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TUDANCA: Por ello tan sólo no vendría a estas páginas, pero...

Por ello tan sólo no vendría a estas páginas, pero las aventuras del señor García tuvieron un carácter que puede llamarse literario, aunque su literatura fuera política, con seguridad interesada y renalmente política, y tuvo su expresión y publicidad en decenas de periódicos por él fundados, hasta el punto de que en el diario argentino El Correo Español, se había de escribir: "hemos tenido el gusto de saludar en esta redacción al hombre que ha fundado más periódicos en el mundo. Flores de un día, pero flores envenenadas, a juzgar por los disgustos que le han dado. Por donde quiera que pasa saca un periódico. Y va pasando por la América entera."

La lista de ellos es copiosísima y llegan a veinte aquellos de que conservamos el título. En La Habana, por orden del Capitán General, tuvo que suspender la publicación de El Correo Español, que al ser resucitado en México, después de publicar en Texas, El Observador Fronterizo, provocó una nueva sanción, viéndose obligado a pasar a Nueva Orleáns, donde fundó El Observador Ibero, que fue el de más larga vida de cuantos emprendiera, pues llegó a publicarse seis meses consecutivamente. Antes, hacia 1892, fue expulsado de Costa Rica por orden del Presidente, don José Joaquín Rodríguez, a consecuencia de una crónica parlamentaria publicada en su diario recién fundado El Ibero.

Tomás Maza Solano, nuestro puntual cronista, ha dado una relación de sus periódicos y de sus accidentadas publicaciones. No es creíble que tantas sanciones y protestas no tuvieran su fundamento en el carácter díscolo del curioso personaje, pero todo ello nos deja la impresión de encontrarnos frente a un aventurero que por medio de la prensa procuraba resolver sus apremios inmediatos sin reparar en consecuencias, y fiando su éxito en las del escándalo y la oposición inmoderada. Ninguna honra trae su recuerdo a su natal Tresabuela, pero sí un penacho pintoresco, y un contraste muy sugestivo entre la paz de esta aldea y las aventuras de este hijo suyo desmandado y mal regido.

No hemos de subir, es áspero el acceso, a San Mamés, un pueblo más del valle ilustrado con el recuerdo de la estirpe de Montes_Calocas, de la que dos hermanos, don Toribio y don Francisco Montes y Pérez de Valdeprado, habían de ser en los finales del siglo XVII honra mayor. Capitán general el primero y comandante general de la Real Armada el segundo, llegaron a asumir en ocasión de guerras uno y otro carácter, militar y marino. En tal aldea queda como recuerdo de sus glorias el escudo familiar más finamente tallado que he visto en la Montaña, honrando la casa solariega de su apellido, harto abandonada, pero en la que aún quedan señales de haber estado tal como lo cuentan los visitadores de la Orden de Santiago cuando estuvieron allí para instruir el expediente de hábito de don Francisco; "sin arrimo ni contigua a ningún otro edificio, cercada y cerrada con una muralla en que están repetidas varias almenas".

Al pasar por Callecedo, barrio como dije, y no aldea, no puedo dejar de dirigir mi recuerdo, y basta mi nostalgia, hacia su bardo popular, o mejor rural, tío Juan Manuel Morante, del que la tradición ha conservado cantares suficientes para delinear su ingenio desvergonzado. Frecuentador de todo género de cuchipandas, al calor del vino en ellas consumido, daba rienda a sus cazurras ocurrencias que sólo en aquel ambiente se concibe que pudieran lanzarse al aire sin discordias ni escándalos. En edición privada, de cincuenta ejemplares numerados, tuve la ocurrencia de imprimir las que pude recoger, cuando recorría Polaciones en busca de romances. Porque esta tierra es, entre todas las que exploré, la más rica en romances y cuentos populares, y la tradición aparece a los primeros pasos que se inician en su busca.

