Mas al norte, cerca ya de las
fuentes, incesantes en su preñar de vida el arroyo, Clara Luz Fernandez Moro terminaba el caldo de gallina vieja, con tomillo y regaliz, para la tos perseverante.
Hasta Clara Luz tambien llegaba, como un suspiro sublime, el magico encanto de aquella
musica dulce, delicada, como uno de esos hilos de plata en el
amanecer del bosque.
-Abra un poco la
ventana, abuela, que ya esta sonando el violin.
-Hace algo de frio, hija.
-Pues me echa usted otra manta por encima.
Al
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