudo, y para no encenagarse, los muchos charcos de agua que tras el turbión habían quedado en el patio.
Aunque vio a Paquillo remojado como un garbando, no se le ocurrió preguntarle cómo estaba, y el por qué de su tardanza, así que sin encomendarse a Dios ni al diablo, comenzó a reprocharle con palabras malsonantes y grandes gritos las horas de venir que tenía, y el colmo de la escandalera que formó fue cuando preguntó por la higuera, y Paquillo le dijo que no había conseguido dar con ella; entonces, fueron tantos los gritos que daba la Heriberta, que se oyeron hasta en La Plaza y más abajo todavía...

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La discusión continuó como una media hora más, que fue el momento que se puso el potaje encima de la mesa, emplatado en una fuente de china de la difunta abuela de Paquillo.
Heriberta, que se encontraba encinta de siete meses, se fue calmando poco a poco, y recuperando su color natural. Entre cucharada y cucharada de judías pintas, alguna mojá de pan, y después de escuchar algunas preguntas que le hizo Paquillo, le explicó a éste que el motivo de hacerle ir desde bien temprano a buscar la higuera, era porque había tenido como una especie de antojo, y no quería que lo que naciese, lo hiciera con una hoja de higuera en sálvese la parte.
Heriberta tenía gran cariño a aquella higuera, pues según le había explicado su madre, fue debajo de la misma donde sus abuelos iban a pasar bastantes ratos buenos entre descanso y descanso cuando iban a segar. Eran los tiempos, para el abuelo y para la abuela, que aunque no eran tiempos muy buenos para casi nadie, la primavera llegaba para todos, y todos la aprovechaban lo mejor que podían y sabían.
Ahora para Heriberta y Paquillo, como entonces, para los abuelos, la primavera estaba en su apogeo. Los almendros silvestres habían florecido y apuntaban las lilas. Por los prados verde esmeralda revoloteaban las primeras mariposas buscando las flores amarillas de los zapatillos y entre las ramas de los chopos los gorriones "cascaban" preocupados, sobre la próxima construcción de sus nidos.

En estas cuestiones de la Naturaleza, y los cambios de estaciones, las cosas habían cambiado muy poco con el paso de los años, así como las regañinas que se producían en las parejas jóvenes por pequeñeces. Dicen que donde no hay harina, todo es tremolina, pero como en casa de Paquillo y Heriberta siempre había para comer unos huevos, unas gachas, un potaje, y una criatura en camino, las escaramuzas que surgían se acababan antes de rezar un credo.