TORRELAVEGA: A la Concejala Esther García...

A la Concejala Esther García
Desde la pasión de los poetas
Y desde San Pedro de Mérida.
Con arranque, amistad y calor
De los montes de Cantabria

LA GUERRA ROMANA
3ª Parte
En Vellica Lupo arremetió al César.
A sus legiones y miles de centurias.
Augusto el César contraatacó feroz.
Sin tener tregua y sin ninguna pausa.
César a caballo contempla la batalla.
Contra un pueblo soberbio y tozudo.
Que defiende sus tierras, sus aldeas.
Con el espíritu airoso de su libertad.
En Vellica murió Estardo el grande.
Padre dador de vida á Lupo su hijo.
Sometedor de Vaceos y Astrigones.
Encomendado al más bello caballo.
Arde en la pira hierática en la noche.
Quemando lo orgánico de su estirpe.
Envía el alma fundida con la piedra.
Rojos van los ríos entre la torrentera.
Sangra en manantial ahora el pueblo.
En Vellica y en Vindio contra Roma.
Mientras el sol se mete en la distancia.
Herdo no solloza con sus severos ojos.
Cantabria casi nunca ha podido llorar.
Son hombres duros como las montañas.
Almenido el mago de una gruta oculta.
De corazón duró no llora jamás al aire.
Él dispone todas las mixturas sagradas.
Entre las señales de esa pérdida tarde.
Cuando el pueblo se desangra de pena.
Reclama piedad al espíritu de su tierra.
El gran dios de unos bosques frondosos.
Que son como eco que revive sus vidas.
La despiadada y proterva loba romana.
No descansa de batallar con la muerte.
Sin tregua, y sin misericordia.
Una guerra pesada como el plomo.
Petrilio y Afriano gente de gleba.
Centuriones de dolor, de esclavos.
Verdugos terribles del Imperio.
Obreros del César, que sirven la muerte.
En el Capitolio, hablaban de ti.
Hauberto y Julio Floro lo contaban.
En la casa, de la loba Romana.
Contaban las batallas de César.
Hablaban de ti, de tú pueblo, de tú gente.
Cántabros, soberbios, feroces y obstinados.
Que morían fieramente, por su libertad.
Terribles hombres de las montañas.
Donde se estrellaron las iras de Marte.
En las altas mesetas, en profundos valles.
Entre los desfiladeros y cañadas.
Teñidos con ríos, de sangre Romana.
Aracillo, Vellica, Vindio.
Donde el Imperio dejó su sangre.
Titanes de lucha, sin tregua.
Cubierta la tierra, de muerte.
Cuando la sangre fluía hasta el río.
Tiñendo sus aguas de rojo irisado.
Engañando a los dioses del agua.
Que dejaron de serlo al mirarlo.
Batalla cruel la de Aracillo.
Pocos de tus hijos sobrevivieron.
Pero muchos menos romanos.
Mezclados los cuerpos sin vida.
Con armas unos, con veneno otros.
Miles cayeron en desastroso final.
Allí, donde fracasó la furia y el ingenio.
De unos más de los otros también.
Qué valor atesora tú pueblo.
Que muere en el lugar que vive.
Sin quedarse de esclavo de Roma.
Sin servir a quien quiso pisarles.
Se inmolaban del monte frondoso.
Ponzoñas verdes de libertad suprema.
Dejando sin esclavos a Roma.
Épico final para un pueblo decente.
Negras nubes que cubren tú tierra.
Barriendo con la fuerza, con poder.
Con el aire aquilón, con el Abrego.
Tus altos poblados humeantes.
Tiñendo de rojo, las hojas, las ramas.
Secando las gotas que llora la tierra.
Marchitas las flores que no dejan savia.
Olores de muerte que tiene la hierba.
Ya no verán el embrujo de tus valles.
De las cañadas, ríos y torrenteras.
Por que ellos caminan sin retorno.
A la eterna morada de sus dioses.
Ellos sabrán de tú valor y hombría.
En los valles frondosos de la eternidad.
Donde reposan los hijos de Cantabria.
Fundidos con una eterna gratitud.
Sus cenizas serán tierras pujantes.
Que alimenten encinas y castaños.
Los vientos al pasar entre las ramas.
Con suave música, aliviaran su llanto.
Nunca ocupó Roma tú corazón.
Late sólo, en tus valles profundos.
Donde palpita con las piedras.
Donde late el sentir de tú pueblo.
Así nació soberbia y poderosa.
Hacía la luz de nueva esperanza.
Entre la ruta eterna de tus montes.
Con el futuro que tú fuerza alcanza.
Aduladores de César con lisonjas.
Majestuosos, ¿Cuantos fueron?
Casio, Dion, Floro, Italico, Estrabon.
Hablaban de la fuerza de Cantabria.
Mientras ellos adulaban al César.
En la casa de muerte de Eneas.
Las vestales lloraban a mares.
Tanta sangre de muerte Romana.
Bálano tomó las riendas de tú pueblo.
Creando en lo profundo de tú alma.
Los muros de la nueva Cantabria.
Bálano, que se alumbra de tú luz.
Allí en lo más profundo de bosque.
Las águilas circundan tú quietud.
Entre las encinas y los robledales.
Entrados de nuevo en la vida.
Nebriza y Mensa, lloran en la hoguera.
Embutidas en pieles sagradas.
Preparando el brebaje nocturno.
En el chozo nuevo de la Barcena.
Porcio y Manda caminan hacía ella.
Apretadas las manos en silencio.
Llevando con orgullo y fiereza.
Tus viejos y ajados estandartes.
El César obligado ofreció la paz,
Bálano dio fe y el César su palabra.
Cantabria, orgullosa, briosa y fuerte,
Se envuelve en su verde exuberancia,
En el sueño profundo de su historia.

Autor:
Críspulo Cortés Cortés
El Hombre de la Rosa.
18 de marzo de 2011


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