No podré olvidar aquellos días en que acuciosamente exploraba entre viejas y muchachas para dar con tales reliquias tradicionales, ni la emoción con que oía resonar nombres históricos, o de las leyendas carolingias, como familiares para las recitadoras. Quien pueda, imagínese la emoción de oír repetir a una purriega los viejos versos de Montesinos:

Cata Francia Montesinos,

cata París, la ciudad,

con las mismas palabras, sin faltar tilde, con que las escriben los más viejos pliegos de romances, y como habían de quedar indeleblemente escritos en el Quijote. Y recuerdo la complaciente condescendencia con que una vieja purriega me recitaba romances, interrumpiéndose con palabras semejantes de cariño y lástima: — ¡El mi probe! Vean con lo que se divierte. Es como una criatura—. Y lo que me recitaba era un rarísimo romance fronterizo de don Manuel Ponce de León, utilizado por Lope de Vega en su comedia Garcilaso de la Vega y moro Tarfe, y en el que el reto del moro se atrevía al propio Rey Católico:

Salga uno y salgan dos,

salgan tres y salgan cuatro,

si no osa salir ninguno

salga el propio Rey Fernando.

¡Inolvidables jornadas, hechas en la juventud, con la ilusión iluminadora, la fatiga ausente y el lápiz pronto! Aún recuerdo una estancia en Santa Olalla, pueblo de los más altos del Ayuntamiento purriego, vencido el otoño, engañado por un tibio ambiente prometedor que a media tarde, en aquellas alturas, se convirtió en recísima nevada. Hube de hacer noche en aquella aldea, en casa rústica pero sobrada de bastimentos, oyendo y copiando romances y más romances, pues brotaban recitadoras y recitadores, que se acompañaban con el canto para mejor recordarles: lentas melodías medievales que, incapacitado para transcribirlas, apenas recuerdo. Cuando me levanté al día siguiente, había en el pueblo más de media vara de nieve. Contra todo consejo, decidí el regreso a Tudanca, y gracias a la fortaleza y decisión del caballo, que reconocía caminos y senderos por debajo de la nieve, pude llegar a mi casa, salvo y contento. Parecerán estos recuerdos meramente personales, y así es; pero no podrá negarse que son recuerdos literarios, y que no están, por tanto, fuera del plan que me he trazado. Y es digno de notarse que si de tales o cuales aldeas montañesas hablo porque fueron patria de tal escritor, o escenario de cual acción escrita en libro, Polaciones es relicario de tradiciones y arca abierta en la que los restos de poesía tradicional que aún quedan en el castellano se muestran con una vitalidad y se recuerdan con una corrección que bien merece consignarse en este libro.

Sin salir de este tema de popular poesía he de recordar cierta trova o romance, que trata, y logra, de caracterizar a los distintos pueblos ribereños del Nansa, desde sus fuentes en los altos cabezos de Polaciones, lindantes con las cumbres de Peña Labra, basta su desembocadura en Tina Menor. A él pido ayuda para seguir la ruta, y empiezo por los versos que dedica a este valle, con que comienza:

Polaciones, tarugones,

ladrones de media pierna,

que les roban los campanos

a las vacas de mi tierra.

No era purriego, naturalmente, el vaquero autor de este vejamen, que no debe por menos de declararse falso y agraviador. Más cerca de la verdad estaría el juicio que corre en otro cantar, o más bien sentencia y conseja, de cuño bien popular:

De Polaciones no fíes

aunque te den la palabra,

porque engañaron al lobo

en el corral de Lombraña.

Ignoro, aunque he oído diversas versiones, cómo se realizó el celebrado engaño, pero fuera como fuera es famoso el que ocurriera en el mismo cercado de guardar la recilla que el lobo buscaría como lugar de más segura operación, y demuestra astucia y conocimiento de la desconfianza el ardid que pusieran en práctica. No es agravio, ni los purriegos le tienen por tal, el que se les atribuya cualidad que a tantos les ha hecho triunfar en toda clase de escenarios y comercios.

Es transcripción de la obra “Rutas Literarias de la Montaña”, de Don José Maria de Cossío.

Antonio Castejón.

d la red